Pero al fin, si es amor…
Ilustración de Julieta Pérez | La palta
Mensaje 1:
Cuchá
El domingo 16 es el día de los amores imposibles
Mensaje 2:
TIENE que salir un Limón y sal
Yo:
Qué deciiiiiiiiiiiir al respecto?
Mensaje 3:
Qué sé yo
Contá algo…
Bueno, cuento algo. Pero con la peor de las ondas.
No creo en los amores imposibles. Creo que imposible sería que me crecieran alas en los tobillos, como el dios Mercurio, o que pudiera cerrar fuerte los ojos y salir de este invierno hacia aquellos 40 grados por obra y gracia de la teletransportación.
El amor siempre es posible y la gente se ha enamorado en los momentos más inoportunos de la vida propia y de la historia del mundo. Lo que ocurre a veces es que se vuelven poco probables, como cuando hay 20 mil kilómetros o 30 años de por medio (siempre dentro de la legalidad, ni cabe aclararlo, pero en los tiempos que corren, hay que decir todo). Poco probable no es imposible.
Otras veces se trata de un amor prohibido, como el que no aprobaban ni los Montesco ni los Capuleto, o ese de un cura y una joven aristócrata (‘A tu lado, Camila’). También están los prohibidos por quien ama, como los amores reprimidos y enclosetados de los que, me parece y afortunadamente, cada vez hay menos.
Hay amores platónicos, como cuando aparece Natalie Portman en una pantalla y una sabe que jamás, pero siente que es amor igual y se queda toda la película, y un rato más, con una sonrisa idiota.
Existe una amplia gama como un pantone de amores no correspondidos, gente que quiere por dos, gente que simplemente no te quiere; amores a destiempo, gente que ya tiene a quién querer, bondis que ya salieron hace rato y te dejaron con el boleto en una mano y el corazón en la otra.
Dicen las Madres y las Abuelas de pañuelos blancos que lo imposible solo tarda un poco más. En el caso de los amores, agregaría yo, que los llamados imposibles también cuestan un poco más. No son imposibles, son cuesta arriba, pesan en la espalda y en la cabeza. Monopolizan las conversaciones con los amigos y las noches sin dormir. Como son cosas de humanos, no existen fórmulas para el éxito. Nada garantiza resultados eficientes y muchas veces terminan en nada. Una se da cuenta de que ha perdido, agarra sus cosas y se va por una veredita vacía de domingo con poco ruido y muchas nueces, silbando una canción que ella nunca escuchará.
Ilustración de Julieta Pérez | La palta
Cuando era chica, en una película que me encantaba escuché una historia que se me quedó grabada. En una fiesta, un soldado se enamoró de la hija del rey y la encaró para decirle que no podía vivir sin ella. A la princesa no le pasaba lo mismo pero le dijo que si él la esperaba bajo su balcón 100 días y 100 noches, al final, le daría su amor. El soldado, por supuesto, hizo lo que ella le dijo y se dedicó a esperar bajo el balcón, pero también bajo la lluvia y bajo el sol, muerto de frío o de calor, durmiendo mal, enfermo, perdiendo el tiempo y la vida. Después de 90 noches, roto como estaba, levantó sus cosas y lo que quedaba de su humanidad, y se fue. Sí, justo al final. “No me preguntes qué significa” dice el personaje de la película “si logras descifrarlo, dímelo tú”.
Yo no entendí lo que significaba, ni entonces, cuando era chica, ni lo entiendo ahora mucho menos, con amores a cuestas, traumas, sabidurías, y demás quiquirimichis que dan haber vivido.
A lo mejor lo que pasa es que esos amores no ocurridos, no han tenido lugar y tampoco tienen moraleja: se esperan hasta que ya no se esperan más y valen la pena y la espera hasta que ya no lo valen más. No llegan a amores ni a historias, se quedan allí, pero son el material de buenos sueños, de guiones para películas, de series para maratonear.
Feliz día, entonces, de los amores poco probables, platónicos, prohibidos, no correspondidos, complicados, no ocurridos y sin moraleja. Lo verdaderamente imposible de vivir es el mundo fascista que tenemos hoy.