Escenas del capítulo anterior

Ilustraciòn de Agostina Rossini.

Todos los hechos y personajes de este texto son parte de la ficción. Cualquier similitud con hechos reales es pura coincidencia.

Me gustabas antes, cuando todavía no sabíamos que sería para tanto. Yo te empezaba a querer sin tener idea de que cuatro años después el mundo sería otro y todo eso que me pasaba por el cuerpo se volvería anecdótico y estúpido, como esto que cuento aquí.

Entonces, ya que estamos en el baile tendría que decir que la verdad es que me gustaste la noche aquella del "¡¿En qué te han convertido, Daniel?!", cuando la pantalla te iluminaba la cara y hacía calor pero no tanto, así que brillabas un poco por transpiración y otro poco por lo que yo me inventaba. Nos presumíamos jugando a cruzar los dedos, uno tuyo con uno mío, para que no pase lo que estaba por pasar, no sabiendo muy bien pero con miedo, otro miedo distinto al de poder quererte. Yo tenía casi cuatro años menos y el país más, bastante más, de 40 mil millones menos de deuda, pero dicen que la juventud va y viene.

Me gustabas hace tiempo, parece que fuera un siglo, con el dólar a diez pesos y mi tía jubilada como ama de casa. Me gustabas en la época en que podía ahorrar y al punto de que soñaba con juntar lo suficiente y llevarte a conocer la torre Eiffel. Vos no lo sabías, claro, porque si no me hubieras dicho, como supe después, que te gustaba más Londres que París, y otras dos — o tres— más que yo.

Hace cuatro años me encantabas, y te hacía canciones con la guitarra criolla que después tuve que vender para pagar una deuda. Vos te reías más y me contabas de cuando fuiste a escuchar no sé qué en el CCK. Yo fingía que me interesaba tu explicación sobre la acústica del lugar cuando, en verdad, en lo único que pensaba era en lo que me habían dicho, que todo mal porque yo soy tauro y vos, leo.

Qué sabía yo ese octubre, enamorada, que se pondría tan verde el futuro y que siempre nos desencontraríamos en todas las marchas. Seguramente hoy tendrás el pin del feto, pero en ese momento no existían los pañuelos celestes y lo que pensaba la señora esa ya estaba mal pero nadie se lo había dicho en televisión abierta. No sabía que el tomate de las ensaladas que hacía todos los días para mentirte que me estaba volviendo vegetariana, se iría por las nubes, y también el aceite, y los puchos que vos fumabas como chimenea y que, ahora, me contaron, cambiaste por los para armar.

Se me pasaba el tiempo pensando cómo hacer para verte más seguido y planeando mudarme a un departamento lindo cerca de tu barrio con la plata de la beca que acababan de darme, qué bien yo, pasando al frente, nunca más el garrón de ver cómo llegar a fin de mes. Cómo me iba a imaginar, mientras elegía algo cerca de la plaza Urquiza, que habría recortes atroces y que, aunque alguien haría al virus del Sida atravesar la porcelana, formar científicos seguiría lejos de ser una prioridad. Cómo iba a adivinar yo eso. No. Yo estaba en otra allá por 2015, al borde de una segunda vuelta, y de la única y final vuelta con vos. Ni vos ni yo, que hacíamos eso de mirarnos y después mirar para otro lado, nos imaginábamos que en unos años veríamos en todos lados los ojos de Maldonado, que a esos sí no habría cómo esquivarlos, y que yo me olvidaría de la forma de los tuyos pero no de la de los ojos de él.

El tiempo se me pasaba entre extrañarte y rogar que perdiera “el cheto ese”, porque antes de identificarlo con un felino, ya adivinábamos, vos y yo y tanta gente más, que gobernaría para los que eran como él.

Yo no esperaba nada, ni el segundo semestre, ni la lluvia de inversiones, ni la pobreza cero. Como mucho esperaba un gesto tuyo, y que pasara a las seis y media tu bondi, cartel azul, por nuestra parada para volver de una vez a la cama.

En lo mejor de mi amor yo vivía en la feliz ignorancia del futuro sin ministerios, no había nacido mi gato ni se había estrenado mi serie favorita, que me hubiera gustado tanto ver con vos, entre frazadas, para sobrevivir el que sería el más largo invierno de los últimos 50 años.

Al final lo que pasó fue que te quedaste sin laburo y te fuiste al sur como para empezar de nuevo. Yo, en cambio, me quedé en el barrio sur, y se me fue el tiempo entre el estudio y las tres o cuatro marchas por semana. Con la guita que ahorraba para llevarte lejos, más un subsidio, más ayuda de los amigos, más un préstamo grabé un disco que habla un poco de vos y otro poco de estos años, y lo grabé llorando pero feliz, como con la lucha. No lo sabía. Ni imaginaba que nos perderíamos de vista un día, que algunas cosas no volverían nunca, y otras, a lo mejor…

Es como si te hubiera arrastrado el viento que nos sacudió a todos, como si te hubiese tragado el tornado de este desastre, y te hubiera tirado quién sabe por dónde, quién sabe hace cuánto. Igual yo sé que debemos haber estado del mismo lado en esta pesadilla en loop de cuatro años, y que lo nuestro no hubiera funcionado ni aún si te hubiera mostrado mis canciones, me hubiese mudado a tu barrio o te hubiera llevado a lejos a pasear en colectivos rojos de dos pisos mientras este país se hundía de bronca.

En fin, hoy apenas me acuerdo de la vida antes de todo esto, cuando me gustabas, cruzábamos los dedos, yo quería mudarme a tu barrio y esperábamos de madrugada tu bondi, cartel azul.