Nacho, el campeón
/Por Gastón Iñiguez
En el momento de evitar el golpe, el combatiente ya prepara el suyo y, antes de que él mismo se dé cuenta, da una mortífera estocada, certera e irresistible.
Fragmento de Zen en el arte del tiro con arco, de Eugene Herrigel.
José Ignacio 'Nacho' Balcedo tiene 28 años y vive en un barrio de zona sur de la ciudad de Salta. Es profesor de educación física, esposo y padre de una nena de 7 años. Arrancó en el boxeo hace casi diez años porque no era muy bueno en el fútbol. Entonces le recomendaron la bolsa. Desde ese momento se convirtió en su pasión.
Actualmente Nacho pelea de forma profesional para el gimnasio del exboxeador y ahora entrenador de figuras en ascenso, Camilo Mohamed ‘Alí’, en los intercampeonatos de clubes, a veces contra contendientes locales y otras con peleadores que vienen de distintas provincias o países limítrofes. Tiene un record intachable de peleas ganadas por nocaut en los primeros dos minutos. Según él, le quedan cuatro años más de “esta vida” antes de ponerse viejo y comenzar a “hacerse pegar”, como le dicen en la jerga boxística. “En el boxeo lo más importante es lograr que te golpeen lo menos posible, ¿viste los guantes que usamos? Es como que te peguen con un ladrillo”, dice Nacho.
Balcedo tiene además un compromiso con los jóvenes, desempeñándose como coordinador institucional en un Centro de Actividades Juveniles de un barrio periférico de la zona oeste de la ciudad, donde se enseña boxeo de manera recreativa. También es profesor en la escuela municipal de boxeo del barrio Santa Ana I, en la cual tiene varios estudiantes. En esa escuela la principal función es sacar boxeadores para competir, pero el objetivo más grande que tiene Nacho es formar personas íntegras que puedan adaptarse al mundo. “Creo que la principal función que tengo al frente del espacio es alentarlos para que continúen sus estudios y se alejen de los vicios. El boxeo cumple un papel muy importante en la vida de estos chicos porque les enseña una disciplina y a mantenerse limpios, en buen estado físico, a la vez que adquieren herramientas para toda la vida”. Uno de esos chicos, de familia humilde y numerosa, se acercó a la escuela y demostró tener cualidades. Nacho lo apadrina y se lo lleva a su casa todos los días para darle de comer y mantenerlo lejos de la calle. “Por ahora es todo lo que puedo hacer. Ojalá pudiera ayudar a más chicos que están en su misma situación, pero no tengo cómo. Siento que si logro contenerlo, aunque sea un poco, el día de mañana tendrá más posibilidades de salir adelante y ayudar a sus hermanitos”.
De personalidad tranquila y silenciosa, al verlo no da la imagen de un boxeador curtido, mucho menos de alguien que puede derribar a su oponente en segundos. Esta noche, antes de salir al ruedo, mientras la adrenalina aumenta en el vestuario del mítico Club San Martin, Nacho se queda con la mente en blanco y mirando a la nada, como un maestro zen que medita antes de empuñar la espada contra su adversario. El resultado es infalible. Estudia al oponente y esquiva sus golpes haciendo gracia de una destreza técnica impecable. Vuelve hacia atrás y larga dos derechazos firmes que dejan al rival agachado en el suelo preguntándose qué paso. 1, 2, 3... 8, 9, 10. La campana suena y todavía los espectadores no han llegado a acomodarse en sus asientos cuando el juez declara el nocaut inevitable.