El porvenir de las múltiples cabezas
/Por Lea Ross de La Luna con Gatillo
Un tachero comenta que solo entró una vez al Centro Cultural Kirchner (CCK) y que es más común que lo visiten gente de afuera que los que habitan en Capital Federal. Un periodista de la ciudad de Córdoba le retruca: le asegura que muy probablemente, los porteños visitan lugares de Córdoba que ni ellxs conocen. La distancia, a veces, oscurece los horizontes. Y a veces, cuando se desvanece, todo brilla.
De alguna manera eso se pretendió hacer puertas adentro, como también por fuera, del CCK, al convertirse en la sede de una nueva edición del Mercado de Industrias Culturales Argentinas. Sus letras iniciales para conformar su sigla, MICA, que no dejaron de repetirse y decir presente en distintos carteles y pantallas durante las jornadas de entre los días 19 y 22 de mayo pasado. Su objetivo: potenciar la producción, visibilizar y fortalecer las industrias culturales, generando empleos de calidad y promoviendo la comercialización en el país y en el mundo. Osada la propuesta, como lo es la propia arquitectura de quien la cobija.
Por las noches, unos altoparlantes, que por momentos combinaron un poco de Charly García y de Michael Jackson, generaron cierta impaciencia para quienes esperaban una bienvenida que no se limitó solo a una proyección audiovisual reiterada en pantalla grande. La exorbitante intervención, con performance aérea, captaron los ojos despavilados, llevando una fuerte condecoración para una extensa y pesada jornada de charlas, presentaciones, expos y shows musicales, como se realizan de manera anual desde el año 2011.
En su interior, la inmensidad tanto vertical como horizontal del CCK transformaron al MICA en una suerte de hidra de múltiples cabezas, pero de dimensiones paralelas. Las escaleras y los ascensores, con algunas filas en espera, permitían el paso de quienes visitamos y recorrimos las distintas salas, casi de la misma manera en que El Principito saltaba por los distintos planetas.
Con una planta baja, repleta de stands de editoriales que ofrecieron fisgonear sus libros en venta, los curiosos iban y venían, desorientadxs por lo extenso del cronograma, y ávidxs por saber cómo se hace para subir a uno de los nueve pisos que conforman el establecimiento. En una sala, se podía encontrar a un payador y un rapero, amagando con hacer un duelo. En otra, distintas mesas con computadoras y joysticks permitieron libremente ejercer el ocio de los distintos videojuegos desarrollados localmente. Entre ellos, encarnado a la mismísima “Luz Mala”, vagando por un lúgubre bosque. Una montaña de pibes se amontonaron, con sus celulares a mano, en la “Masterclass: Argentina Suena”, impacientes por ver a artistas referentes de la talla de Trueno y Cazzu. Yendo para el último piso, conocido como la Cúpula, lo gastronómico también se hizo presente, aún cuando el término “industrias culturales” pareciera no ofrecerle la bienvenida a manjares provenientes de distintos territorios del presente país.
Y es que las distintas ramificaciones que se pudieron encontrar en el MICA, difícil de desenredar, permiten a la vez generar sus propias subramificaciones. Cualquier perspicaz habrá notado más de una charla informal entre dos o más figuras que ejercen algún emprendimiento cultural que, por fuera de toda actividad y con el mero encuentro fortuito que garantiza la presencialidad en el lugar y el momento adecuado, se podía detectar un afán de lograr acuerdos para seguir impulsado redes. Esa informalidad, casi imperceptible, existió también por esas gran cantidad de salas y pasillos en movimiento.
Miles de rondas de negociaciones, entre los miles de emprendimientos culturales que se puedan ocurrir, se concretaron en estos cuatro días en una búsqueda por lograr el armado de esas redes, de expandir el espectro industrial y llegar, incluso, a la exportación de sus productos a nivel internacional.
Ese afán estuvo presente. Plegado de luces y sonidos de lo más vistoso. Y con la incertidumbre de un porvenir inquietante, como lo fueron esos cuatro días.