Piernas cruzadas

Por Julián Miana

Están al frente mío, charlando en una mesa como buenas amigas. Yo, tomando cerveza, sentado con las piernas estiradas y cruzadas al final. Fumo con el placer que fuma un fumador. Las miro de cerca, sin que ellas sepan que las estoy mirando.

Fuman ellas también. Una tiene los ojos marrones muy grandes. La otra tiene piernas bellísimas, contenidas por un pantalón de historietas. Son piernas terribles y cuando se para, y me da la espalda, puedo ver aquello que a los hombres nos encanta ver y es perfecto.

Están muy divertidas, contándose la semana en el trabajo, mirando sus celulares de vez en cuando. Sonriendo, rellenando los silencios. Hablando de lo cotidiano como hablamos todos. Con una mano sobre la mesa, el brazo opuesto inclinado sobre la cabeza, a veces la palma en la frente. Las ojeras pegadas a los ojos, porque es viernes y se han levantado a las siete de la mañana para poder terminar la semana sin una carta de despido, o una renuncia forzada o solo para tomarse un café caliente porque hacía frío a la mañana y estaba lloviendo.

Tienen una silla libre. Miro a los costados, para acercarme. Intentar salir de ese bar con el número de teléfono de una, o con las dos con los brazos alrededor de sus cinturas jóvenes. Se ríen más, la noche recién ha empezado, ¿para qué apurarme? Las veo mirarse y sonreír, las veo tragando de a poco el humo, y cómo el alcohol se va pegando a sus gargantas, abriéndose paso, anclándose en el hígado y dejando la realidad absoluta un poquito más lejos de ellas mismas, mientras todo va haciéndose más gris, un poco más nebuloso cada cuarto de hora. Así funciona la noche. Lenta, cada vez más lenta.

El tiempo no se mide en horas a partir de las dos de la mañana. Todo ha sido contado y comienzan los temas profundos o profundizadores, el no sé qué hacer con mi vida en algunas mesas, las risas cómplices, tenemos que dejarlo acá en otras mesas, tenemos que irnos cada uno a su casa, tenemos que levantarnos temprano, o vamos a otro lado, ¿por qué terminar la noche acá? Ellas no se mueven, se está tan bien, contemplando a las amigas, pensando en acercarme y pensando ¡qué carajo!, es viernes, dame otra cerveza y voy por el décimo cigarrillo en dos horas, el paquete está a la mitad ahí sentado al lado mío. El cigarro es un buen compañero, escuché decir. Lo saco de la boca, lo sostengo con dos dedos y lo miro un rato largo. ¡Cómo dejar a un buen compañero! Ni si quiera me gusta apoyarlo en un cenicero, lo siento tan lejos, y lo devuelvo a mi boca en un acto de protección paternal mientras él, como un hijo, me va matando de a poco. Me va consumiendo.

Y es la densidad misma de la noche la que al final no me permite acercarme. Ellas buscan, miran entre las otras mesas, habrá alguien disponible, habrá alguien que las mire a ellas -jamás se percatan de mí, no, no se percatan de mí- y es eso lo que a fin de cuentas están buscando. Buscan a alguien más con quien compartir su día, la constante carga del ser acá, tener este trabajo, alivianarse de ellas mismas en una noche de sexo sudoroso, de lágrimas en la cama por placer y un poco por la culpa que genera hacerse eso a uno, sexo escapista, sexo brutal e invisibilizador, que hace que el jefe se vaya un poco a la reconcha de su madre, y que mi mamá y que mi papá se callen un poco la boca acá arriba. Sexo brutal que hace que uno pueda tener una buena de descarga, arañando la espalda ajena, tocando las caras, besando los rincones, las pantorrillas, cogiendo como salvajes que somos, sólo así se coge, chocando, gritando, sudando en el otro, escupiendo, pegando, chupando. Así se coge. Y mientras tanto la noche sigue su paso, golpeando diferente sobre cada uno de nosotros.

Ellas siguen buscando, miran con algo de desesperación en sus ojos. Dura unos minutos. Ya en el siguiente cigarrillo, y la cerveza nueva que el mozo acaba de traer, se miran de nuevo, decepcionadas. Miran a la mesa. La de ojos marrones habla. Parece tener unos años menos que el pantalón de historietas. Los ojos marrones se ponen húmedos, hartos. Toman otro vaso. Los pantalones de historietas se mueven a su lado, le agarran una mano por encima de la mesa. Le acarician la mano lentamente. Los ojos marrones se sienten mejor, se sienten contenidos por esa amiga que conocen hace tiempo, que es tan linda, ahora que lo pienso.

Ella también le acaricia la mano, con la mano acariciada. La otra mano está bajo la mesa. Los ojos marrones sonríen con ternura. Las historietas levantan la mano, la piel tan blanca, y acarician la tez morocha de ojos marrones. Sube un poco. Con el índice acaricia su oreja, muy despacio. Sonríen las historietas, sonríen con todo el peso del alcohol, los cigarrillos, la noche que está pasando pero es mejor que no se termine. Ojos marrones le acaricia la cara. Intercambian palabras. Ojos marrones mira a la mesa, se sonroja. Se ve la mano bajando, bajando muy lentamente hasta los pantalones de historietas. Muerde la pierna con su mano. Y la mira fijo. La mira fijo, e Historietas no puede más, es hora de irnos. Al final del día, ¿quién necesita a los hombres? Para algo están las amigas.

Las veo a mi lado levantarse, tomarse de la cintura y caminar juntas, hasta la salida.