Reubicar el terror

El garaje de la casa de Orlando Suárez fue la meta a la que jueces, abogados de la fiscalía, las querellas y las defensas y algunos periodistas acudieron velozmente para refugiarse de la intensa lluvia que se desató a media mañana en la ciudad de Lules. A medio camino por un pasaje donde el escaso asfalto se veía tapado de barro está el hogar de Suárez. El encuentro tuvo como objetivo tomar declaración al dueño de casa, secuestrado en marzo de 1975 y que por problemas de salud no pudo asistir al Tribunal Oral Federal. Orlando relató los acontecimientos que se desarrollaron cerca de la medianoche del 23 de marzo de 1975 durante “el casamiento de San Pablo” (Operativo Independencia: del festejo al infierno). Según Suárez, alrededor de las 23 horas, efectivos del ejército irrumpieron en la celebración de la boda de los Carrizo llevando a un hombre al que exigían que señalase a los invitados al festejo. Las personas indicadas, entre las que estaba Orlando, fueron apartadas y subidas a diversos vehículos. “El hombre estaba muy golpeado y señalaba a cualquiera. Incluso marcó a un hombre que venía de Francia”, contó Suárez. Además, declaró no haber tenido ninguna participación política ni gremial en aquella época, pero sí recordó que la camioneta en la que lo trasladaron pertenecía al Ingenio San Pablo donde se desempeñaba como operario por aquellos días.

Orlando luego relató que fueron trasladados a una casona que estaba dentro de las instalaciones del Ingenio Lules. “Allí me tuvieron un día y medio, me vendaron los ojos y me picanearon”. Lo golpearon tanto que tenía el abdomen hinchado. Para saciar su sed le dieron agua con sal, “Tenía la boca ampollada por la picana y cuando me dieron eso el dolor era insoportable”. Luego lo trasladaron a la Escuela Diego de Rojas, donde funcionó el primer centro clandestino de detención del país. Allí lo tuvieron durante tres meses en condiciones inhumanas. “Me torturaban casi todos los días. Las condiciones de higiene eran muy malas, teníamos tan mal olor que cuando entraban los guardias sentíamos el olor a limpieza”. Entre sus captores el detenido recordó a un cura que años después reconocería en la calle. “Nos pedía que dijéramos lo que sabíamos. Yo creo en Dios, gente como él no va a lograr que deje de creer, Dios me dio fortaleza para salir de ahí y seguir mi vida”. Allí Suárez se encontró también con vecinos y amigos secuestrados junto a él. “En esos momentos uno prefiere que lo maten. Yo pedía a Dios que me llevara. Para darnos fuerzas nos agarrábamos de las manos”. El relato de Suárez se cortó en lágrimas y por única vez durante su testimonio tuvo que tomar agua para continuar.

En junio de ese año, tres meses después, fue liberado y pudo volver a trabajar en el Ingenio San Pablo pero “a pesar de tener competencia técnica me mandaban a hacer los peores trabajos, a trabajar con el bagazo, a limpiar los baños. Me mantenían aislado, pero yo  tenía un bebé y una familia así que no me quedaba otra que seguir con lo que tenía”.

Luego de dar por finalizada la entrevista con Suárez, la comitiva encabezada por el juez Gabriel Casas se trasladó al interior del ex Ingenio Lules donde se reunió con otros cuatro testigos que reconocieron el lugar. Manuel Andrés Yapura (también secuestrado durante el casamiento de los Carrizo), Miguel Martínez, Mario De Simeoni y Juan Abel Ruiz recorrieron las instalaciones del ingenio de la familia Nougués y recordaron los lugares donde funcionaba un destacamento militar. En el recorrido, al lado de un gomerón de una inusitada dimensión, los testigos reconocieron el lugar donde se encontraba un chalet que funcionaba como base del ejército. En sus descripciones se reconocía perfectamente el caserón (hoy desmontado) a donde fue trasladado Orlando Suárez en primera instancia. “En esas raíces —contó Miguel Martinez señalado al gigantesco árbol— me mantuvieron atado durante una noche”. El gomerón, ya sin vida, acompañó con su impronta al tétrico relato.

El recorrido de los testigos ayudó a reconstruir algunos de las sendas del terror que se instauró desde un año antes del golpe de Estado y que fue el antecedente de la brutalidad con que éste se desarrollaría. Para el fiscal Agustín Chit la descripción acerca de los espacios dota de veracidad a los relatos que muchas veces se desdibujan en la sala de audiencias. Asimismo consideró que el chalet que funcionaba dentro del ex Ingenio Lules puede ser considerado un centro clandestino de detención ya que, aunque fuera un lugar de paso, allí se trasladaba a detenidos se los interrogaba y torturaba.

Fotografías de Elena Nicolay e Ignacio López Isasmendi