Querido diario

iLUSTRACIÓN DE lA pALTA

Por María Pía Delgado Juárez

¿Quién no escribió alguna vez, cuando era niña, su mayor secreto en un cuadernito ilustrado con imágenes de estrellas y hojas amarillas? Oculto bajo siete llaves, yacía en el rincón más oscuro del último cajón del ropero. Nadie podía saber de su existencia, y mucho menos leer lo que escribía a corazón abierto en las noches.

De día, no hablaba con nadie y escuchaba atentamente la clase de ciencias sociales, dispersándome en pensamientos mientras la maestra hablaba sobre la Revolución de Mayo. Durante los recreos, observaba el comportamiento de los demás y escuchaba los murmullos y las risas de aquellos que me consideraban rara. Todo aquello se lo contaría a mi fiel amigo de papel, al que esperaba encontrar a la misma hora y en el mismo lugar.

Los meses pasaban y las hojas se acababan; era lo más triste que podía pasar. Pero la vida continuaba y siempre encontraba dónde seguir escribiendo. Era mi lugar seguro en ese mundo donde aparentemente nunca iba a encajar. Hasta que un día mis padres me comunicaron que debía cambiarme a una nueva escuela y aprender inglés, junto con el nuevo recorrido que comprendía 13 kilómetros de ida y otros 13 de vuelta.

Nueva rutina, nuevas personas, nueva etapa de vida. Esa noche le conté lo nerviosa que estaba ¿sería todo igual o en ese lugar encontraría un amigo de carne y hueso? la ansiedad empezaba a apoderarse de mí. Había nuevos ojos posados sobre mi persona, pero esta vez no me miraban como a un bicho raro. Los días pasaron y en poco tiempo ya era parte de un grupo pequeño pero sólido. En esos días, las hojas de un nuevo cuaderno sin dibujos ni colores se fueron llenando de letras que habían cambiado su tamaño y su estilo, hasta parecían felices con el nuevo presente.

Llegó el día en el que pensé en el futuro ¿Qué quiero hacer con mi vida después de esto? Pensé en mis pasiones: escribir, fútbol, ciencia, números. Quiero ser periodista, dije, pero deportiva. Mientras soñaba despierta, una cachetada de realidad me bajó de esa nube. ¿Quién iba a tomarse en serio a una mujer en una cancha de fútbol? Y peor aún, mis padres no apoyaban bajo ninguna circunstancia que estudiara periodismo. "Estudiá para contadora", me decían. Amaba los números, pero no era lo que realmente me apasionaba.

Pasaron un par de años. Me había enamorado de mi mejor amiga; nadie podía saberlo, ni siquiera ella misma. Por un tiempo le escribí los más lindos poemas que se me ocurrían, ocultos en ese rincón donde nunca nadie los vería. Me aterraba que alguien los pudiera encontrar y leer. Una adolescente como yo, gruñona y malhumorada, no podía mostrarse vulnerable y dulce delante de este mundo cruel que espera un movimiento en falso para atacar. Algún día tal vez podría publicar un libro con ellos, de forma anónima por supuesto. Volvía a soñar con ese futuro que cada vez parecía más lejano.

Y un día pasó lo que en cualquier momento pasaría: encontraron mis escritos. El terror invadió cada centímetro de mi ser. Me descubrieron, ahora saben quién soy. Mi mundo se derrumbó. No hubo preguntas, solo una mirada fulminante y silenciosa que atemorizaba al más fuerte soldado. Acabó con mi sueño y lo encerró para siempre. Como un cuerpo sin alma, así siguió mi vida durante los siguientes meses, un robot que hacía lo que le decían que era correcto. Dejé de escribir y mi vida se volvió una mentira encubierta. Ya no era la rara, sino una persona más del montón que estudiaba ciencias económicas y tenía una relación escondida dentro de cuatro paredes. Los años pasaban y no avanzaba en la carrera; la frustración era cada vez mayor.

Un día tomé valor y la dejé. Empecé a trabajar y de reojo observaba las publicidades de una academia que dictaba la carrera de periodismo deportivo. Miles de preguntas y ese sueño que permanecía encerrado afloraban en mi cabeza ¿cómo iba a costearlo? Ya era una decepción para mis padres haber dejado de estudiar y una frustración para mí no haber tenido el coraje de tomar mis propias decisiones. En el almuerzo del domingo, mencioné la idea de volver a empezar a estudiar lo que realmente quería. No hubo caras felices, pero tampoco rechazos. Otra vez me sentía frustrada. Hasta que apareció mi tía, la que siempre me había apoyado, y me dijo que hiciera lo que me gustara de una vez.

Así empezó mi amor por el periodismo deportivo. Todo marchaba mucho mejor de lo que imaginé. Volví a escribir y empecé a cubrir eventos deportivos. Por fin me sentía plena, era mi lugar en el mundo. Pero como siempre, algo tenía que ocurrir en mi vida: una enfermedad me costaría estar dos meses fuera de todo. Nunca pude recuperar el tiempo perdido; ya no estaría con mi grupo de trabajo, la cuota había subido, y otra vez los fantasmas. Con un gran pesar decidí dejar de lado otra vez mis sueños.

Pasaron unos cuantos años y conocí la carrera de comunicación social. "Es aquí", dije, y nuevamente me embarqué en estudiar. Esta vez no voy a abandonar. Esta vez es la definitiva, me prometí.

Aquí vamos con depresión, frustración y miles de trabas más en un barco que ya no es de papel y se banca cualquier tormenta en este mar furioso que es la vida. A cumplir el sueño de aquella pequeña, escribir para el mundo.

Escribir ha sido mi refugio, mi forma de expresión y mi medio para entender el mundo. A pesar de las dificultades y los obstáculos, siempre vuelvo a las letras, a esa necesidad de plasmar mis pensamientos y emociones en papel. El día del escritor es una celebración de todos aquellos que, como yo, encuentran en la escritura una forma de vivir, de soñar y de resistir. Es un homenaje a quienes nunca dejaron de creer en el poder transformador de las palabras y a los escritores que con sus obras nos inspiran a seguir adelante. Porque, al final, escribir es un acto de valentía y amor, un legado que trasciende el tiempo y las circunstancias.