De Gaza a la ONU: una semana de caos, hipocresía y protestas globales
/Miles de personas se movilizaron en Madrid tras el asalto a la flotilla Sumud. - Foto: David Canales
1- La flotilla y el acuerdo de Hamás al Plan Trump
Las más de 40 embarcaciones que forman parte de la Flotilla Global Sumud fueron interceptadas y abordadas en aguas internacionales por el ejército israelí. Las más de 400 personas (entre las que se encuentran Greta Thumberg, Ada Colau, ex alcaldesa de Barcelona, o Celeste Fierro, diputada electa por el FIT en Argentina) de 47 países que partieron desde el puerto de Barcelona hace un mes, han sido detenidas y encarceladas por el ejército que lleva a cabo el genocidio en Gaza. Como respuesta, cientos de miles de personas se han movilizado en las grandes capitales del mundo (especialmente las europeas) para exigir a sus gobiernos la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales con el Estado sionista.
Por su parte, Hamás anunció un principio de acuerdo al Plan Trump para devolver los 48 rehenes capturados por la organización islamista el 7 de octubre de 2023 (20 israelíes vivos y 28 cuerpos) que todavía quedan en su poder, a cambio de frenar la invasión de Gaza. El plan trazado por el presidente norteamericano incluye la sesión de la administración del territorio palestino a una organización independiente (presidida por Trump) en la que tendría un rol relevante (una especie de virrey del siglo XXI) el mayor logro político de Margaret Tacher. Se trata, nada más y nada menos, que del ex premier británico Tony Blair, socio de Bush hijo en la guerra de Irak que derrocó a Sadam Hussein en la búsqueda de armas de destrucción masiva que nunca existieron.
El plan que, en principio fue aceptado por Israel, también incluye frenar la invasión del territorio palestino y los tralados forzosos de la población, aunque no exige al país invasor devolver las tierras ocupadas al Estado palestino. De todas formas cabe dudar del cumplimiento de los acuerdos por parte de Israel después de que Hamás cumpla su parte: no sería la primera vez que el Estado sionista incumple acuerdos que ha firmado.
2- Nepal, Perú, Paraguay y la generación Z
A las protestas que a finales de agosto terminaron con el gobierno de Nepal, y que mostraron a su ministro de Economía escapando de una enardecida multitud, desnudo y sin sombrilla, parecen unirse a las recientes revueltas en Perú y Paraguay. Las tres fueron protagonizadas por la llamada “generación Z” (los nacidos aproximadamente entre 1995 y 2010), fueron convocadas a través de redes sociales y tomaron como símbolo la bandera pirata del cómic One Piece, que, además de la calavera con las tibias cruzadas, tiene un simpático sombrero de paja.
En Perú, a la chispa la encendió la propuesta de reforma previsional enviada al Congreso por la presidenta de facto Dina Boluarte, cuyo gobierno sólo aprueba el 3% de la población (no es chiste), que pretende extender la edad de la jubilación anticipada hasta los 55 años (cinco años más que en la norma anterior) y que prohíbe el retiro parcial del fondo acumulado individual.
En Paraguay la protesta es más general y abarca desde el hartazgo hacia la corrupción: “Somos el 99,9 %. No queremos corrupción”, es el lema elegido. A eso se le suma la desigualdad y las pocas expectativas de futuro de las juventudes. La falta de financiamiento a las políticas sanitarias y educativas refuerzan las protestas que este domingo estallaron en la capital paraguaya.
3- Semana de pánico y locura en la ONU
La Asamblea General de la ONU dejó postales para la historia. Para empezar, el nuevo papelón del otrora rockstar de la política internacional, Javier Milei, quien habló ante el 3% (ahora sí) del auditorio, básicamente porque ya a nadie le interesa escuchar los delirios del manochanta que habla de un milagro económico mientras se hunden los activos de su país.
Otro que tuvo que hablar solo fue el premier Israelí. El Benjamín de la familia Netanyahu fue repudiado por la mayoría de los representantes de los países presentes que, además de abuchearlo, le vaciaron el auditorio (“¡Montoneros diplomáticos del mundo: renuncien!). Acto seguido, ya en la Casa Blanca y en una reunión bilateral con el señor que se pasó con el aerosol bronceador, tuvo que tomar el teléfono que le pasó mismísimo Donald (todo muy diplomático) para que se disculpara ante el Emir de Qatar (“muuuuchaaachos”) por el chascarrillo de soltar bombas en Doha. Este lugar iba a ser la sede donde se realizaría una reunión de paz entre representantes de Hamás y de Estados Unidos (quienes casualmente se encontraban en un embotellamiento) para encontrar una salida al conflicto que en pocos días cumplirá 24 meses y 77 años. El Emir, aparentemente en pijama y medio dormido, dijo que no se enteró de nada, un poco porque no entendió el idioma, algo que no estaría muy chequeado.
Finalmente, la última Asamblea General también funcionó como el suavizante del lavarropas en modo blanqueador del, hasta hace un año, terrorista Ahmed al Sahara, exmiembro del Estado Islámico (la red social antes conocida como Al Qaeda). Este líder, cuya cabeza había sido valuada por Estados Unidos en diez millones de dólares, es el mismo, hace poco menos de un año, tomó el poder en Siria (con el inestimable apoyo de Turquía) derrocando al poco democrático (poco es mucho) gobierno del clan Al Assad. El muchacho, responsable de curiosas prácticas como promover que sus soldados rebanen las cabezas de sus oponentes y difundir los videos por redes sociales, cambió su indumentaria por un traje a medida y fue bien recibido por los dirigentes occidentales. No es de extrañar: lo financiaron durante años para hacer de tapón a la intervención rusa en Siria, mientras pedían una recompensa por su cabeza. El programa de lavado terminó.