Megacausa Jefatura III: revivir el horror

Foto de Angélica Zelaya| lA pALTA

Golpes en la puerta durante la madrugada. Personas uniformadas y con armas intentando entrar a sus casas. Esa fue la secuencia que ni Pablo Mercado ni Daniel Rodríguez pudieron olvidar. En la primera audiencia del año, se sientan ante el juez del Tribunal Oral Federal y reviven aquel 1977. 

Era la madrugada del 25 de mayo. En el barrio Victoria todos dormían, cuando la casa de Pablo Mercado se llenó de gritos. Eran personas armadas que buscaban a su padre Julio Mercado. "Mi mamá corrió a darnos resguardo, nos escondió en un ropero que había en el dormitorio", cuenta Pablo. Desde allí podía escuchar cómo golpeaban a su madre. En no más de 30 minutos, la casa que él conocía ya no existía más. Aquellas personas revolvieron todo y se robaron las joyas que su padre vendía, hasta sus electrodomésticos. 

Minutos antes, Julio había intentado escapar por el fondo de su casa. Corrió con todas sus fuerzas, pero aun así lo atraparon y lo metieron en el baúl de un auto. 

A Julio lo buscaron por cielo y tierra, por muchos años. "Mi mamá fue a hablar con (Antonio Domingo) Bussi. Fue él quien le dijo que no lo busque más. Ahí es cuando mi mamá asume que mi papá estaba muerto", recuerda Pablo. Años después, en la lista presentada por el testigo Clemente en 2010, encontraron el nombre de Julio Mercado junto a las siglas DF (Disposición Final). Hoy continúa desaparecido. 

En Colombres, Cruz Alta, en la casa de Oscar Rodríguez, ocurriría lo mismo, con solo días de diferencia. “Somos del correo”, le dijeron a su compañera de vida Mercedes Iramaín. Eran las dos de la madrugada. Sin permiso alguno, entraron a su casa, arremetiendo contra todo. A sus hijos los encerraron en el baño, les taparon la boca con un pañuelo, los apuntaron con escopetas y les preguntaron por armas que no existían. “Nos decían que si no hablábamos, éramos boleta”, recuerda Daniel Rodríguez, hijo de Oscar. Al recordar, su voz se entrecorta y sus ojos se cristalizan. 

Oscar estaba trabajando en el ingenio Cruz Alta, sin saber lo que ocurría en su hogar.

Luego de romper todo lo que encontraban a su paso y robar lo que había sin encontrar a quien buscaban, se dirigieron a donde trabajaba Oscar con el mismo discurso: “somos del correo”. Le vendaron los ojos, le pegaron y lo secuestraron por más de veinte días. Fueron más de veinte días sufriendo innumerables torturas. El día que lo liberaron, un viernes a la noche, le dijeron que su secuestro había sido una equivocación, que buscaban a otra persona. 

Foto de Angélica Zelaya | lA pALTA

La vida después

Tanto para la familia de Pablo Mercado como la de Oscar Rodríguez, continuar no fue fácil. “Mi madre se aisló de todo. Pasamos a vivir de cosas que mi papá había dejado”, dice Pablo. Las persecuciones y el hostigamiento eran tales, que su madre ya no les permitía salir de la casa. 

Los recuerdos que Pablo tiene con Julio son tenues y lejanos. Fue ahora, con la llegada de este juicio que pudo, por fin, empezar a reconstruir la historia de su papá, saber a qué se dedicaba y qué estudiaba. Hasta hace poco, decir que es hijo de una persona desaparecida era muy difícil para él. Temía, incluso, perder su trabajo.

En casa de Oscar las cosas también cambiaron. “Cuando lo vi, él estaba muy delgado. Mi papá sufrió de todo”, recuerda Daniel. Con el tiempo, las enfermedades comenzaron a aparecer una tras otra, producto del infierno que tuvo que atravesar. 

Pablo tenía solo doce años cuando ocurrió todo, mientras que Daniel tenía tres. La marca que aquellos hechos les dejaron, les permiten hoy, a sus 50 y 60 años respectivamente, recordar todo detalladamente. Hoy buscan justicia no solo por Julio y Oscar sino también por toda su familia.