Un jueves que no llovió

Por Julián Miana

A Gaby y a sus pequeños

Abril era una pequeña adorable, o una adorable pequeña, que recorría los valles del abecedario a la tierna edad de cuatro años. Siempre había tenido cosas para enseñar que nadie escuchaba; Hablaba con seriedad en su vocecita canela, de manos rosas y ojos grandes; tan azules.

La hermana mayor era la única que la escuchaba. ¡Gracias a Dios alguien! Que encima era su orgullo y a quién estaba dirigida su admiración –no podía ser de otra manera-.

Entre las hazañas que nadie entendía, estuvo el día que no llovió y que nadie se dio cuenta.

Ese día el cielo había estado morado. Abril tenía puesto su piloto amarillo, pequeño como ella. Tenía tiras de ajuste, cubierta plástica, todos los detalles y lo más lindo según ella: la capucha.

Sus botas para la lluvia le calzaban espectaculares.

Aunque había llovido poco, todo estaba húmedo aun. Las flores y las plantas mojadas, los pequeños insectos de colores que cruzaban ríos en hojas y en hebras de pasto.

La pequeña estaba bien preparada para eso, es más, podría haberse venido encima un diluvio y ella no se habría mojado.

Igual mamá recomendó llevar un paraguas y ella muy contenta adornó el postre con la cerecita que faltaba.

La señora hermana mayor de pelo desordenado también llevaba un paraguas a cuestas, la pobre, de niñera. Tenía que llevar a Abril a no recuerdo dónde.

Salieron a paso rápido como gustaba la más grande. Circunscripta a sus pensamientos, iba callada. Y mientras tanto, Abril observaba a los caminantes de esta ciudad en la que vivo. Era todo igual que siempre, sólo que mas acuoso y viscoso.

Daba a uno la sensación de alivio y frescura en un primer momento, pero de a poco se iba transformando en un hartazgo callado, en un deseo inconsciente por la sequedad.

Los ojos azules bien abiertos, bocinas sonantes, calles angostas, veredas derruidas, suciedad. La misma ciudad de siempre, en un día de lluvia. Pero había algo que no encajaba.

La gente parecía haber enloquecido. ¡Estaban todos con paraguas abiertos! Abril miraba con atención sin entender.

Decepcionada por no poder abrir el suyo, la falta de lógica le pesaba demasiado, y a la vez maravillada por lo alterada que estaba la percepción de esa gente preguntó en seco:

- ¿Por qué siguen usando los paraguas?

La hermana mayor saltó del verde a la realidad y pidió la repetición de la pregunta.

Abril reformuló:

- Ya paró de llover, ¿por qué siguen con los paraguas abiertos?-. Genialidad de cuatro años.

-Ah- contestó elocuentemente la hermana.

Francamente le molestaban los paraguas pero justo hoy no se había percatado del detalle.

-No se dieron cuenta, Abril- contestó con una de sus voces.

-¿Y si les digo?

- Bueno, deciles. Seguro de que de ahí no pasaba; por vergüenza, claro está.

Sorprendió la audacia en tamaño Junior: a la primera pareja que pasó, le dijo. Pero no tuvo resultado.

Después intentó con un señor que tenía unas bolsas, frente a una librería. Nada.

A todos les decía, pero nadie la escuchaba.

Todos egoístas preocupados por el dinero, el trabajo y no sé qué más. Se perdían de la vocecita de la pequeña que era una de esas que calientan el alma y la dejan lista, como comida al vapor un domingo a las doce con mamá y papá.

Llegaron a una esquina, Abril cabizbaja pero todavía atenta y la hermana apresurada por cruzar lento, junto con una chica de lentes de sol. Abril miró a este espécimen con atención, sin entender directamente nada. Cargaba un bolso en un hombro y un paraguas en el brazo opuesto.

- Eh- fría y seca, llamó a su hermana de nuevo a la Tierra –. Decíle.

-No, abril- Se estaba cansando de a poco la niñera.

Se tomó el atrevimiento con una decisión poco común en esas edades. Tenía la ventaja de tener a la refinada fotofóbica al lado.

Tiró de su chaqueta marrón con entusiasmo.

-Ya no llueve.

De nuevo, para mayor certeza.

-Ya no llueve, cerrá el paraguas.

Imperativa la nena, pero tierna. Tiernísima.

La flaca miró sorprendida pensando por un segundo que había sido la del pelo suelto. Bajó la mirada al instante para encontrarse con esta carita de mil primaveras, toda seria y con su atención concentrada en el objeto que discordaba.

Seguidamente sacó la mano del mundo de protección, del mundo paraguas que tan tranquila la había mantenido durante el día. Comprobó que efectivamente la lluvia había cesado y el mundo estaba por secarse.

-Gracias, mi amor- Dijo a la nena. Acarició su cabello.

El paraguas se cerró en dos movimientos y el semáforo se puso en rojo; ya se podía cruzar.

Abril siguió caminando con su hermana, muy orgullosas las dos de lo mismo. El pechito y los hombros en alto y una sonrisa de chocolate recién comido.