Matar primero

Imagen: Marcos G-O

Cuando un famoso se va en silencio, con la misma discreción con la que vivió, la llamada prensa amarilla se queda con una sensación de vacío. Ausente el escándalo, hay poco con que alimentar el morbo popular. Por eso, al conocerse que Juan Alberto Badía estaba internado en grave estado, la máquina de picar celebridades se rascó la cabeza. Al igual que con Spinetta, tuvo que caer muy bajo para sacar provecho del momento que estaban pasando el animador y su familia: matar antes que la misma muerte.

De tanto en tanto, Internet asesina a algún famoso que todavía vaga por este mundo vivito y coleando. En la mayoría de los casos se trata de una crítica disfrazada de broma de mal gusto. A cualquier cibernauta le basta con googlear un poco para saber que en realidad solo saltó la térmica de la opinión pública. Pero en el caso de Badía, cuya agonía era conocida y respetada por casi todos, un sector del periodismo trató de salvar el día con una primicia. Sin videos polémicos, sin lugar para la declaración chirriante de las estrellitas del momento, no le quedó más que improvisar. Con la muerte demorada, hizo lo que le dictó el instinto. Adelantó los relojes y tocó una marcha fúnebre prematura. Se ofreció al público, entonces, la primera muerte de Badía.

Sobrevinieron cruces, desmentidas, acusaciones, hasta que quedó en evidencia la maniobra. Desde indignación hasta vuergüenza ajena, pasando por el escrache de las redes sociales, las reacciones ante este recurso barato no se hicieron esperar. Hubo consenso: con Badía no. El respeto, el cariño, tantas décadas de trabajo intachable rindieron sus frutos.

Horas después, sí, llegó el momento de las condolencias, del homenaje repetido hasta el cansancio, de los elogios póstumos de rigor que, por una vez, fueron sinceros y unánimes. Hasta la pantalla que lo mató primero tuvo que rendirse ante el legado de una persona que en ningún momento le dio lugar al escándalo.

Cecilia Morán

cmoran@colectivolapalta.com.ar