Zumbido
/collage de julieta pérez | la palta
Lucia89_aguantelarenga@hotmail.com se conecta y se desconecta, más de una vez. Sabe que, haciendo eso, el cuadradito con su nombre aparece y desaparece en la pantalla de alguien más, y quiere llamar su atención. A veces se pone invisible, para ver quién entra pero sin que nadie sepa que ella está ahí. En el cyber desde donde pone en práctica sus estrategias, está oscuro y hay un ventilador de pie que no da abasto. El chico que está en la compu de al lado, transpira mientras juega con y contra otros chicos que están desperdigados en otras máquinas del mismo local. Afuera es la siesta, es verano, y son los primeros dos mil. El clima nacional está caldeado pero no es lo único que está pasando. Los más jóvenes, como lucia89_aguantelarenga, empiezan a vivir entre la calle y la pantalla, a descubrir otras maneras de encontrarse, con un mp3 en un bolsillo y un nokia 1100 en el otro.
Al principio de los tiempos, conectarse a internet significaba dejar sin teléfono (teléfono fijo, una cosa que existía antes) al resto de la casa. La opción para poder 'navegar' (qué palabra que se usaba un montón) con calma, era el cyber.
En mi caso, el cyber más cercano quedaba a dos cuadras de mi casa. Había uno a media, para el otro lado, pero estaba lleno de pendejos jugando al Cónter (Counter Strike ) y los gritos y las corridas que hacían de una compu a otra me molestaban mucho. Entonces elegía el otro, el tranquilo, el de gente grande: como quedaba al lado de una facultad, iban siempre chicos más grandes a buscar cosas para estudiar o escribir algún trabajo práctico.
En MSN buscabas a una persona como se busca a alguien yendo a un bar que frecuenta: sin la certeza pero con la esperanza de encontrarle. Yo me conectaba como si me jugara unas fichas en el casino, apostándome a mí misma que encontraría conectada a la persona que me interesaba encontrar, el resto de los posibles conectados eran actores de reparto que si estaban, bien, y si no, también. Claro que era posible quedar con alguien a alguna hora, pero a mí me gustaba más esto de presentir, aún sin ninguna seguridad, que un sábado a las 3 de la tarde estaría ahí, igual que yo.
Yo sabía que podía, por un rato ese día, encerrarme a esperar a que su nombre apareciera, con un ruidito, en la esquina inferior derecha de mi pantalla, y entonces charlar, y conocernos y quedar para vernos en alguno de esos bares en casas viejas que empezaban a aparecer.
collage julieta pérez | la palta
Había que ponerse como “disponible”, que creo que era de color verde, y esperar a que la otra persona estuviera presente, verde brillante, o al menos naranja, que significaba algo así como “capaz que estoy pero intermitentemente”, o “no puedo garantizarte una respuesta pero si querés tirate el lance”. En general yo me lo tiraba porque había caminado desde mi casa hasta el cyber solo para eso y había gastado mi peso con cincuenta en esa hora y media, porque escribiendo me sentía cómoda y porque estaba convencida de que no solo me pasaba a mí. Me tiraba el lance y le mandaba un "Hola!! y algún emoji de MSN que eran, disculpen pero tengo razón, decididamente mejores que los que ofrece hoy la app del teléfono verde. Mi foto tenía un patito de plástico y la suya era una nave espacial despegando, impersonales, pero ya nos habíamos visto las caras y nos gustábamos. Sobre todo nos gustaba hablar.
Después de saludar y cruzar los dedos, para hacer tiempo, me ponía a ver mails. En general no me interesaba en absoluto porque siempre eran promociones molestas que yo no sabía mandar a Spam o alguna que otra notificación de un incipiente Facebook en el que todos nos escribíamos mensajes personales en los muros públicos y jugábamos a juegos de adivinar banderas y cosas así. El resto del tiempo, quizás, me dedicaba a bajar canciones del Ares y guardarlas en un MP3 de tapita redondeada que escuchaba todo el día. Me gustaba eso de tener una sola y eterna playlist , un poco de todo y cualquier cosa, sometida al orden aleatorio para que me sonara una canción de la Bersuit en el cerro y una de Pink Floyd en el almacén.
Si pasaban más de quince minutos sin respuesta optaba por un “guiño”, una especie de animación que tomaba el centro de la pantalla y se reproducía de golpe, torpe e invasivamente. En general elegía una de un tipito enojado que rompía a golpes su guitarra contra un amplificador.
collage julieta pérez | la palta
Si eso no funcionaba, acudía al último recurso, reservado solo para casos extremos: le enviaba un zumbido. Un zumbido era el summum del descaro, mucho peor que el guiño, que te interrumpía lo que fuera que estuvieras haciendo. Nuestras pantallas se sacudían a la vez, no importa dónde estuviera cada una, y yo sentía que con eso estaba diciendo: hola, me importas y no sé por qué, me sacudís así como este zumbido, ¿vamos a tomar algo?
Y después resultaba que sí a todo, y eso eran los dosmil y pico: ir con unas monedas y con mucha fe a un cyber para charlar por un chat en el que mi nombre era una frase y mi apellido una canción que se supone que yo estaba escuchando y que, sabía, le iba a gustar.
En esa época la virtualidad era un momento en el día, solo un momento, elegido. Todo lo demás era palpable, ruidoso y en movimiento, la vida analógica. Decidíamos cuándo nos conectamos, es decir, cuándo nos desconectábamos de todo lo demás, y nos metíamos a un internet precario que abría ventanas pequeñitas, casi tragaluces, al mundo de allá lejos para escupirlo, bastante pixelado, sobre nuestras pupilas.
Como desconectarse era un acto completamente voluntario (y, si estabas en un cyber implicaba además poner más plata para alargar el tiempo), era fácil darte cuenta de que te habías enganchado, irremediablemente, entre emoticones, canciones y zumbidos.
En paralelo llevaba un blog que iba cambiando de nombre con el tiempo pero que era, en esencia, siempre lo mismo: un compendio de textos con una mirada arbitraria y parcial sobre las cosas, un poco lo que hago aquí en La Palta pero incipiente, dosmilero y, sobre todo, peor. A veces usaba el tiempo en el cyber para transcribir borradores sucios y publicar una nueva entrada en mi Blogspot. A veces chusmeaba algún blog ajeno y dejaba comentarios en los que intentaba pasar por alguien con más calle y más años pero que hoy me parece que pasaba por lo que era: una chiquita con ganas de ser más grande.
A lo mejor algo empezó ahí, entonces, con una conexión frágil, transcribiendo cosas para sacarlas del cuaderno, mecánicamente, como en una especie de trance. Un trance de escritora del que solo podía sacarme su zumbido, o que me faltara guita para alargar mi turno en el cyber. Tal vez, mientras tipeaba y bajaba canciones que después no eran las que yo creía, mientras me enamoraba en verde brillante disponible, algo más se gestaba. A lo mejor, mientras pasaba el tiempo en ese cyber oscuro y sin que yo tuviera la menor idea, empezaba a despuntar el vicio de escribir pensando en ser leída.