Ved en trono a la noble igualdad

La primera vez que estuve en Londres, me paré frente a la puerta del Palacio de Buckingham y presencié el cambio de guardia. No era más que un espectáculo turístico, como ver un acto escolar o estar frente a una ceremonia en conmemoración de alguna fecha patria. Esos actos que, para mí, hace tiempo carecen de emotividad. Miraba a los guardianes de la Corona hacer su coreografía, pero nada de ellos me movilizaba, ni me conmovía y hasta podrían resultar ridículos con muy poco esfuerzo. Esa carencia de sentido es la misma que hoy me lleva a mirar el fin de un reinado como si se tratase de una serie de HBO. 

Lo que me pasó, esa ausencia de sentido, es la  misma que nos lleva, como argentinos, a comparar una figura de la realeza con una conductora de televisión como Mirtha Legrand y vanagloriarnos de que haya vivido más años. Asociamos esa realeza con las elites de poder pero la desasociamos absolutamente del sentido político que tiene para los ingleses. Y es que es muy difícil- imposible diría yo-entender el significado de la Corona para un argentino, un latino, un sudamericano. Se trata de un símbolo del ser nacional inglés que representa la solemnidad, el equilibro de poderes y el motivo de ausencia- en la conciencia colectiva británica- de corrupción ante la investidura de Isabel II. 

Ocurre que para nosotros- los argentinos, los latinoamericanos, los sudacas- la investidura está cerca del pueblo, comete muchos errores y se define en las urnas. Para nosotros, los títulos nobles existen solo en las ficciones y de la reina- de esta en particular- solo recordamos su tibieza en la guerra de Malvinas y su novelesca relación con Lady Di, su hijo Carlos y su nieto Harry. No entendemos cómo una figura que fue repudiada por los Sex Pistols -ella y todo un régimen- en la canción más censurada de la historia del Reino Unido, pueda ser algo más que marketing. El mismo que hace que la famosa marca Twinings se proclame como el té oficial de la reina o que una casa de recuerdos frente a la estación de King 's Cross exhiba como souvenir una muñeca de Isabel saludando sin cesar. 

Sin embargo, una reina que muere genera, sin dudas, un cambio en la conciencia colectiva de un pueblo que se encuentra, además, en uno de sus momentos más frágiles de las últimas décadas, entre el brexit, las errantes políticas del primer ministro Boris Johnson durante la pandemia, la inflación en aumento, el surgimiento de movimientos independentistas y la falta de credibilidad en la figura de Carlos III como rey. Muy atrás quedó el festejo de Jubileo por los 70 años de reinado que la BBC televisó para el mundo hace menos de tres meses. Atrás también están los días en los que se decía que la cara de Isabel jamás desaparecería de las monedas y que Carlos moriría sin ser coronado, que Williams cargaría con el karma familiar y que Camila, la amante, jamás sería reina. 

 Ahora queda el luto, los 10 días bajo protocolo y los 2 minutos de silencio, que los británicos deberán respetar, señalados por el nacionalismo y el sentido de pertenencia.

A nosotros, desde afuera, solo nos quedarán los memes, las palabras de Margaret Thatcher en los archivos y el recuerdo de la princesa Diana cerca del pueblo. Un poco lo de siempre.