La Palta

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Homoerotismo en la poesía de los ‘70 y ‘80

Por Mariana Salvatore/Simona

Recientemente publicado el poemario doble, Los labios del agua & Libidinario del escritor Ricardo Gutiérrez, La Cascotiada Editorial nos invita a recibir, deleitarnos y, sobre todo, interrogarnos en los actuales modos de habitar un mundo amoroso y deseante. Desde un espacio singular recién explorado: el Tucumán gay de los ´60, ´70, ´80 en una de las voces poéticas más queridas de la región.

La cooperativa editorial presenta, en un libro doble, tanto los poemas eróticos como fragmentos escogidos de dos entrevistas y un prólogo que propone meditar sobre los modos de indagar el eros gay de acuerdo con otros posibles horizontes de lectura en la región. La cita es el jueves 11 de mayo en la emblemática Peña El Cardón a las 20. 

Poesía visceral, carente de espíritu.

Qué hermosa la figura de una alcoba íntima en medio de una ciudad; añadir el índice oculto a un espacio que guarece, quizás a primera vista, cierta desmesura de un encuentro amoroso, pero aguzando la mirada, apenas una huella en la que nos hacemos de las cosas en un aparente remoto pasado; cercanía de una manera de habitar la noche como una “caja de pandora”, la presencia, no tanto de amantes como de amigos, y oportunidad en una ciudad. Digo, por lo pronto, que ese encuentro amoroso Insiste. Aunque desde luego, los esfuerzos por invisibilizarlo, también. 

Durante los años ´50, Juan José Hernández, escritor gay tucumano, publicó un poemario conformado por dos unidades: Negada permanencia y La siesta y la naranja. La primera de ellas presenta poemas eróticos que se relacionan con el despertar del deseo amoroso -dice- y suscitan probablemente “picores” en la piel, pero también el enfado por parte de un sector costumbrista y pacato. En aquel libro, Juanjo utilizaba, casi inauguralmente, palabras como tacto, semen, saliva, que la crítica no tardó en sentenciar -dos puntos- “poesía visceral, carente de espíritu”. Más que un reproche de estilo, el funesto ojo se dirigía, en el campo de la desmesura, al siempre escandaloso -cuando no, demasiado peligroso- eros gay. Casi como una declaración, años después Juanjo Hernández cuenta: “no concibo el espíritu más que como una maraña de vísceras y babas”. 

“Tenía razón Juanjo” -se incorpora Ricardo en una de las conversaciones que tuvimos-: “a mí la belleza me descoloca, me enferma, me alegra, me apena, me desquicia, me vuelve a reconstruir”. Lo dice sin titubeos en la mirada, como si se tratara de algo reconocido. Y no me refiero solamente a la pesarosa crítica de época, sino al asunto: el eros de su mundo, un deseo familiar, en palabras de Patricio Dezalot, “un cuerpo compartido”.  

El agua, experiencia marica que crea identidad marica.

Corría el año 1979 y Ricardo Gutiérrez, miembro del espacio literario Yunke, conformado también por poetas lesbianas, reúne poemas bajo el título “Los labios del agua”, añadiendo a la “desespiritualizada” lista de Juanjo no solo las venas, al sudor, la sangre o a la carne -vinculada al seguro abrazo, sino toda una danza compuesta por un lábil y primigenio elemento: el agua, potencia erótica en la travesía por el cuerpo marica

En un secreto diálogo entre dos tiempos (los años ´60 y los ´70) reaparece el erotismo y las populares vísceras, esta vez bajo el velo de las bellas formas del dios Apolo, que conduce -a estas alturas- un complot de figuras eróticas en donde el agua es el cuerpo desvencijado y rearmado del extranjero del día, de un huésped eterno. Dice Ruth Isa, editora y archivista de La Cascotiada: “La idea del agua con la potencia de divinidad creadora, está presente todo el tiempo y es moldeadora de vida… y entonces ¿qué es lo que crea? la vida marica, de modo que el agua aparece como la experiencia marica que crea la identidad marica”. 

Leer Los Labios del agua y Libidinario, implicó, ante todo, hacer un gran silencio de época, sospechar de mis ejes de lectura, conversar e intercambiar en reuniones con el equipo editorial, volver a hacerle las mismas preguntas a Ricardo, una y otra vez. En las reuniones saltaban palabras como “encriptamiento”, “ocultar”, “artilugio”, “closet”, “resistencias antes la represión”. Una lectura más circunscripta, atenida al testimonio de Ricardo y al documento de su vida, nos hablaba en otra clave: en el prólogo, Patricio Dezalot escribe: “Cuando lo leí por primera vez y recité sus versos en voz alta, en mi cabeza las imágenes rozaron la pornografía, aunque el canto siempre sonaba a algunos salmos que escuché en mi infancia […] No se me malentienda, no hablo de una pacatería, sino de una habilidad excepcional de Ricardo para manejar el deleite, tanto de una señora religiosa como de una marica lasciva. Pero Los labios… no está escrito en jeringoso para maricones. Puedo imaginarme a Ricardo leyendo esos poemas a sus amigos y riéndose todos juntos, como así también a una señora de las letras leyéndolo sola, quizás sofocada, aunque con absoluta e ingenua solemnidad; y en ambos casos estarían celebrando al gran poeta.” 

Huellas de un mundo

mi joven loco heroíno mi buen pastor

mi desnudado de seda con el pequeño bosque afeitado

mi propietario camal de lisas nalgas rotundas

del esculpido cuerpo en jade y jazmín

mi gracioso zorrillo comedor de pepino

(MI. Libidinario.)

Ruth Isa continúa: “Me encontré con un mundo increíble en su poesía…y sobre todo, que no estaba solo en ese mundo”. Al respecto, en el prólogo, Patricio Dezalot escribe: […] El sentimiento de evidencia de pertenecer a un mismo mundo, de ser sirenas del mismo mar, hermanas de la Vía Láctea de tantos otros maricones, es lo que nos hace pensar que el cuerpo gay es un cuerpo compartido. Mientras que en Los Labios... los practicantes del vicio innominable somos creados por el agua, zambulléndonos en la experiencia y retornando al festín de los cuerpos, en Libidinario los dioses nos acompañan a un ´Banquete atemporal´, donde los ‘graciosos zorrillos comedores de pepino’ relinchamos incesantemente un ¡Viva Príapo! universal”.

Al recordar las entrevistas a Ricardo, sentí que eran muchas las historias que narraba; nos compartía anécdotas en las que estaban presentes divas, bixas, locas, como les llama; la sensación que tuve al escuchar sus historias fue la de ver un tumulto, una especie de saturación visual, al decir de un escritor gay estadounidense, que en todos casos confiere “la sensación de un poder político”, la impresión de que efectivamente existía un mundo gay muy profuso en Tucumán. Se trata, dice Ricardo -en la entrevista del libro doble- de una dualidad extraña que ni la sociología ni la historia podrían dar cuenta. 

Ya rememorando el tiempo en que fue escrito Libidinario, Ricardo hace mención directamente a “la oportunidad” como algo que le pertenece a la época y los modos de vincularse gays de los años ´80. Dice durante la segunda entrevista: “Me pasaba [que]siempre mis ojos chocaban con Apolo o con un Dionisio. Y siempre había alguien que parecía que a través de la noche me seguía los pasos sin esa persona quererlo y sin yo esperarlo, y nos encontrábamos ahí, porque la noche es así (una caja de Pandora)”. Esta y otras experiencias ponen en contacto sociabilidad y sensualidad, en la calle, ese espacio tan abierto como misterioso, en el que transitar a solas pareciera un comportamiento poético, incitador, contagioso, muy político. 

Libidinario fue publicado en una antología llamada “De incendios y resplandores” en 2016, sin dejar por ello de reunir el poemario en esta nueva presentación con el fin de satisfacer a la propuesta literaria del autor, quien presenta tanto a Los labios del agua como a Libidinario como sus “dos poemarios gays”. Como equipo editor, La Cascotiada apuesta a retomar los versos de Ricardo Gutiérrez y el lugar que ocupa su voz en la historia y cultura gay del norte argentino.