Instrucciones para cocinar un huevo
/Por Julián Miana
Figúrese un huevo en su mano. Todo blanco el pobrecito, tan chiquito y tan frágil. Vamos, imagíneselo. Ovalado, me gustaría que fuera redondo, como cuando es frito, pero con más volumen, con más presencia. Solo dele tiempo. Lo primero que hará será, con mucho amor, llenar un pequeño jarrón, o grande, es cuestión de gustos, con agua. Mucha agua preciosa, origen de la vida. Bien líquida, y puede ser fría o caliente, da lo mismo.
Ponga el agua en el fuego y que se caliente. Haga que se caliente, no espere que se caliente sola. Tiene que encender la hornalla para que el calor fluya, pero despacio, uno tampoco quiere apurar las cosas, porque todo termina mal. Colocará el huevo con precisión, despacio, casi deseando no dejarlo en el jarro porque estará muy solo. Extrañe el huevo, siéntase un abandonador, casi un maquiavélico orquestador de la soledad del pequeño individuo huevil.
Cuando el huevo esté colocado en el jarro, en el agua hirviendo, usted podrá dejarlo un tiempo, reposando en el calor. Como si esperara o esperase que una planta crezca, pero más rápido. Suelte todos sus juicios y valores morales para dejar al huevo hervir en paz. Procure no adelantarse demasiado, porque el huevo saldrá a medio cocinar, tal vez con la yema líquida y manchará todo. El proceso se habrá reducido entonces a un enchastre, una cochinada en el plato que babea amarillo, crema pastelera sin hacer, una vida sin terminar.
Olvidado un tiempo, de ocho a diez minutos, que parecen años, podrá observar que el cascarón jamás se rompe. El huevo por fuera parece el mismo que dejó usted en el jarro hace ya tanto tiempo, cuando todavía era joven e inmaduro. El agua hervirá un poco más. El tiempo pasará y el huevo seguirá con el mismo aspecto físico. Ábralo.
Se llevará una sorpresa como pocas: en su esplendor se encuentra este pequeño y abultado óvalo, todo blanco, aún después de removida la cáscara. Y podrá usted hacer lo que quiera con el huevo.
Podrá seccionarlo a la mitad y quitarle la yema para rellenarlo con un poco de atún y picadillo. Podrá cortarlo en círculos y hacer una ensalada. Podrá prepararlo con aceite y sal y comerlo en ese mismo momento, todo completo. Sea como sea, usted decide. Es hora de comer.
De cualquier manera, cabe advertir que el momento de extraer al huevo del jarro, quitarle el cascarón y esa desdicha llena de incertidumbre justo antes de prepararlo es el momento más decisivo del preparado, de la búsqueda de destino para aquel amiguito blanco.
Es muy importante tener algo con qué retirar el jarro, jarrito o jarrón, del fuego. Podría usted quemarse gravemente con el acero, o el metal, de lo que sea que esté hecho.
Proceda con extrema cautela a cubrir su mano con algún artilugio de algodón o material similar, para poder con tranquilidad cambiar el agua caliente por agua fresca. Vierta el agua caliente en la pileta de su cocina, y agregue agua fría. Si lo hace en el lavatorio del baño, o incluso en la bañera, no creo que haya demasiado problema.
La cuestión es que el huevo pueda retozar en silencio en el agua fresca que usted le otorgue. Al huevo le van a gustar los cambios, se sentirá en su adolescencia, en la promiscuidad del baño en desnudez, de un beso a los ocho años con la pequeña vecina. Deje en paz a su huevo durante esta parte también. No puedo dejar de subrayar la importancia que tiene la tranquilidad del pequeño albino durante todo el proceso. De otra manera su carne podría volverse tensa y arruinar toda la operación. Luego de otros cinco minutos, que también parecen años, el señorito estará listo para madurar. Usted removerá su cascarón y podrá sacarlo al mundo para completar el destino que se le dio desde un principio. Podrá usted comerlo de muchas maneras, pero él estará feliz.
Disfrute su huevo en soledad o en compañía, en ensalada, en pastel, en tarta. Tal vez con unos buenos fideos hervidos. El punto es que se sienta usted tan feliz como el huevo. Dos destinos cumplidos.
Y luego de todo eso, la vida sigue.