Burocracia

Por Julián Miana

Mamá debía entrar en la sala de Diagnósticos alrededor de las once. Era el último minuto, y aunque era una medida protocolar no podía seguir adelante. Ya sabíamos, cáncer a los huesos, ya sabíamos. Los médicos del seguro social habían entregado los resultados a papá tres meses después del pedido, cáncer a los huesos. Y sin embargo seguíamos adelante, porque no había otra. Papá no tenía mucho dinero, y ambos trabajaban para llegar a fin de mes, con la moneda devaluada, con mamá de pronto en recaída sin trabajo, con la comida apenas. 

Por mamá yo hacía las filas eternas, a veces de cinco o de seis horas, dos veces por mes para que los medicamentos no se acabasen. Pero llegado este momento ya era inútil. La quimioterapia era la única solución plausible, hasta que no lo fue más. Y mamá, pelada, débil, sin demasiadas ganas de vivir de no ser por papá, mi hermanita y yo; papá con ojeras de varios metros hacia abajo; mamá sin fuerzas para moverse, debía ser operada. Operada de urgencia, nos dijo el médico después de ocho horas de espera y muchas hojas que papá tuvo que firmar.

Tiene que autorizarse, firmarse, sellarse, archivarse, sacarse, volverse a abrir, a cerrar, inspeccionarse. Su señora será operada, Gandolfo. Sí será operada; pero si no presenta esto, imposible.

Después no era una opción le dijeron a papá. Había que hacerlo antes.

Papá inició los trámites y tres semanas después de que nos dijeron que mamá debía ser operada con urgencia, estábamos ahí. Mi hermanita con mi tía, mamá en camilla, yo y papá en la sala de espera, esperando que la ambulancia que había demorado cuatro horas en llegar, trajera a mamá. Cuatro horas porque había un sello mal, pero ya llegaban. Llegaron.

Mamá debía entrara en la sala de Diagnósticos a las once y eran las diez. Mamá estaba en el hospital, cuando el doctr Ravonich se acercó a papá. Su prestadora necesita estos papeles firmados. Firme y llévelos a información en el primer piso, por ahí por la escalera de la izquierda. Baje los cinco pisos, se los entrega a Nilda, y únicamente a ella. Lo firma el jefe del departamento, el director de operaciones y el asistente del cirujano. Para las once, Gandolfo. Sino no la puedo operar.

Papá corrió, firmó, bajó, buscó a Nilda que se había ido a comprar Dios sabe qué. Llegó a los quince minutos, para cuando el asistente del cirujano se había ido a revisar la entrega de un mueble en el piso tres. Papá subió los dos pisos, para encontrarlo muy metido en una conversación sobre el uso de células madres en pacientes terminales, a lo que el doctor por supuesto se oponía -Si los pacientes se curan perdemos- le había escuchado decir Papá.

Terminadas las firmas subió a verlo al doctor. Pero a la firma del jefe del departamento le faltaba el documento. Papá bajó. Aclaró y documentó el jefe.

Gandolfo, lleve estos papeles a operaciones. Que los sellen y largamos. Después de una fila de media hora con los papeles sellados, Mamá entró en la sala de diagnósticos a las once. Mero protocolo. Debían decirle que sí, cáncer de huesos operable. Pero el doctor que hacía los diagnósticos estaba ocupado con una cosita de cinco minutos. Para un diagnóstico que figuraba en las hojas. Lo confirmó veinte minutos después. Y le mandaron a Papá a firmar papeles, a hacer llamadas.

Mamá entraba con tres semanas urgentes de atraso a la clínica, con una hora de anticipación para la cita, y a tiempo para el diagnóstico que ya conocíamos. Mamá murió en la mesa de operaciones antes que pudieran hacer nada, porque llamaron de la obra social y dijeron que faltaban papeles. Que faltaban una firma y dos sellos, que faltaba un acta de nacimiento. Mamá murió porque no aclararon una firma y sin eso el cirujano se negó a operar, después a quién podría cobrarle. Mamá murió en la mesa de operaciones, por una urgencia de la burocracia.