Alquimistas de los descartes del Capital
Todos escuchamos hablar sobre los cartoneros, con ese nombre o con algún otro. Recuperadores urbanos, separadores, recicladores. También en algún momento, quizás, escuchamos adjetivos calificativos, de esos que incomodan. Pero, ¿qué pasaría si cambiáramos el paradigma y los pensáramos, en realidad, como alquimistas?
La alquimia es una antigua práctica protocientífica y una disciplina filosófica que combina elementos de la química, la metalurgia, la física, la medicina, la astrología, la semiótica, el misticismo, el espiritualismo y el arte. Los alquimistas de antes buscaban la piedra filosofal para transformar cualquier metal en oro.
Los alquimistas de ahora tienen la espalda cansada, los ojos tristes y las manos laceradas. Son los marginados de un sistema que condena a aquellos que han nacido sin suerte. Son quienes transmutan los descartes de otros que, con indiferencia e ignorancia,mastican y escupen el preciado tesoro sin un atisbo de culpa.
Y así pasa un día más de residuos a la buena de Dios.
Te levantas, preparás el té y tiras el saquito. Después, en un loop automático e interminable, la bolsa de residuos se llena y la sacás. La lleva alguien, eso seguro. ¿Quién y a dónde? Solo Dios sabe. Dios y elles, les alquimistas de los descartes del capital: recuperadores y recuperadoras urbanxs.
El ex Matadero Municipal, en la calle José Hernández 1547, funciona ahora como nodo de reciclaje, el lugar en donde el proceso de alquimia toma lugar. Cerca de la puerta de lo que funciona como oficina, en un edificio imponente con las marcas del abandono, una mesa. En la mesa, un mate cocido caliente para calentar el cuerpo de Ángela Beatriz Rodríguez, de 31 años, que mira atenta con una generosa sonrisa. Espera que llegue Merry Anastasio, coordinadora regional del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y representante local de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCYR). Entre chistes, fotos, anécdotas y mates de por medio cuenta cómo trabajan, quiénes están presentes y cuál es la jornada del día: esperan el camión de la Federación, que viaja a Buenos Aires con todo el material ya compactado.
Después de unos minutos, media hora quizás, en una moto azul se apersona Merry, saluda, comenta algunas cuestiones organizativas y caminando rápido se va al galpón en donde guardan el material. Enciende un cigarrillo y se acomoda en una silla. Angie se anima a dar su testimonio.
Angela Beatriz Rodríguez - 31 años - Francisco de Aguirre.
“Que me digan: ‘Angie, vos podés’, me dio fuerza para salir de donde estaba”, dice Angie que, con un brillo especial en los ojos, cuenta que antes de entrar a la Federación tenía un problema de adicción a las drogas. Un día, trabajando, conoció a Merry Anastasio, que se acercó a ella y le preguntó: “¿por qué andas así mi negra?”. Ese fue el puntapié para iniciar el recorrido en el espacio que hoy la abraza y contiene. En la actualidad es Referente de Cartoneros y Cartoneras, le encanta su trabajo y se siente motivada; cada día que pasa los compañeros que ven la lucha, se siguen sumando. “Ahora somos un montón”, dice esbozando con los ojos un gesto cargado de una mezcla de alegría y pena.
Angie es mamá. Tiene 5 hijos: Luciano de 13, Héctor Eduardo de 10, Natasha Valentina de 8, Ariana de 4 y Gonzalo,de 2. Cuenta con un poco de angustia que con sus dos hijos más grandes no pudo vivir ni disfrutar lo que disfruta ahora de los más chicos. Al mismo tiempo, se alegra porque siente que está recuperando el tiempo con sus hijos. Pudo recuperarlos, festejar sus cumpleaños y sentir en lo profundo de su corazón que construyó un castillo.
“Aquí sé que no estoy sola, cuando vengo a mi trabajo siento el olor a hogar”, concluye.
El testimonio de Angélica da pie a su compañera, con quien comparten no solo la tarea de ser referentes, sino el sentimiento de pertenencia y amor por la Federación.
Úrsula López - 31 años - La Costanera.
Úrsula también es mamá. Tiene tres hijas: Ariana de 10, Samira de 9 y Maite de 8. Antes de ir a trabajar, las deja en la escuela y comienza su jornada que le permite darle otra calidad de vida a sus hijas.
Úrsula relata que en la pandemia cerró su lugar de trabajo. Cocinó durante 7 años para un jardín de infantes en donde no le pagaban, pero le daban un plato de comida para ella y sus hijas: “era el sustento que yo tenía”. En ese momento de incertidumbre, cuando no sabía qué hacer, conoció la Federación por medio de unos amigos y, sin pensarlo, comenzó en los ‘ecopuntos’, en las plazas. “Nunca hubiese pensado ser cartonera”, cuenta emocionada y asegura que le cambió la vida. Le hace sentir bien mostrar que ser cartonera es un trabajo digno, que requiere de muchos sacrificios como trabajar bajo la lluvia, bajo el sol, con frío.
“Mis hijas me dicen: ‘mamá, en la escuela me hacen burla porque mi mamá es cartonera’”, cuenta y hace foco en la importancia de enseñar a valorar el trabajo de los cartoneros desde los inicios de la escolaridad. Confiesa que antes de realizar este trabajo no tenía el hábito y la conciencia de separar en su casa, pero que ahora, tanto ella como sus hijas, lo hacen de manera habitual viendo oportunidades en donde otros ven descartes.
Tener la enorme responsabilidad de ser Referente de Cartoneros le da confianza y reafirma sus convicciones al momento de acompañar a sus compañeros y compañeras en situaciones difíciles.
Entre medio de las entrevistas, llega el camión que transporta todo lo que los alquimistas prepararon separando, seleccionando con meticulosidad y cuidado durante 15 días. Se parece bastante a un festejo: sus caras lo dicen todo. Después del frenesí del recibimiento continúan los relatos.
Leila Zaira Yamila Apiz - 34 años - La Banda
Zaira cuenta que está juntada con Fernando hace 15 años, tiene tres hijas: Lourdes de 18 años, Guadalupe de 12 y Naiara de 7. Su hija más grande está estudiando en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), las dos siguientes van a la escuela y su marido es independiente.
Llegó a la Federación en el año 2018 realizando trabajos administrativos externos. Desde marzo de 2023 lo hace en un lugar fijo dentro del Nodo en donde asegura que aprende todo el tiempo, dice también con mucha emoción que trabajar allí le cambió la vida. “Conocer a los compañeros, a sus historias, me hizo más humana” asegura. Le encanta el grupo que conforman, para ella (coincidiendo con sus compañeras) son una familia más.
Merry Anastasio - 58 años - Villa 9 de Julio
Madre de tres, abuela de 4. Jubilada del Poder Judicial de Tucumán. Merry siempre se dedicó a la política social. Tan profundamente caló la idea de la justicia social en su vida, que sus tres hijas hablan su mismo idioma, Nuria y Yanina militan activamente, con mucho compromiso y responsabilidad, según cuenta. Rocío, su hija del medio es quien, al desenamorarse de la política, decidió acompañarla desde “atrás” y le enseña todo el tiempo. Merry cuenta que antes tartamudeaba mucho en las notas y Rocío es quien le ayuda a ver y pulir esas cuestiones.
Su mirada firme que se esconde detrás de unos anteojos negros, el celular sonando constantemente, su paso firme y seguro son las muestras de una mujer comprometida con construir una realidad más justa para la gente que la acompaña. Trabajando con cartoneros y carreros descubrió que, a pesar de su compromiso social, muchas de sus opiniones estaban teñidas de prejuicios. Prejuicios que se fueron diluyendo con el diálogo y el trabajo con la gente.
Entre un mate y otro, en su discurso las palabras ‘solitario’, ‘castigado’ y ‘olvidado’ describen el trabajo de cartoneros quienes, ella asegura, desconfían de todo el mundo.
Hablar de política y la desidia de quienes se dedican a ella, es inevitable para una mujer que vivió situaciones de las más inusuales, y que, asegura, no acepta que le bajen línea de ningún tipo, porque la realidad de Tucumán es muy particular y compleja. Lo que sí es una certeza para ella, es que la gente que vive realidades de marginación y olvido, son quienes tienen que tomar partido en la política porque entienden la problemática que viven.
Nombrar su fortaleza, hace que con un gesto sutil su corporalidad cambie, como si fuese que se le agranda el pecho nombrando a su papá. Cuenta que su abuelo fue carrero, vendiendo verduras. Y su papá, que fue su gran mentor, le enseñó con el ejemplo que “nadie es más que nadie”. “Pasó de ser lustrabotas, a tener su empresa que posteriormente fundió” relata.
El saber que un día estamos arriba, otro día abajo y que lo fundamental, en realidad, es mirar al otro es una forma de vida para ella. Apoyar, acompañar la llena de fortalezas.
“A veces noto que no disfruto ciertas cosas”, cuenta y con nostalgia habla de sus viajes a Amaicha que no ocurren desde la pandemia. Aún así cada día se enamora más de la organización y asegura que ella siempre estará presente en las calles, resistiendo con la gente de barrios populares.
Luego de esta amena y conmovedora charla, Merry toma un mate más y se retira a continuar con sus actividades.
Mientras los compañeros cargan el camión, Alejandro Rodríguez se pone la campera que representa al espacio para ser fotografiado.
Alejandro Augusto Rodríguez - 55 años - El Papelito
Alejandro tiene 3 hijos. Con la voz quebrada, cuenta que perdió a uno de ellos. Al preguntarle por su familia, no duda en nombrar a su papá, que murió ya hace tiempo, y a su madre, que hace un año y medio también dejó este plano. Sus cuatro hermanos viven en Buenos Aires y cuenta que, de chicos, eran cartoneros. Orgulloso afirma que “lleva el cartón en la sangre”.
Antes de trabajar en la Federación, estuvo un tiempo en una ladrillera. Ya hace tres años forma parte del espacio, en donde siente mucho compañerismo y disfruta pasar tiempo. A Alejandro le gusta escuchar música romántica y cuartetera, pero de la vieja. También le gusta hacer cosas en su casa, y compartir una tarde en el parque con sus hijos y señora.
Emocionado comenta que este año, junto a la Federación, pudo volver a Buenos Aires, en donde su hermana amasó fideos para él y sus compañeros. Se acomoda la gorra y, con timidez, se aleja para seguir ayudando a sus compañeros.
La alquimia no es posible sin los alquimistas. A veces, nos cuesta poner nombre propio a quienes hacen un trabajo que en la sociedad no es valorado.
Los alquimistas, con sus manos, ojos y cuerpos cansados que muchas veces caminan intentando pasar desapercibidos, evitando que se acerque un transeúnte enojado a descargar su ira sobre ellos, porque “ensucian”, “molestan”. Nos muestran lo que nadie quiere ver: la decadencia y el colapso de un modelo económico, político y social que tiene a un grupo de personas revolviendo contenedores para vivir.