Esos audios que van a mil
Hace poco tiempo la aplicación de mensajería instantánea más utilizada del mundo habilitó la opción de acelerar los audios. Ahora es posible escuchar a alguien decir lo mismo pero en la mitad del tiempo, pudiendo elegir entre dos velocidades según la preferencia y la capacidad de comprensión del receptor y oyente.
A partir de que la novedad fuera lanzada, la gente empezó a hacer lo que mejor hace con lo que le gusta, le sorprende, le parece polémico, le da risa o le provoca indignación: memes. Explotaron las redes de chistes más o menos ingeniosos y opiniones más o menos interesantes sobre el fenómeno. Les impacientes festejaron, les largueres se quejaron y la mayoría se divirtió repasando audios de voces amigas a velocidades impensadas para esas bocas. Para la gente que normalmente habla en 2x no hizo demasiado la diferencia, de hecho, se hace casi imposible entender una palabra de lo que dicen. En el caso de les vuelteres, que hacen pausas extensísimas e interponen muletillas del orden de “qué te iba a decí” y “...eh….”, “o seaa….” y “esteeem….”, la posibilidad de aceleramiento suma minutos de vida útil a quien irremediablemente debe escucharles.
El problema de ciertos avances de la tecnología es que se aplican a una mínima porción de la realidad. Para todo lo demás, la vida sigue como siempre. Podemos hablar y ver de manera sincrónica a gente que está ahora mismo del otro lado del mundo, pero todavía hay que ir a hacer colas kilométricas en el banco Nación. La tecnología nos malcría de posibilidades pero la vida real es un poco más compleja, más lenta, más artesanal.
Los audios pueden apurarse presionando una pantalla pero la gente en vivo y en directo, no.
Imaginen, como imaginaron alguna vez les autores de Los Supersónicos, que la tecnología va cada vez por más y logra lo impensado. Imaginemos por un momento que los límites se borran o ya no importan y lo que puede hacerse en un teléfono puede hacerse también en la calle. Piensen que cualquier martes es posible, y hasta probable, apagar la cámara del mundo para que nadie nos vea en mitad de una charla o eliminar para todes un comentario que estuvo de más y acá no pasó nada, o no acusar recibo de nada porque la vida nuestra está configurada para no mostrar el doble tilde azul ante la palabra ajena. Y pensemos, por un ratito apenas, en que en cualquier momento es posible adelantar discursos aburridos o terribles.
Les adolescentes acelerando los sermones moralistas de los padres cada vez que vuelven tarde de una fiesta o se llevan alguna a marzo. Les adultes pasando a 2x las peroratas de esos jefes acerca del trabajo en equipo y la superación personal. Les viejes apurando a sus hijes cuando les dicen a los gritos cien veces lo mismo, como si fueran otra vez niñes.
Más de une aprovecharía para pasar rápido por esos lugares hostiles que se hacen largos de puro punzantes y se quedan retumbando con un eco insoportable por mucho tiempo. Me refiero a las charlas sincericidas de amigues y amantes, a las cosas que se dicen sin anestesia, a las confesiones insospechadas que caen como baldazos de agua helada, a los discursos hiper ensayados como si se afilaran las palabras antes de hundirlas en algún corazón incauto. Avanzar rápidamente sobre esos monólogos sería casi como una pequeña tregua, como hacer de la pena una media pena, como ponerle una curita o sacarla rápido, en 1.5x, de un tirón. Acelerar las malas noticias, escucharlas lo suficientemente rápido como para extraer la información destacada y evitar la ansiedad de tener que adivinar algo de una persona que habla pausado y como tanteando en la oscuridad en busca de la palabra más indicada.
Ni hablar del tiempo que ganaríamos, todo lo que podríamos hacer con la suma de esos minutos de resumir impunemente los discursos de otres; cuántos proyectos nacerían, cuántas soluciones a problemas urgentes se gestarían solo con un poco más de tiempo sabiamente robado de parlamentos demasiado largos.
Acelerar la vida como si fueran audios de un chat tendría todas esas ventajas y seguramente algunas más que ahora se me escapan por la puerta mal cerrada del balcón en esta madrugada fría.
Pero hay algo que hace ruido, una distancia entre la vida y la app, entre lo que te dicen en la cara y lo que escuchás de pasada mientras te lavás los dientes, que es insalvable. Hay momentos en los que es imposible no poner atención porque hay algo que se rompe y algo que se inventa a medida que corren, torpemente, las palabras. Las personas se parecen a la forma que tienen de decir las cosas, hay algo de elles mismes en el ritmo que llevan al hablar, en la cadencia que tienen los tramos finales de sus frases, en las pausas que usan para descansar de lo dicho y tomar carrera para lo que queda por decir. Acelerarlos sería como ver una versión sosa y pixelada de ellas mismas o como tratar con fantasmas hechos de puro aire: la diferencia entre una orquesta en un teatro viejo y un ringtone monofónico de principios de los 2000, la distancia entre ver una flor en el jardín de tu abuela y la foto de una de plástico de la góndola de un bazar chino. Una escucha apurada podría hacernos pasar por alto los matices en donde a veces duerme todo lo que nos quieren decir. Incluso aquí, quien suscribe, admite haber dicho con modulaciones medio zonzas y vueltas torpes cosas profundas y universales como ‘quedate aquí conmigo’ o ‘perdón por la tristeza’. Acelerar esos momentos, cifrados en discursos largos, exaltados, lacrimógenos, borrachos o febriles, sería perderlos para siempre y, a veces, con el perdón de Mari Kondo, también sirve acumular.
La vida no es como en las app. Aquí afuera el tiempo pasa como puede y la gente habla como le sale y aunque no esté en 1.5x al final nos da la sensación de que todo se pasó volando: las confesiones de amor, las puteadas, los perdones y los gritos, y no hay manera de volver a escuchar la parte que más nos gustó. En la vida hay que escucharlo todo con tedio o al borde de la lágrima, pero fumárselo bien porque decir, estar diciendo, es lo más parecido a durar en algún lugar de este mundo hosco y breve.
A mí entonces díganme lo que quieran y como más les guste. Lo único que tengo es tiempo.