Hinchas de qué

Van y cantan. Algunas veces, por el equipo. Por los colores y por la camiseta. Por esa pasión que nubla el entendimiento y que los hace cometer locuras, desde subirse a un alambrado -del que no saben si van a bajar por sus propios medios o por la ley de gravedad- hasta matar al que defiende otro sentir. Poco sabe de leyes, el hincha. O si las conoce, no le importan. Porque a esta altura, ¿quién ignora que no se pueden ingresar bengalas? Pero ahí están, partido a partido, brillantes recordatorios de la estupidez humana, de lo que todavía no se entendió.

Van y cantan. Muchas veces, por el otro. Qué sería del hincha sin el enemigo, sin esa cara anónima -o no tanto - a quien colmar de adjetivos, a quien surtir de amenazas. Y en el juego que se plantea lejos del césped, todo vale. Puto, negro, extranjero. La tríada sagrada de la discriminación popular se entona y se rima en todas las canchas.

Algo se está haciendo contra la xenofobia y la violencia toda en el fútbol. Se paran partidos cuando la hinchada se desbanda en sus cantos, se los suspende cuando la agresión se torna inmanejable, se multa a los equipos y canchas involucrados-aunque no con el mismo criterio-, se intenta esparcir un mensaje general de tolerancia.

Pero las buenas intenciones hacen agua cuando los clubes, que son los primeros en pagar las consecuencias, siguen siendo cómplices de los que discriminan, de los que agreden, de los que matan. Cuando el derecho de admisión es un chiste sin remate que muestra de qué lado están las fuerzas de seguridad.  Cuando la justicia no se termina de animar a una condena ejemplar.

Van y cantan. De espaldas al fútbol, de frente a la violencia y por encima de toda ley.

Cecilia Morán

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