Operativo Independencia: volver por justicia

Todavía no eran las 10 de la mañana. Lilián Reynaga esperaba en la vereda junto a los miembros del equipo de acompañamiento a testigos víctimas del terrorismo de Estado. Su espera, la que lleva más de 40 años, no fue pasiva. Su espera significó la entrega a la búsqueda de justicia. Lilián es una de las militantes históricas de la Asociación de ex Presos Políticos y como militante siempre pidió que se investigue la participación de la Policía Federal. “Fueron parte, parte activa, y acá torturaron a muchísima gente. A muchos. Y entre esos muchos estuve yo”, reflexionó Lilián al terminar el reconocimiento del lugar donde estuvo detenida ilegalmente y donde fue torturada antes de ser trasladada al ‘Buen Pastor’. “Me sacaron de acá el 26 de julio de 1975 que es cuando ellos deciden que yo iba a vivir”, agregó Lilián.

La testigo que ya declaró en la sala de audiencias recorrió cada espacio del edificio de la Policía Federal e indicó los lugares por donde la ingresaron, donde la tuvieron secuestrada, señaló dónde estaban los calabozos. A pesar de los cambios que se realizaron hay rastros que dan cuenta de la edificación que Lilián Reynaga recuerda. “Fue algo muy fuerte, pero muy necesario”, aseguró Lilián con la seguridad de haber sumado su granito de arena en la reconstrucción de la verdad. La tercera jornada de inspección ocular en el marco de la megacausa Operativo Independencia empezó en este edificio. A las 11 de la mañana, el tribunal integrado por Gabriel Casas y Hugo Cataldi se trasladó al predio del ex regimiento 19 donde funcionaba el Hospital Militar.

La lluvia de la mañana no cesaba. La construcción que se erige en calle Italia casi avenida Viamonte resiste aún los embates del tiempo. El abandono es notorio. El lugar que fue testigo de la muerte y la desaparición todavía produce un agobio insoportable. Además de los jueces y los abogados, fueron tres los testigos que llegaron al lugar a realizar la inspección ocular. Guillermo Diriart apenas conoció la entrada. Allí fue a buscar a su hermano cuyo cuerpo jamás encontró. Registros del Hospital Militar dan cuenta que fue ingresado a ese nosocomio y su muerte fue confirmada con fecha 20 de agosto de 1975. Roberto Mario Sosa también participó de la inspección ocular. Su testimonio le permitió reconstruir el recorrido que hizo al ingresar al lugar donde permaneció, poco menos de una semana, con los ojos vendados y esposado a la cama.

“Todo eso lo habían tapado con un plástico negro para que no se vea”, dijo Alejandro Rubén Juárez señalando el alambrado que da a la avenida Viamonte. Juárez cumplió la conscripción en 1975 y tuvo que prestar servicio en el área de sanidad. Durante un periodo de tiempo lo pusieron a manejar una ambulancia que trasladaba heridos y cadáveres desde Famaillá hasta el Hospital Militar. “Aquí bajaba el helicóptero con cuerpos”, aseguró señalando un descampado que antes de ser usado como pista había sido una cancha de fútbol. “Aquí se los manguereaba porque venían a veces muy descompuestos y sucios”, agregó el testigo al tiempo que describía las manchas de sangre que luego costaba sacar de las camillas. “Allá era la morgue”, dijo y la comitiva se dirigió hasta la edificación más deteriorada de todas. El olor nauseabundo de un animal muerto en la entrada de la oscura construcción estremeció a todos. Fue como si la muerte no quisiera abandonar uno de los lugares más tétricos que se mantienen en medio de la ciudad capital de la provincia que sirvió como sala de ensayo del terrorismo de Estado.

Fotografías de Ignacio López Isasmendi