El sueño de volar

Por Julián Miana

Dormías muy cómoda en esa cama. Todavía pienso cómo hacías. Para mí era imposible dormir en cualquier cama de los hoteles que visitábamos.

Era plácido verte, yo fumando, vos con el cabello regado en la almohada y el cuerpo bañado en sudor, cubierto por esa fina película gris, puesta ahí en categoría de sábana blanca. Manchada por el incontable número de parejas que habían pasado ya por ella.

Estabas tan cansada, por el encuentro de la noche anterior, por la carga de la semana que no nos veíamos; no había ruido que lograse perturbar tu sueño.

Poco podía entender yo de tus problemas. Me mostraba interesado, pero vos me callabas y decías que no iba a entender, y yo… y yo insistía. Al final te daba la razón, vos sabrás, vos tendrás tus motivos.

Yo solo podía asumir que eran problemas con tu marido, que te pegaba, con tus hijos; tal vez con la escuela en la que trabajabas. No importaba; estabas conmigo y me pedías que no hablásemos de problemas. Hablábamos entonces, de las cosas que escribíamos, de lo que leíamos y sobre todo de política. La política te apasionaba tanto. A veces me decías que te querías morir. Que la humanidad y su capacidad destructiva te repugnaban. Estabas cansada; querías escapar. Querías ser libre;querías llevarme con vos, pero yo no aceptaba.

A mí me gustaba la vida. Yo era joven, caminar por las calles de México era para mí un privilegio. Entendías que yo tenía mucho por delante; estaba allí solo por un momento. Pronto estaría en otra parte.

Yo trataba de hacerte venir conmigo. Acompañarme de vuelta a Argentina, a vivir conmigo en mi departamento de la calle Roca. Compartir lo que podía comprar con mi bolsillo de estudiante de veinte años y tal vez hasta podrías trabajar en la universidad.

Destruías el sueño. Te era imposible abandonar a tus hijos y a tu marido. Venía lo peor cuando me recordabas que tu marido era un tipo muy poderoso y si lo abandonabas sería muy riesgoso para mí. Andaría tratando de esconderme hasta que no quedase lugar. Lo habías visto tantas veces. Y llorabas, lo odiabas, por qué elegí un mafioso, por qué no vi lo que era.

Discutíamos amargamente, levantando la voz hasta gritar. Los vecinos se quejaban. Interrumpíamos su coito animalesco con nuestras estupideces de pareja. Golpeaban las paredes y nosotros seguíamos gritando. Cada vez subíamos más el volumen y más se quejaban. Lo suyo era simple, estaban ahí por el sexo que no podían tener en otro lado.

La vorágine era tal que los dos llorábamos hasta que en silencioso llanto comenzábamos a besarnos. Al principio era pausado, tierno. Desprendíamos nuestras almas y lentamente las combinábamos en una sola. Un alma que quería volar.

Pronto, el arte se convertía en instinto, el huracán sexual se desataba en medio de deseos de sostenernos el uno al otro y saltar hacia la eternidad.

Sudábamos y nos desvestíamos a gran velocidad mientras que de los cuartos vecinos nos llegaban gemidos. Desnudos, hacíamos el amor con mucha pasión. Nos liberábamos de todas las cadenas que nos ataban y uníamos nuestra soledad y nuestra tristeza en un hotel de mala muerte situado en el Distrito Federal.

Terminábamos sonriendo y mirándonos a los ojos, cavando profundamente en el otro. Tomabas un poco de mi alma y yo un poco de la tuya. Después dormías hasta la madrugada. Yo jamás quedaba dormido, ni por cinco minutos. Te despertaba alrededor de las seis, tu marido volvía a las nueve de la hacienda. Nos bañábamos, nos vestíamos, besándonos, diciendo cuánto nos extrañaríamos aunque no pasábamos más de una semana sin vernos.

Te besaba en la frente y nos íbamos juntos, de la mano.

Una vez más yaces acostada ahí, mientras yo fumo y te miro. Se hacen las seis y es hora de devolverte a tu vida. Acostada ahí con una sonrisa en tus labios, no consigo que abras los ojos. Te muevo y te muevo. Extrañado comienzo a revolver la habitación con los ojos sin saber qué hacer.

Sigo pronunciando tu nombre en la habitación apenas iluminada por el sol. Sigues sin moverte. Reviso tu cartera, tal vez haya algo que me diga…

Un tubito llama mi atención. Adentro una nota y pocas pastillas.

Antes de leer la nota pienso en la noche anterior y saltan a mi memoria las sensaciones de extrañeza por no haberme dejado entrar al hotel para pagar la habitación. La pago yo, entrá y que no te vea nadie. ¡Te voy a controlar eh! Si alguien te ve se acaba ahora, y nos vamos cada uno a su casa. En el momento no lo pensé. Solamente era un juego, de los que yo nunca preguntaba y siempre jugaba. Esta noche no hubo discusión pero si muchos te amo.

Leo la nota y me dices que me vaya de la misma manera que entré. Que no deje nada. Que me amas y te agradezco por haberme amado. Me hiciste muy feliz.

Al final me pides que nos encontremos en el cielo en el que ahora crees. Voy a volar hacia ahí y te esperaré el tiempo que sea necesario.

Una vez más, me baño, me visto. Al final te miro dormir, te beso la frente y me voy.