Megacausa Jefatura III: De secuestros y torturas

Foto de Elena Nicolay | La Palta

Era casi la medianoche del cinco de diciembre de 1976, cuando los militares entraron en la casa de José Saldaño en Timbó Viejo, Burruyacú. Entraron sin ninguna orden, sin ninguna explicación, arremetiendo contra todo. Se lo llevaron y después fueron en busca de su hermano Alberto Palavecino, de apenas 17 años. Esa misma secuencia se repitió en la casa de Agustín López.

Con vendas en sus ojos los metieron en un auto y fueron trasladados a la escuela N° 250 de Burruyacú, a pocos kilómetros de sus casas. Allí comenzó la tortura. En aquel lugar les pegaron con mangueras, les picanearon todo el cuerpo durante cuatro días y les preguntaron por personas que no habían visto nunca.

El segundo centro clandestino al que los llevaron fue la Jefatura de Policía. Estuvieron casi 18 días sentados en un suelo frío, con la espalda apoyada en la pared y la incertidumbre como compañía. “Me han dado agua que tenía un gusto a cloro. Me obligaban a tomarla”, recuerda Agustín y, cada vez que menciona las torturas, frota las manos contra su pantalón.

Agustín y José trabajaban en una finca de Timbó. Otros de sus compañeros también fueron secuestrados. Mientras estaban en la Jefatura pudieron escuchar a Domingo Acosta, el capataz de la finca. “Él gritaba que no le peguen”, dice Agustín. Luego no lo escucharon más. Tiempo después, cuando se encontraban en el penal de Sierra Chica, se enteraron de que había sido asesinado por los militares.

El penal de Villa Urquiza fue testigo de nuevas atrocidades: los hacían bañar con agua helada y no les daban de comer. “Mi mamá nos buscó hasta que se enteró que estábamos ahí. Llevó una colcha y algo para comer, pero nunca nos entregaron”, cuenta José. Allí estuvieron en cautiverio hasta marzo de 1977 junto a Yamil Sucar, el dueño de la finca en la que trabajaban. Las torturas parecían no tener fin, hasta que los llevaron a Sierra Chica, el último lugar por el que pasaron antes de ser puestos en libertad, al menos para José y su hermano Alberto. Agustín fue llevado a La Plata.

Foto de Elena Nicolay | La Palta

El regreso

“Ahora te vas en libertad”, le dijo un militar a Agustín una madrugada. “Un muchacho me dijo te voy a mandar a la casa de mis tíos”, cuenta. No quiso anotar la dirección por miedo a que lo descubrieran, así que se la dijo al oído. Casa por casa, calle por calle, Agustín buscó aquel lugar para pedir ayuda y volver, de una vez por todas, a Tucumán. Cuando llegó a la casa de aquel muchacho, le dieron una taza de café y plata para el tren. Así pudo volver a su hogar después de más de un año.

Todos fueron liberados el 22 o 23 de diciembre de 1977. Agustín y José volvieron a trabajar en la finca. Ambos, junto a Alberto Palavecino y Yamil Sucar, figuran en la lista presentada por el testigo Clemente en el 2010. Allí aparecen como “blanqueados” y puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.

Hoy son víctimas sobrevivientes del terrorismo de Estado y cuentan su historia por primera vez frente al juez del Tribunal Oral Federal. A pesar de los años, es algo que ni olvidan ni quieren olvidar. Las fechas, los lugares y los detalles están presentes en sus memorias y ayudan a reconstruir aquella época oscura. Aquel cinco de diciembre de 1976 dejó en sus vidas una huella imborrable, pero también marcó el inicio de una lucha incansable por la memoria, la verdad y la justicia.