En el nombre del padre

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“A mi papá se lo llevaron así”, dijo Ana María Muñoz mientras levantaba con una mano la foto en blanco y negro de un señor con bigotes y anteojos. “Y me lo devolvieron así”, y en la otra mano estrujaba por lo alto las hojas impresas de la notificación de cuando identificaron los restos de Osbaldo Muñoz

Ana María es un rostro conocido en la sala de audiencias. Siempre, en los 13 juicios que se han realizado en la provincia desde 2008, se sentó en primera fila, con una remera negra en la que se leía “Pozo de Vargas”. Esa que suelen llevar los familiares de aquellas víctimas cuyos restos se identificaron en el pozo de agua utilizado para la inhumación clandestina entre 1976 y 1977 y que se encuentra en Tafí Viejo, en el límite con la capital tucumana. En este juicio, la Megacausa 14, que empezó en diciembre pasado, Ana María no pisó la sala de audiencias hasta el 5 de marzo. Su calidad de testigo, según establece el Código Penal, no se lo permitía. Sólo pudo ingresar para declarar por los delitos cometidos contra su papá. Esa fue la penúltima audiencia previa a la feria judicial extraordinaria por la pandemia de Covid-19; el juicio se reanudará este jueves 11 mediante el sistema de videoconferencia.  

Osbaldo Muñoz era sastre. Vivía en el barrio Victoria con su esposa y sus tres hijos: Ana María, María Cristina y Osvaldo. Ellas eran dos adolescentes cuando secuestraron a su papá, en mayo de 1975. Sus restos fueron identificados en el Pozo de Vargas, en 2016. Osvaldo, el menor de los hermanos, tenía apenas 11 años. Los tres describieron la imagen de uno de los perpetradores apuntándole a la cabeza de aquel niño cuando en marzo declararon ante el Tribunal Oral Federal (TOF) de Tucumán. "Lo han llevado en calzoncillos a mi papá", contó Ana María. "Se robaron cosas de la heladera. Se llevaron una radio, un par de relojes. No teníamos nada más que nos pudieran sacar", dijo María Cristina. “Cuando se llevaron a mi papá nos robaron los relojes, se comieron lo que teníamos en la heladera", repitió Osvaldo. Así, las historias de saqueos y robos volvieron a aparecer, como en otros cientos de testimonios, un común denominador en los secuestros a manos de las fuerzas armadas de la década del 70.

El juicio por la Megacausa 14 lleva una decena de audiencias. En marzo, debido a las medidas por la pandemia, se suspendió, y este jueves a las 9.30 se retoma y será transmitido en vivo por YouTube. Muchas de las historias se conocieron durante otros procesos: Jefatura I, Jefatura II - Arsenales, Operativo Independencia; en ellos se imputaron -y en muchos condenaron- a un grupo de ex policías, gendarmes y militares. En este juicio, a los imputados se les endilga haber participado de delitos contra 336 víctimas. Entre ellas figuran algunos casos que llegan por primera vez a esta instancia, entre ellos el de Osbaldo Muñoz y el de Dardo Molina, también identificado entre los restos hallados en el Pozo de Vargas.

Un papel que decía “ya vuelvo”

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Dardo Molina, quien era vicegobernador de Tucumán al momento de su secuestro, tiene dos hijos: Dardo y Josefina Molina. Ambos estuvieron en la sala del TOF durante la última audiencia de marzo, ella entre el público y él como testigo. “Mi papá tenía por costumbre llevar todos los días a uno de sus hermanos, Oscar, a que le hicieran quimioterapia. Lo llevaba a las 19.30, iba a su estudio y a las 20.30 volvía a buscarlo”, empezó contando Dardo (h) cuando uno de los abogados le preguntó por aquel 15 de diciembre de 1976. “Dejó un papel diciendo 'ya vuelvo'. Nunca más volvió", agregó el hombre, que en aquel momento tenía 22 años. “Fue muy difícil tratar de unir cabos y entender por qué no regresó a buscar a su querido hermano Oscar”.

En la primera fila de la sala de audiencias, su hermana lo escuchaba y abrazaba la imagen de su papá. A su lado, su hija le sostenía la mano. Las dos mantuvieron la mirada en alto todo el tiempo que duró el testimonio. Las dos, también, tenían una remera con la estampa de aquel militante peronista cuyos restos fueron identificados en febrero de 2014. “Mi hermana tiene en su casa dos biblioratos llenos de documentación de la cantidad de gestiones que hicimos para dar con el paradero de mi padre”, dijo Dardo.

Josefina también es un rostro reconocido en la militancia tucumana. Desde muy joven se hizo cargo de la búsqueda que había empezado su mamá el mismo día de la desaparición de Molina. La esperanza de encontrarlo con vida se fue diluyendo con el correr de los años. Primero supieron que lo habían puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, lo que implicaba que la situación de clandestinidad tras el secuestro pasaba a ser una detención legal. Sin embargo no supieron nunca en qué unidad penitenciaria podría estar. Más tarde, a través de un decreto, se aseguraba que Molina se encontraba prófugo. Diferentes testigos dieron cuenta en otros juicios de que el ex vicegobernador estuvo detenido en la Jefatura de Policía y en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. 

La militancia y el posicionamiento político de Dardo Molina es reconocido hoy en la provincia. Su hija Josefina hizo de la militancia por justicia, verdad y memoria una forma de vivir; al igual que Ana María Muñoz. Osbaldo, en cambio, era sastre y nadie sabe si fue o no militante. Se sabe, sí, que lo acusaban de ‘hacerle trajes a la guerrilla’. “Quizás se lo llevaron para que dé algún nombre, pero no había derecho”, dijo su hija, que lleva más de 40 años esperando justicia.