Votar a los 16: ¿Un debate necesario?

En estos días mucho se dijo respecto al proyecto de ley que propone que los jóvenes de 16 y de 17 años puedan participar en el sufragio universal.

Los fundamentos que se erigen a favor y en contra abundan y tienen tantos matices que sorprenden.

Por un lado, se dice que dar el derecho al voto a los jóvenes de 16 años es “asegurar” el triunfo del actual oficialismo. Esta aseveración se sostiene en los más variados argumentos. Está, por ejemplo, quien afirma que los jóvenes van a apoyar un gobierno que les garantiza el acceso a un ingreso fijo sin necesidad de trabajar (haciéndose clara referencia a la Asignación Universal por Hijo, o al  Argentina Trabaja). De esto se desprende cuanto menos un prejuicio: “Los jóvenes son vagos”.

Al hablarse de la posibilidad de que el acceso al voto sea opcional, se afirma que de este modo se busca captar la voluntad de los jóvenes militantes, dando por sentado que la juventud que tiene cierto compromiso y participación política partidaria lo hace en los grupos pertenecientes al ala oficialista. Esto termina siendo una clara muestra de la poca capacidad de convocatoria que tienen los cuadros opositores y la poca confianza en lograr espacios de articulación en algún futuro.

Por otro lado se plantea que los jóvenes no cuentan con la madurez suficiente para participar de manera responsable y a conciencia en la vida política del país. “Esto se sostiene desde una mirada absolutamente adultocéntrica” afirma Pablo que lleva muchos años trabajando en el área de la educación popular con infancia y adolescencia.

En este punto la Licenciada en sicología Silvia P., sostiene que el ejercicio de la ciudadanía es algo que debe acompañar a los seres humanos desde los primeros años y que la capacidad de elegir en quién delegar la soberanía es algo que se construye con la práctica. “Por lo tanto empezar con ese ejercicio desde los 16 años, puede colaborar en fomentar la conciencia y la responsabilidad política”  afirma la especialista en jóvenes y adolescentes. Pero no queda ahí su reflexión, “lo ideal sería que los chicos y chicas empiecen a tener esa participación política desde la edad propuesta, incluso desde los 15, pero existen otras necesidades previas que deben tenerse en cuenta, desde su alimentación, su formación en un ambiente donde su voz y su pensamiento es escuchado y respetado y para eso como sociedad nos falta bastante todavía”. Y como ella misma opina no se trata de ver que se quiere hacer con ellos, sino que se trata de preguntarles a ellos que quieren ellos hacer, “y aquí nadie les está preguntando a ellos qué opinan”.

Poniendo la mirada en la ausencia o presencia de la madurez y el compromiso de una persona de 16 años para emitir su voto, con todo lo que ello implica, la pregunta que se plantea es: ¿Existe acaso ese compromiso y esa madurez en los votantes adultos? Y si de manipulación se trata, ¿hay alguna persona que esté exenta de ser manipulada de alguna manera? “Ciertamente no, responde Silvia, ser más o menos manipulables tiene que ver con la estructura de personalidad que no tiene una edad determinada cronológicamente, esta varía por factores culturales, sociológicos, incluso en estos últimos años se habla que la estructura de personalidad se afianza alrededor de los 30 años, pero eso es tan relativo…”

En definitiva, no parece haber demasiados argumentos firmes y convincentes que vayan más allá del chicaneo político y de un estereotipado discurso dicotómico de a favor o en contra. Se tratan de dividir las aguas diciendo que quienes están a favor son progresistas y trabajan por la ampliación de los derechos y que quienes están en contra son de derecha y conservadores que buscan quitar derechos pero que no tienen reparos en pedir la baja de la edad de imputabilidad para esos mismos jóvenes.

Sin embargo es preciso hacer una lectura que vaya más allá de los maniqueísmos. Pensar este proyecto de ley en el contexto en el que surge y desde dónde lo hace.

Debe tenerse en cuenta que por lo general las leyes vienen a regular o a dar un marco legal a aquello que se construye en la práctica social y que como tal va adquiriendo legitimidad, así sea para un grupo social minoritario. Es en esa línea que la ley de matrimonio igualitario se impuso más allá de todo. Había un grupo social que reclamaba su derecho. Esa minoría ejerció su derecho de manera ilegal, porque la ley no se estaba adecuando a la realidad y a la necesidad de una sociedad que había ido cambiando.

Pero en este caso, el del voto a los 16 años, no puede afirmarse que existe un grupo de jóvenes de esa franja etaria ávido por ejercer un derecho que se le es negado. Puede decirse entonces que la necesidad de esta ley no está surgiendo de la sociedad misma.

Entonces, ¿puede decirse que es porque el Gobierno actual busca ganar votos en ese colectivo humano? Esa afirmación es, cuanto menos, débil, esos votos pueden ir para cualquier fuerza política. Pero lo que sí puede es despertar cierta sospecha respecto a la intencionalidad de poner en la palestra una discusión que no existía. La sospecha a la creación deliberada de lo que se conoce como una cortina de humo, un tema que distrae y que ocupa el debate político lejos de otros aspectos quizás más importantes o más delicados.

No termina de quedar claro, en medio de toda esta discusión, si el votar es tomado más como derecho que como deber. Desde la escuela primaria se enseña que es ambas cosas, pero algunos adultos, año a año, reclaman poder elegir NO VOTAR, pero eso es otra discusión que, evidentemente, nadie quiere dar.

Gabriela Cruz

gcruz@colectivolapalta.com.ar