Jugar con Fuego

Por Julián Miana para E. y M.

Y solo fue la inocencia lo que perdimos después de que el reloj marcó las siete de la tarde. Era un domingo bastante gris, propio de pueblo chico. Sin más diversiones que conocer verdaderamente a la otra persona, sin mayores profundidades que escuchar.

Es lo bueno de la curiosidad, que nunca se termina. Es lo bueno de ser adolescente, que uno está hecho para ser curioso. Casi como un niño que puede jugar, con el entendimiento de empresas mayores, con ciertas profundidades, pero todavía uno puede jugar, todavía uno puede divertirse sin renegar por todo sin mirar la factura de la luz y las fechas de vencimiento.

Excelentes los juegos, excelentes. Y aún mejor cuando comienza como un juego. Estar tirados en el sofá de la casa de los padres de cualquiera de los o las participantes. Y comenzar a mirar una posibilidad o la otra. Establecer ciertas reglas comunes y en su mayoría tácitas. Un domingo no te para nadie, porque el domingo es un día muerto, en el que pocos saben qué hacer, cómo sobrevivir. Son pocos los que encuentran la solución para tal penuria.

Nosotros sentados. ¿Te acordás? Vos diciendo ¡qué aburrimiento! y ¿qué querés hacer?, empezando a hablar de a poco, y haciendo esas preguntas que uno jamás hace y que tienen poco sentido salvo salir de ese tiempo muerto en el que nada pasa. Avanzar en el cuestionario y de repente encontrar que tu aspecto ha cambiado. Que crecer te ha sentado mejor de lo que me había dado cuenta, que quizá estaría bueno salir e ir al parquecito solitario.

Llegar al parque para darnos cuenta que sí, estábamos solos. Muy solos. Que en esta vida todos nacemos y morimos solos y la compañía es algo que escasea, por qué no estar acompañados de una persona que nos conoce tanto. Por qué no mirar dentro de casa antes de andar explorando llanuras y mesetas que pueden terminar en una caída al vacío. Y que el día siga estando gris, muy propicio para juegos de mesa.

Primero mover una pieza a ver si el rival responde. Los juegos son así, alguien debe comenzar y el ser humano que ahora se constituye en rival debe dar una respuesta. Es primordial saber que la respuesta al primer movimiento es la que decidirá la parte más importante del juego. Quién está dispuesto a jugar.

Darse cuenta de que el rival movió a la ofensiva y comunica ahora que sí, juego. Si lo puedo llevar hasta el final es otra cosa, pero ya es un avance. Darnos cuenta de que el juego avanza viento en popa, en un parque en donde somos solo dos y el juego se está jugando sin tablero y sin experiencia. Casi, sin experiencia. Exceptuando programas en la tele, comentarios de los padres y de algunos amigos que son mas grandes pero siendo conscientes, muy conscientes de que el juego no ha sido el mismo. No exactamente el mismo.

Extender una mano para mover la pieza que hace falta. Entender que la pieza se está moviendo sola, dar lugar a que el movimiento se desarrolle en plenitud. Mover de nuevo porque eso significa un turno largo. La vida es a veces eso, un solo turno largo en el que no se pueden tirar los dados dos veces para hacer la misma jugada y en el que el tablero cambia constantemente, gira, salta, vuelve a un lugar viejo -siempre vuelve a un lugar viejo- y avanza de nuevo. Uno debe siempre estar a la altura de los juegos que juega, porque sino todo se convierte en un juego de Internet en el que la velocidad de conexión no alcanza y a uno lo desconectan por lento.

Y en el parque todo se vuelve festejos. La tarde avanza lentamente y la exploración sigue, ambos hemos leído las Veinte mil leguas de viaje submarino. Cómo puede uno estar sentado donde está sentado y pensar en Julio Verne o en Julio Cortázar, no es algo que pueda entenderse a la ligera, si no se tienen a manos ciertos conceptos de semiosis infinita. Las manos se mueven, las piezas se mueven, las sonrisas acompañan este juego de niños, estas horas de diversión en las que uno debiera estudiar o estar con la familia según los preceptos sociales, pero como los juegos, los tiempos cambian, la familia se ha deshecho frente a crisis por papeles que faltan, mensajes y llamadas que sobran o que no deberían estar ahí. Y el estudio ha devenido en archivos de texto del cerebro que poco importan, que poco uso tienen. El mundo real es este juego durísimo. Y durísimas son las condiciones en las que se avanza y en las que uno puede seguir, pero una personita muy sabia me dijo que se tienen solo dos opciones. Aceptar o no. Y la segunda implica perder por anticipado. A mí no me gusta perder, soy muy competitivo. Por eso sigo la corriente, sigo la jugada, y las manos se transforman en serpientes. Las manos se transforman en viento que nos va tocando por todos lados. Y ese viento se hace una brisa helada, propia de los pueblos chicos. Propia de los domingos a las nueve de la noche. ¡Cómo ha pasado el tiempo desde las cuatro en donde estábamos sentados en el sofá! El mundo entero ha cambiado, porque lo que antes era aburrimiento para dos niños se ha transformado en besos desaforados de dos adultos, que no entienden muy bien ni cómo ni cuándo, pero el presente es ahora y hay que disfrutarlo así, por algo pasan las cosas. La brisa, el viento se ha vuelto implacable para nuestras remeras mangas cortas, la mía blanca y la tuya verde, para nuestros pantalones del mismo color y para nuestras piernas desnudas.

No podemos volver, ni a mi casa, ni a la tuya. Tampoco podemos volver en el tiempo, esto se ha hecho. Ya ha pasado. ¿¡Que nos queda sino vivirlo?! A veces uno está tan solo. Es hermoso poder encontrarse con un alma parecida, que padezca los mismos olvidos y las mismas omisiones que ha padecido uno tanto tiempo. Frustra un poco saberla escondida en el patio propio, el último lugar en donde a uno se lo hubiera ocurrido buscar. ¿Cómo se te ocurre venir con alpargatas? ¿Cómo se nos ocurre estar tan desabrigados? Vamos, vamos, no doy más de frío.

Caminar con las manos disimuladamente enlazadas porque pueblo chico infierno grande, y no conocer mucho la zona, ni ser conocidos en ella ¡Gracias a la vida! porque los tenderos y los vendedores de diario están también muy aburridos y qué mejor que andarse con chismes, que aunque sean verdad y aunque no sean jamás tenidos por verdad serán creadores de incomodidades en las mesas y en las sillas y en las camas futuras. Por tanto, averiguar con la mirada, indagar rápidamente en los ojos y en el cartel de hotel que se presenta pasadas las dos cuadras del territorio que ni vos ni yo, ni nadie del microcírculo conoce.

Caminar con las manos a los costados, hablando de otras cuestiones hasta la entrada. Con la ansiedad en los dedos de los pies que revientan las zapatillas y las alpargatas. Caminar con la expectativa de qué pasará mañana y la vivencia del presente. ¿Qué pasará ahora?

Encontrarse con una recepcionista que mira, pero no debe juzgar, no te pagan para eso querida. Una pieza, sin mucho dinero en los bolsillos pero alcanza. Justo y con unos pesitos de sobra. Confío en vos, pero siempre es necesario cuidarse así que compremos una, justo ahí en el hotel. Hacer todo rápido y torpe porque así se hacen las cosas por pasión, rápidas y torpes.

Entrar a la cama pobremente tendida y hacer el amor como animales. Algo que has venido deseando por tanto tiempo no va a tener recatos. Comer después de cuarenta días en el desierto no requiere ni tenedor ni cuchara, y uno corta con los dientes. Uno toma el agua del pico. Eso si, tampoco se es tonto y se manda un mensaje, me quedo a dormir.

Y uno se despierta la mañana siguiente, agotado, con el sudor todavía fluyendo. El desierto a veces es demasiado largo. Son miles de kilómetros que uno transita a la deriva. Cuando encuentra uno una ciudad no quiere salir nunca, no quiere volver a adentrarse porque vaya a saber cuándo se puede salir.

El juego se ha terminado y no hay ganadores. Tampoco hay perdedores. O ganamos todos. Me parece que ganamos todos. Al menos yo gané ese día, porque al abrir los ojos te encontré a vos. Encontré tus ojos celestes mirándome, y encontré que mi mejor amigo me daba los buenos días. Encontré la libertad que necesitaba con mis brazos entre los tuyos. Dos niños jugando. Y eso fue el domingo, dos niños jugando a ser hombres.