Visibilidad lésbica: ser torta en el barrio

 
 
Soy torta, chonga, negra, india, coya
— Norma Salica
FOTOGRAFÍA DE eLENA nICOLAY | la palta

FOTOGRAFÍA DE eLENA nICOLAY | la palta

Norma Salica tiene 65 años y dice que está dando la curva de la vida. En 1978 ingresó a la Escuela de Educación Física de la Universidad Nacional de Tucumán -ahora Facultad-. Por diez años ejerció como profesora en el nivel primario. Renunció a su cargo y pateó el tablero. “Siempre fui rebelde, y los horarios y la burocracia no son lo mío. Soy peronista, pero no tengo patrón”, dice y cuenta que su siguiente trabajo fue como vendedora independiente en las ferias de la ciudad. Hoy hace jardinería y es una de las más recomendados en las redes sociales. 

Hace 65 años que vive en el barrio en el que nació. Hincha acérrima de San Martín, su casa queda a media cuadra de la cancha de Atlético. Jugó al vóley en el club rival aunque siempre se mostró orgullosa de los colores que comparte con su papá, el hombre que en los clásicos colgaba la bandera para recibir a la hinchada visitante. Norma habla de salir del clóset y sabe que nunca es uno solo, el último fue hace un poco más de una década. 

Entre sus plantas, con sus gatitos dando vueltas, con varias banderas multicolores desplegadas en la casa, con la imagen de la Virgen del Valle en un pequeño altar, habla de sus convicciones y sus luchas.

-El 7 de marzo fue el día de la visibilidad lésbica, ¿qué reflexión te genera?

-Es una fecha muy importante. Por un lado, recordamos el asesinato de la Pepa Gaitán -la joven cordobesa asesinada en 2010 por el padrastro de su novia-, y por el otro, la visibilidad lésbica tiene que servir no solo para que se sepa que existimos sino también para que se conozcan las situaciones que atravesamos y las necesidades que tenemos como comunidad. De ahí después vendrán la aceptación, el respeto y también las políticas públicas. Además para que aquellas lesbianas que todavía no se animan, salgan del clóset. No solamente las jóvenes sino las chicas grandes, porque hay muchas lesbianas de mi edad que no se animan, que se ocultan por diferentes razones. Mostrarnos es una manera de decir ‘animate porque no es tan jodido salir del clóset; si estamos juntas la mochila es menos pesada, vas a ser más libre’. Nos merecemos ser felices sin ocultarnos. 

-¿Cómo fue para vos vivir en el clóset?

- Fue difícil, imaginate mi adolescencia en los 70. Intenté ponerme de novia con un muchacho y ante el primer acercamiento sentí un rechazo total. No encontraba mi lugar; iba a las fiestas y veía las parejitas y tenía ganas de estar con alguien, pero no me animaba. Si bien en el colegio no sentía ese miedo a que me hicieran algo, tampoco me mostraba. Donde sí sentí y supe lo que era el miedo fue en la facultad. Temía no aprobar porque era muy común que algunos profesores tuvieran marcadas a las chicas como tortas, y no las aprobaban. Tenía mucho miedo de que alguien se diera cuenta y me ataque. He sufrido mucho esto de esconderme. Cuando entré a la facultad ya estaban los militares y no se hablaba de la diversidad. Se veía más la homosexualidad en los varones, los mariquitas, pero de las mujeres, nada. Era difícil cuando alguien te gustaba porque tenías todo el tiempo miedo al rechazo, a que te acusen y te ataquen.

-¿Cómo fue salir del clóset?

-Fue hermoso. Cuando estudiaba en la secundaria iba a voley aquí, en la cancha de Atlético, y cuando íbamos a torneos en otros lados nos separábamos en habitaciones: siempre las lesbianas quedaban juntas y yo me iba con las hetero. De eso me arrepiento, porque las escuchaba reírse y divertirse, y hubiera querido estar ahí, pero no me animaba. En la universidad me mantenía callada por el miedo, pero cuando empecé a trabajar en las ferias (vendiendo ropa o cosas que traía de Bolivia) me empecé a mostrar como era. Me di cuenta que iba a todas las ferias menos las que se hacían en la cancha del barrio, entonces empecé a pensar ¿por qué no voy? Y ahí me di cuenta de que no me mostraba principalmente por las personas más grandes que yo, las señoras del barrio. Me dije: ‘no me tiene que importar la gente, si ellos no me dan nada ni les debo nada’. Y me animé. Salir del clóset era ir mostrándome como soy en todos lados y que los demás se dieran cuenta. Sin embargo, la primera vez que hablé y lloré fue cuando hablé con mis compañeros de la facultad. Pero para eso pasó mucho tiempo. Fue hace unos diez años.  

FOTOGRAFÍA DE eLENA nICOLAY | la palta

FOTOGRAFÍA DE eLENA nICOLAY | la palta

-¿Qué disparó la necesidad de hablar con ese grupo de ex estudiantes?

-Yo dejé la carrera al terminar tercer año y empecé a trabajar cuando ya estaba habilitada para enseñar en el nivel primario. Trabajé 12 años como profe y dejé también la docencia. Con el tiempo nos volvimos a encontrar. En una de esa reuniones, uno de los chicos hizo una broma y les dije que eso me ofendía. “No solo me ofende sino que me hiere porque yo soy torta, lesbiana, tortillera o como quieran decirle”, les dije y lloraba. Me abrazaron, se emocionaron y me dijeron cosas lindas. Ahí quedé muy livianita. A veces les mando una foto diciendo que me siento Evo -Morales, ex presidente de Bolivia- porque tengo las facciones de coya y me dicen mini evo porque soy petisa. 

-En tu casa, con tu familia, ¿hubo un momento de sentarse y decirles que sos lesbiana?

-Nunca fue necesario. En mi casa todo fue muy natural. Creo que en algún momento se dieron cuenta porque desde chiquita fui bien chonga, pero nadie me hizo sentir que estaba mal. En ese sentido me sentía contenida, sentía el afecto, no era rechazada. Mi familia fue y es mi gran ayuda y creo que es lo que me ha posibilitado ser más yo. Que tu familia sepa y te respete es un alivio. 

-¿Cuándo empezaste a militar?

-Creo que milité toda la vida porque las desigualdades siempre me molestaron y sentía que algo tenía que hacer. Y siempre me metía a defender al que veía más débil. Pero empecé a militar orgánicamente en Crisálida -la primera biblioteca popular de género, diversidad afectivo sexual y derechos humanos de la provincia, inaugurada en 2009- y me di cuenta que podía ser un nexo entre las chicas del barrio y las que están preparadas mejor que yo. Después no paré más, me fui de Crisálida y armamos Las Tucumanesas, agrupación en la que estoy hasta hoy. 

-¿Por qué eligieron llamarse Las Tucumanesas?

 -Las Tucumanesas nacen en 2011 y el nombre es en honor a Manuela Pedraza, una tucumana que se casó con un militar y no se resignó a ser lo que “debía ser” por ser mujer: atender las cosas de las casas, tejer, bordar. Ella se hacía cargo de la estancia, de los trabajadores; se ponía los pantalones y montaba a caballo, participaba de las conversaciones que estaban vedadas para las mujeres. Durante las invasiones inglesas matan a su marido, y ella se pone el uniforme y pelea. Se convierte en la primera alférez mujer con remuneración, ¡y era tucumana! En esa época, ella se hizo su lugar y al poder no le quedó otra que reconocerla. Le decían la tucumanesa. Ahora nos estamos rearmando. En algún momento fuimos 20, en otro cuatro o cinco, y ahora estamos tratando de activar después de un año tan difícil para todos.

FOTOGRAFÍA DE eLENA nICOLAY | la palta

FOTOGRAFÍA DE eLENA nICOLAY | la palta

-¿Qué le hace falta a la militancia lésbica hoy?

-Salir de las cuatro avenidas y entrar en el barrio. Es fácil ser lesbiana y militar en el centro. Estamos hablando de chicas preparadas, con privilegios porque pudieron estudiar y tienen formación. Tienen espacio para decir lo que dicen y las herramientas para elegir cómo. Organizan eventos culturales adonde van académicas, artistas, gente preparada y queda todo ahí. Falta que esas actividades y que las lesbianas militantes lleguen al barrio y vean lo que otras lesbianas viven, de lo que carecen, cuánto sometimiento hay. Dejar de hablar solamente del empoderamiento y la visibilización, y militar eso donde hace falta, donde chongas bien chongas viven obligadas a tener un tipo al lado, con la presión de tener hijos. Si decís que hacés militancia lésbica no alcanza con quedarse en la comodidad de las actividades con las mismas de siempre. Yo siento que soy un nexo porque estoy vinculada a los barrios, pero a mí me faltan herramientas, tengo experiencia vivida pero no tengo la formación o los recursos que tienen otros. Hay organizaciones de lesbianas que estaban muy preparadas y que se separaron sin haber ido nunca al barrio. A veces no van por miedo, que en realidad es ignorancia. 

-¿Cómo tenés ese vínculo con las chicas de los diferentes barrios?

-Se los debo al fútbol y a los equipos barriales. Me hablaban para que fuera su técnica y al principio me preguntaba por qué a mí, si de fútbol sé menos que ellas. Me fui dando cuenta de que no ven lo capaces que son, lo mucho que ya saben. La mayoría de las chicas son grandes, han jugado en la liga y han sido campeonas, pero hoy están en clubes barriales. Muchas frustran su potencial deportivo: chicas inteligentes, muy habilidosas... ufff, ¡las Maradonas que tenemos que no pueden seguir jugando! La realidad es muy dura a veces y, sobre todo, siendo lesbiana en la periferia.

La entrevista termina y Norma prepara un par de plantas para regalarnos. Ellas son su refugio y su trabajo. Dice que es creyente de Dios y de la Virgen del Valle, que se fue a Catamarca en bicicleta a visitarla en la gruta. Dice que quiere publicar un libro con lo que escribe. Dice que quiere viajar en bicicleta y conocer otras tierras. “Hoy no me ofende casi nada. Pero eso también es herramienta, el empoderamiento es una herramienta”.