Luz verde al caos
/Cuando llegan las 4 AM, se abren simultáneamente todas las puertas que guardan la noche de diversión adolescente y no tanto. Las calles, hasta entonces casi vacías, se llenan de vehículos cuyos ocupantes recorren la ciudad en busca del esperado descanso o del after que les permita seguir de fiesta.
En ese momento, el más delicado de la madrugada, falla el principal sistema de control del tránsito. Los semáforos, en lugar de dar o negar paso, ya llevan un par de horas sin funcionar. Las esquinas se iluminan de forma intermitente, mientras quienes conducen tratan de imponerse ante sus pares que también quieren cruzar, doblar e incluso violar alguna regla, por qué no, si a esa hora vale todo. ¿O no es eso lo que el titilar de los semáforos quiere decir?
Se entiende que después de cierta hora y durante los días de semana, sea posible y hasta deseable algo de flexibilidad urbana. En una ciudad desierta, esperar la luz verde no tiene mucho sentido. Pero un domingo a la madrugada es otra cosa. Que intersecciones como la de las avenidas Belgrano y Viamonte no tengan semáforos funcionantes es una invitación al desastre. Lo mismo puede decirse a lo largo de la Mate de Luna. Cruzar cualquiera de esas esquinas, siendo tanto conductor como peatón, es una tarea arriesgada. No solo pueden pasar varios minutos hasta que se lo logra, sino también es un gesto que requiere pericia, valor y, en ocasiones, buena suerte.
Si la vuelta a casa no fuera masiva sino voluntaria, quizás el caos sería menor. Se trata de la diferencia entre volcar el contenido de un vaso de una sola vez o hacerlo gota a gota. Pero incluso en esas circunstancias, lo ideal sería que los semáforos sigan marcando el pulso de una ciudad que a las 4 AM todavía tiene mucho para vivir.
Cecilia Morán