Para ver de lejos
/Este es el plan.
Lo primero que vas a hacer, con el café de la mañana, es convencerte de que es cualquier día. Tampoco hace falta mentirte: donde vivís es cualquier día. Es un lunes de marzo y por fin, después de un invierno que parecía no terminarse más, llegó la primavera. No hay lapachos ni fiesta de los estudiantes pero subió la temperatura y hay gente en las terrazas de los bares o paseando al borde del río.
Lo segundo que vas a hacer es dejar a un lado el teléfono. Si es posible silenciarlo y esconderlo, mucho mejor. Sin el teléfono el día puede pasar completamente de este lado del océano, con las noticias de aquí, en este idioma.
Lo tercero, y lo más importante que harás, será olvidarte de todo. Una buena formateada de cabeza como para olvidarte de tu nombre, tu genealogía, tu forma de sentir las cosas y de pensarlas. Valen sustancias y actividades de evasión. Vale todo lo que sirva.
Si la misión resultara titánica, si no pudieras ni con el primer paso y te despertaras con todo ese día encima, entonces tendrás que recurrir al plan be.
Primero, vas a buscar una linda foto, quizá aquella que está en tu remera en esa otra foto, y la vas a compartir con unas palabras al pie que te vas a demorar mucho en escribir y que al final, igual, no van a dejarte conforme. Vas a pensar, mientras lo hacés, que no sirve levantar banderas en una red social, y vas a dar vueltas antes de terminar compartiéndola igual porque es lo único que tenés a mano.
Segundo, vas a escribir.
Siempre pensé que la calle resalta a la gente. Me refiero a las manifestaciones, a las marchas. Es como si las caras se les mezclaran con el paisaje y el paisaje fuera el mundo como lo queremos y no el desastre este en el que se ha convertido. Entre banderas las personas se ven más brillosas ¿Quién no se ha enamorado en una marcha, gritando una misma consigna con tanta gente que no conocés?
Las marchas del 24, además, fueron siempre un ritual amoroso, familiar, un encuentro de los vivos en technicolor con fotos en blanco y negro de los muertos, jóvenes y hermosos. La mística, la poesía, los abrazos, como a los nazis les va a pasar.
Pero las cosas están cambiando. La calle se ha vuelto de un color sepia, peligrosamente parecido a aquel tiempo que mi generación de estrenadores de democracia no vivimos. O sí, cuando de adolescentes, en los primeros dos mil, vimos arder la Plaza de Mayo y, tiempo después, vimos tendido en el piso sucio de una estación, el cuerpo de Maximiliano Kosteki junto a un reguero rojo de sangre. La mística y la poesía quedan a un lado cuando falta el trabajo y un abuelo no tiene para comer, a los nazis les pasó que están por todos partes y pareciera imposible salir del espiral siniestro de la historia en que después de la tragedia, todo se repite como farsa.
Ahora hay que ir con cuidado y con bronca, con mucha cabeza y con mucho cuerpo, saber pensar y correr, emocionarse de un solo ojo, enojarse sin apretar demasiado los dientes.
No estaré en la marcha este 24, como no estuve en ninguna estos últimos años. Vivo lejos y se me rompe el corazón, pero no es grave: la memoria no es un problema para mí, yo recuerdo todo, incluso lo que no he vivido, siempre. Me acostumbré a ver manifestaciones por redes sociales, a que las noticias me tengan despierta de madrugada y a desayunar con un nudo en la garganta desde un país que tiene sus propios problemas, siempre menos hiperbólicos. Reniego inútilmente, puteo sola o me descargo con mis amigos. Me enojo conmigo por ingenua, por pensar en esas marchas con poesía mientras veo en cámara lenta cómo tiran a matar a un periodista en medio de la calle.
No estaré en ninguna marcha pero no pasa nada. En Tucumán van a estar mis amigos, mi familia, la “gente cara-de-marcha” que siempre me encontraba y alguien de quien seguro me enamoraría si estuviera allí, entre carteles, gritando las mismas consignas. Mi amiga que, en el secundario, me escribía en una hoja rayada de cuaderno lo que era el ‘hombre nuevo’. Mis hermanos, con la foto eterna de nuestro abuelo cuya lengua aprendí como si pudiera decirle alguna cosa. Mis compañeros de música, cargando, a lo mejor, alguna guitarra. Mis compañeros de La Palta, registrando las postales como todos los años, haciendo el archivo de lo mejor de esa provincia, perdida al norte del sur.
Habrá muchísima gente, en todas partes, y estarán los mejores, al menos mucho mejores que yo, porque sabrán darle cauce a este espíritu incendiario que nos habita. Estarán quienes nos enseñaron que la plaza es nuestra, y que la memoria es una cosa que se acaricia despacito, como el lomo de un gato, todos los días. Estarán los nenes sobre los hombros y las señoras en sillas de rueda, y aunque el aire esté turbio y triste, será otra vez una celebración porque, como en esa canción que se regala, se puede decir Patria y seguir hablando de amor.
Este es el plan.
Lo primero que vas a hacer el 25 es desayunar mirando las fotos del día anterior, y vas a ir a donde tengas que ir con los ojos brillosos y la sangre conmovida. Y a lo mejor, si alguien te pregunta, vas a explicar que en otra parte tenés un país furioso y sensible que no olvida, que pertenecés a ese lugar y a esa gente, aunque ayer no hayas podido estar.
Lo segundo que vas a hacer es respirar la primavera. Y sonreír.