Despertares
/El femicidio de Lucía Pérez de 16 años fue la gota que rebalsó un vaso que está colmado desde hace mucho tiempo pero que extrañamente resiste. Una vez más es necesaria la brutalidad más atroz para despertar la solidaridad de una población que ve pasar abrumada los cadáveres de mujeres víctimas de la violencia machista.
El de Lucía fue uno de los 19 femicidios en lo que va de octubre, estadísticamente uno por día. Pero fue el único que impulsó a cientos de miles de argentinos a acompañar el reclamo de las organizaciones que cotidianamente militan para reeducar a la población acerca de los alcances de la cultura patriarcal. Una cultura que, aun ante el horror, se resiste a ser interpelada y combate a través consignas "razonables" como el #NadieMenos lo que parece que se cae de maduro: los femicidios no son hechos aislados ni parte de la cotidianidad de una sociedad violenta, son la expresión última de un cúmulo de violencias invisibles que sufren las mujeres (y las formas alternativas de ejercer la sexualidad) sólo por serlo. Una violencia que tiene cientos de expresiones y que está anclada en las prácticas cotidianas, que tiene formas sutiles que se dejan pasar o apenas si se registran.
Aunque en el reclamo se incluyen exigencias un Estado que no tiene ninguna reacción y que ve aumentar año a año las estadísticas que expresan la violencia machista (208 mujeres asesinadas en 2008 y 286 en 2015 según La Casa del Encuentro) no existen leyes que puedan acabar con este tipo de prácticas. Las leyes y las políticas vinculadas a evitar que la violencia termine en un femicidio son necesarias y urgentes. Pero lo que hay que cambiar son las prácticas culturales que sitúan a los varones en el vértice de la pirámide social, gozando de prerrogativas irracionales (como un sueldo mayor ante un mismo trabajo) y colocando a la mujer y las formas alternativas de la sexualidad bajo su mirada inquisitoria. Apremia que los niños crezcan sin los estereotipos que generan violencia simbólica, que los adolescentes detengan el torrente de prácticas instituidas, que los adultos deconstruyan sus hábitos aprendidos.
Reeducar a la sociedad es la tarea. Una sociedad que de a poco está abriendo los ojos y horrorizándose con los resultados de sus propias acciones. Que ni una muerta más pase desapercibida, que no sea necesario el empalamiento de una adolescente “como uno” para que el país se movilice. Basta de femicidios. Ni Una Menos.