Axiomas de cuarentena

Fotografía: corriendolavoz.com.ar

Por Pablo Jeger para La Palta

AXIOMA: Proposición o enunciado tan evidente que se supone que no requiere demostración.

Primer axioma: el mundo es un caos. Resulta que el coronavirus va a matarnos a todos y se aproxima el fin de la especie humana. Quizás no pero da lo mismo, es lo más parecido al fin del mundo que nos toca vivir (a mi generación) y la humanidad está por lo menos paralizada. La mala noticia es que, seguramente, tu formación, tus conocimientos y tus recursos no sirven de nada, y lo único que podés hacer para ayudar es quedarte en tu casa. La buena noticia es que no es culpa tuya y lo único que tenés que hacer es quedarte en tu casa. 

Segundo axioma: para vivir en el encierro son necesarios los elementos más básicos de supervivencia, es decir agua corriente, luz, alimentos, una conexión a internet y un cortauñas. Asumido todo esto, corren con cierta ventaja aquellos que no viven solos y tienen a su pareja (o compañero, como dicen los jipis ahora) o padres o hijos o hermanos o algún perro o gato, estos últimos mucho más entrenados en el arte de encerrarse. También corren con ventaja los que tienen un jardín hermoso, o por lo menos un patio con baldosas, porque Tucumán no se enteró de que el equinoccio fue el viernes y ya debería empezar el otoño. Por último, corren con ventaja los que supieron ordenar sus vidas a partir del siguiente axioma: es el ocio, y no el trabajo, lo que dignifica al ser humano.

Al parecer lo importante en los años pre-cuarentena fue el entrenamiento en el ocio, y en particular en aquellas actividades que prescinden del aire libre y de multitudes (los habitués de boliches y fiestas fueron estafados). Pensemos entonces en los siete elementos clásicos del ocio en casa: libros, música, películas, programas de televisión que ahora se llaman series, juegos de mesa, fútbol (o algún otro deporte) televisado y videojuegos. El homo quarentenam, para sobrevivir, debería poder disfrutar de por lo menos tres o cuatro elementos de esta lista. Si no te gusta leer podés ver los partidos del mundial 2006, si no te gusta el burako podés bajarte el counter strike. Aquellos más entrenados incluso disfrutan repasando lo aprendido, algo así como el meta-ocio (vamos a votar los mejores discos de la década, este es mi top 10 de comedias románticas de todos los tiempos, repasamos los goles de San Martín en la temporada 2008/09, escribí este análisis super profundo sobre el mediocre final de Game of Thrones, etc.). Uno podría discutir que todo se aprende y que la persona acostumbrada a vivir para el trabajo está feliz de volver a su casa y armar un rompecabezas en familia o terminar de leer el libro de García Márquez que empezó en las vacaciones del 2011. Pero no, señor, no se mienta, si usted no puede estar quieto veinte minutos difícilmente se siente a ver la trilogía del Señor de los Anillos.

Tampoco se angustie porque hay un octavo elemento de ocio: las redes sociales. Es de este siglo y a esta altura (nuevo axioma) es el único elemento de ocio que, por su accesibilidad, realmente importa en cuarentena. Así que bienvenido, entre al parque de diversiones y disfrute de una batería de memes, resuelva un acertijo de redacción tramposa, mire a su cuñado haciendo pataditas con un rollo de papel higiénico. Tome nota de la receta del budín de banana de un total desconocido aunque no tenga vainillín en su casa. Participe de desafíos, una palabra un tanto exagerada para referirse a subir una foto de la infancia. Recomiende series, adivine películas según los emojis, pregúntele a alguien qué canción quiere en su funeral, lea una nota pedorra en un medio online. Comparta todas las cadenas con recomendaciones de asepsia, reenvíe ese chiste de dudoso gusto sobre el respirador de Sergio Denis, total la moral también está de cuarentena y la gente impunemente difunde toda la información posible de los nuevos leprosos locales, prendiendo sus antorchas simbólicas.

Y si no quiere participar de nada de esto puede sumarse a los amargos insoportables de siempre que marcan el canon de las redes: qué me importa tu videollamada con amigos, qué es esa mentira de rutina si en tu vida hiciste medio abdominal, qué boludos los que aplauden desde el balcón, por qué me etiquetás en esta cadena malísima de fotos en blanco y negro, no pienso cantar una canción de Lerner con mis vecinos, callate Fito Páez, estoy harto de tus versiones lentas. Siempre hay lugar para un poquito de desdén gratuito, a pesar de que Instagram no tenga una reacción rápida para blanquear los ojos. Puede intentarlo, al fin y al cabo el odio también divierte.

Último axioma: estamos solos. No solos solteros ni solos solitarios. Solos como un hijo único, como un recién llegado a la ciudad o como alguien que manda su foto a un noticiero. Acortamos las distancias como podemos, incómodos, tratando de pelearle a la desidia. Quizás el miedo no es solo el virus sino empezar a parecernos a los gordos que pueblan la nave Axioma, esa que imaginaron los muchachos de Pixar en “Wall-E”. Afuera circulan los ancestros del robot que limpia: los profesionales de la salud, los trabajadores de la industria, algunos estatales con funciones específicas, los periodistas que de repente queremos consumir y por supuesto los cadetes de delivery (acaso los verdaderos héroes). Pónganse cómodos porque el viaje es largo.-