Una cultura que se expresa en el cuerpo y denuncia en el ritmo

Fotografía de Matías Rotger

Los bailarines, una y otra vez, con frenesí, repetían sus movimientos al son de las marimbas y mazacayas que, tiránicas, ordenaban repetir hasta la perfección los pasos de danza desajustados a su mandato:
aié-hé-hé
hé-hé-aié
samba catamba -yé
Vibrantes las voces convergían con los tambores, y nacía un clima mágico y sensual, al que ni siquiera el blanco podía sustraerse y oscurecía su piel para mezclarse con los negros, propietarios exclusivos de la fiesta
— "Cielo de tambores", Ana Gloria Moya

Bailar, danzar, mover el cuerpo al compás del ritmo. El baile comunica y expresa algo en cualquier cultura, en cualquier religión o en cualquier lugar de la tierra. Y es esa característica la que permite que ciertos ritmos aparezcan como algo más que una combinación de pasos y compases, pasando a convertirse en un modo de decir y denunciar.

Las danzas afroamericanas surgieron del sincretismo al que fueron sometidas las culturas africanas al ser esclavizadas y trasladadas a América. Esos negros de cultura Yoruba que le rezaban a sus Orishas, fueron obligados a abandonar su religión al llegar al continente americano. Así, les arrebataron la cultura, los esclavizaron y los consideraron inferiores. Pero una cultura nunca desaparece. Se modifica, se transforma y se oculta en nuevas prácticas culturales. Se expresa en relación a algo a lo largo del tiempo. Y la danza afroamericana es un ejemplo de ello.

Desde octubre de 2012, el espacio Bembé Guiné está dedicado a los ritmos de la cultura africana y al estudio de la resignificación de los mismos en la cultura tucumana. El espacio está a cargo de la profesora Selva Varela, y recibe la colaboración de las bailarinas Evangelina Sánchez y María Eugenia Rodríguez Pontet. Lo que al principio era un baile ‘Orisha’, se convirtió en un espacio cultural que contó con la capacitación de profesores africanos. “La danza es una demanda cultural y encierra intervenciones mismas de la vida cotidiana. Es una denuncia, un llamado de distintas cosas que pasan en lo cotidiano de las familias, de los grupos y de las comunidades. Las danzas africanas tienen eso, cada danza tiene un significado y da a saber qué significa”, dice la profesora Evangelina Sánchez.

Cada vez es más frecuente encontrar las danzas afro en marchas, movilizaciones e intervenciones callejeras. Junto a las murgas o las pintadas, el afro se instala para hacer ruido. No importa si se está exigiendo un aumento salarial o se está presentando la muestra de un taller barrial, el afro aparece con el movimiento de caderas y el sonido de los tambores. Tan vivo como en los tiempos en que los esclavos africanos ocultaban su cultura detrás del baile para rendirle homenaje a sus dioses. En la periferia, siempre, como un arte que comunica de forma alternativa. “Lo que nosotros buscamos es que la danza tenga una identidad social y cultural, y que desde el arte se pueda mostrar que uno quiere sumarse a una causa. El cuerpo es lenguaje y el cuerpo también dice cosas”, explica Evangelina.

Este modo de hacer y decir está presente en los barrios, las escuelas y las plazas. Tal es así que el pasado 26 de octubre, la academia Bembe Guine festejó su cumpleaños en la plaza Belgrano de la capital tucumana. Allí, entre bailes y muestras teatrales, los tucumanos pudieron acceder a este encuentro cultural y reconocer la cultura africana detrás de los tambores. “La propuesta de la danza es una propuesta colectiva. Cualquier tipo de danza que uno baile es un encuentro en grupo, en masa. Lo que tienen las danzas africanas es eso, que encierran lo colectivo, lo grupal y lo popular”, comenta Sánchez.

Una danza que da vida a una cultura explotada. Un modo de denuncia que se mantiene al margen, antes en los candombes y hoy en los barrios. Una cultura que sobrevive y se expresa, desde los márgenes, por sobre aquello que intenta borrarla.