Una concepción para cambiar

“…qué amanecer tan largo estamos viviendo
sin pensamientos y el hombre dejó de serlo.
Seamos todos caballos y entonces habrá paz
seamos todos caballos y habrá libertad
porque los caballos tienen amaneceres blancos,
porque los caballos son carceleros del campo,
y el hombre de sus hemanos”
Raúl Alberto Giéco (1973)
 

Fotografía de Ignacio López Isasmendi

Mónica Barrera es Técnica Superior en Obstetricia, trabaja en el Sistema Provincial de Salud como partera, es una militante por el parto humanizado y tiene 4 hijos. La última de sus hijas, Martina, es bastante famosa, su nacimiento fue filmado y difundido por redes sociales y medios locales. Nació en la casa de Mónica en una piscina montada en el dormitorio de su mamá quien, con la sola compañía de su marido, fue la única encargada de traerla al mundo.

Mónica es apasionada y explica sus pensamientos con mucho afán. Además tiene la capacidad de atraer la atención de quien escucha sus largas explicaciones pobladas de anécdotas duras y emotivas. Sus palabras están colmadas de profunda humanidad, racionalidad y amor; durante sus exposiciones quien la escuche terminará con los ojos húmedos, cuando no se deshaga en llanto. Su posición es clara: dar a luz un hijo, como lo hacen las mujeres, es una práctica natural de todos los mamíferos, durante cientos de miles de años las mujeres dieron continuidad a la especie sin mayores controles médicos. A medida que se fue complejizando la vida en sociedad el parto, como muchas prácticas humanas, se fue desnaturalizando hasta alcanzar niveles irracionales.

Violada en la sala de partos

La principal lucha que lleva adelante Mónica es contra la violencia que se genera en los controles prenatales y, particularmente, en la sala de partos. Muchas veces cuando la mujer va a parir en la institución sufre una violación. “Al sentirse incomoda, en una posición antinatural, con gente desconocida rondándola, la mujer se siente amenazada y tiende a cerrar las piernas. Me ha tocado ver cómo entre un médico y un enfermero abren las piernas de la mujer a la fuerza y la palpan, le meten la mano en la vagina contra la voluntad de la mujer. Eso es una violación. Y aunque estos son casos algo extremos la cotidianidad no es muy alentadora, la mujer embarazada (que a veces son chicas de 14, 15 años) entra al consultorio y el obstetra le dice 'acostate y sacate la bombacha', luego le mete la mano entre las piernas y le dice 'bueno vestite'; no le explican nada, no le dicen qué le hicieron, ni si es necesario el procedimiento. Con un 'el embarazo va bien', la mujer debe conformarse”.

En la sala de parto la mujer pierde su individualidad y su capacidad de decisión, es tratada como una máquina que expulsa bebés; dar a luz deja de ser un proceso natural y se convierte en un procedimiento médico, en un protocolo de acción donde el que realiza el parto es el médico y no la mujer. “La posición en la que paren las mujeres en las instituciones, la 'posición ginecológica', es antinatural, está pensada para la comodidad del médico, la mujer queda prácticamente inmovilizada en un estado que complica el trabajo de parto. A esto se suma la presencia de personas generalmente desconocidas para la mamá dentro de la sala de parto, gente que la palpa sin darle explicaciones: por práctica hoy en día se hace un control de tacto cada dos horas para controlar la dilatación, esto a la mujer la pone nerviosa”, continúa Mónica.

Luego cuando el bebé sale es inmediata e innecesariamente separado de la madre, cortan el cordón umbilical antes de que deje de latir, cortan el vínculo natural que sigue teniendo con la madre fuera de la panza. Los pesan, los miden, los inyectan con vitamina K (vitamina que se transfiere de la madre al bebe a través del cordón umbilical y de la leche materna), cortan el vínculo afectivo para realizar tareas burocráticas innecesarias. “Si se lo pesa y mide una, dos horas después de que nace el resultado es el mismo; la mamá, una vez que pare, no quiere saber cuánto pesa y mide, quiere conocerlo, sentirlo, olerlo; el olor, junto al tacto y el calor de la piel, es lo primero que el bebe busca reconocer de su mamá y sin embargo se lo muestran un minuto y se lo quitan. ¡Lo bañan! Un ser que está limpio porque viene de la panza de la madre, le ponen jabón, le cambian el olor, que es lo que la mujer quiere sentir de su hijo. Le piden a la mujer que trate de ir bañada, esto interrumpe el vínculo natural entre madre e hijo. Cuando se aleja al bebe de su mamá, está comprobado que este comienza a perder confianza al mundo externo al que acaba de llegar”.

El problema es que en las instituciones el tiempo cuesta dinero y nadie quiere estar esperando que el trabajo de parto, que puede durar 2, 5, 12, 24 horas, se desarrolle naturalmente, entonces inyectan a la mujer con sueros y hormonas para acelerar el proceso; por esto también el 80% de los alumbramientos se hace a través de cesárea cuando lo normal sería que menos del 20% atravesara por esta intervención quirúrgica, cuenta Mónica. "A las mamás se les inyecta oxitocina sintética, que es una hormona que el cuerpo libera naturalmente cuando sentimos placer, cuando hacemos el amor o cuando las mujeres vamos a parir. Pero claro, la mujer tirada en una camilla con las piernas abiertas y apuntando al techo, con un montón de desconocidos rondando a su alrededor, siendo manoseada, no libera esa hormona sino la contraria que es la adrenalina, la hormona que el cuerpo produce cuando tenemos miedo, cuando estamos nerviosos, cuando tenemos frío, y la adrenalina complica el trabajo de parto, porque el cuerpo de la mujer se siente amenazado”.

El parto humanizado

En 2004 se aprobó en nuestro país la ley 25.929 que tomó el nombre de Ley de Parto Humanizado y contempla los derechos que tienen las mujeres a la hora de asistir a las instituciones para dar a luz a sus hijos. Los derechos que incluye la ley respecto a la mujer son:

  • A ser informada sobre las distintas intervenciones médicas que pudieran tener lugar de manera que pueda optar libremente cuando existan alternativas.

  • A ser tratada con respeto, de modo individual y personalizado que garantice la intimidad durante todo el proceso asistencial.

  • Al parto natural, respetuoso de los tiempos biológicos y psicológicos, evitando prácticas invasivas y el suministro de medicación que no esté justificada por el estado de salud de la mujer o el niño.

  • A estar acompañada por una persona de su confianza y elección durante el trabajo de parto, el parto y el posparto.

  • A tener a su hijo al lado durante la permanencia en la institución sanitaria, siempre que el recién nacido no requiera cuidados especiales.    

Sin embargo en las instituciones de la provincia mayormente persisten las prácticas que Mónica describe. Aun así la ley vino a dar a las mujeres la posibilidad de exigir ser tratadas de una mejor manera. “Generalmente quienes asistimos los partos, médicos, enfermeras, parteras, estamos de más, la mujeres estamos preparadas para parir en cualquier lado. Es un acto muy privado, es ni más ni menos el acto sexual más importante en la vida de una mujer y debe ser reconocido y respetado como tal; a nadie se le ocurriría meter un médico y un enfermero en medio del proceso de gestación natural. La presencia de los profesionales debería estar acotada a controlar que el proceso no se complique y actuar si lo hace”, opina la partera.

Mónica explica que el parto humanizado no se trata más que de respetar los tiempos de la naturaleza y la individualidad de la persona que va a dar a luz. En ese sentido la tarea de los obstetras y parteras debería consistir en una mera asistencia. Por lo pronto “tratamos de hacer que la mujer recupere la confianza en sí misma. Las mujeres parimos hace miles de años, sin asistencia, sin tecnología; el cuerpo de la mujer está preparado para el parto, antes las mujeres paríamos en una cueva, bajo un árbol. Es cierto que el índice de mortalidad en el parto ha descendido pero se debe a que se pueden controlar muchos parámetros gracias a la tecnología y la experiencia nos dice cuándo un parto se complica y cuándo no”, relata Mónica.

Parir en casa

Mónica cuenta su experiencia con el parto de Martina.

Yo tuve tres embarazos antes de poder parir como quise: el primero fue una de las cosas más traumáticas que pasaron en mi vida, yo era muy chica y todavía me estaba formando como obstetra, conocía las cuestiones técnicas pero no los derechos que como mujer tenía a la hora de parir. Me realizaron una episiotomía, que es un corte para ensanchar la vagina, por semanas tuve que sentarme de costado, es totalmente doloroso e innecesario. Los dos siguientes fueron prematuros por lo que la asistencia era necesaria, pero yo ya conocía mis derechos y le pedí al médico que no me realizara otra episiotomía, él me conocía y aceptó, así que pude ejercer mi derecho a decidir.

El último parto, el de Martina, fue totalmente mío. Después de las experiencias traumáticas que tuve yo decidí que ese parto era mío y que nadie me lo iba a quitar, así que hicimos todos los controles, nos preparamos con mi marido y decidimos tenerlo en casa. Los médicos me recomendaban no hacerlo, porque se supone que una mujer con varios partos corre el riesgo de desangrarse porque el útero, en teoría, va perdiendo la capacidad de contraerse. A pesar de esto yo decidí que lo iba a hacer en mi casa, decidí que prefería desangrarme en mi casa a tener que pasar por un parto en una institución, si me voy a morir, me voy a morir feliz y en mi casa, pensé. El terrible miedo a pasar por un parto como el primero me llevó a esto.

Mi último parto fue hermoso, yo decidí en cada momento en qué posición quería estar, para sentirme cómoda, para reducir el dolor, el agua tibia ayuda a esto, pude expresarme, gritar, soltar a través del grito eso que sale de adentro y que es necesario soltar pero que en los hospitales buscan contener, que la misma mujer contiene por sentirse incómoda. No hubo nadie dando vueltas, apurándome, nadie haciéndome tacto, ni pinchándome ni agrediendo a mi bebe.

A pesar de que su experiencia fue totalmente placentera, Mónica no puede recomendar la realización de los partos domiciliarios. Sucede que, aunque las mujeres no tienen prohibido parir en sus casas, las parteras si están impedidas para asistirlas, los únicos autorizados por la legislación para hacerlo son los médicos. Si algo saliera mal la responsabilidad recaería en la partera. Pero un parto domiciliario, contando los honorarios del médico, un neonatólogo y una partera, cuesta entre 20.000 y 25.000 pesos. En algunos países el Estado permite a las parteras asistir en los alumbramientos domiciliarios y se hace cargo de sus honorarios, todo depende de la visión con la que se aborda la cuestión. "Sería muy lindo que cada mujer que decide parir en su casa tuviera la posibilidad de hacerlo, contando con la posibilidad de ser asistida por una partera que ayude en caso de ser necesario y que aconseje. Yo asistí partos domiciliarios donde el trabajo de parto estaba durando mucho y mi trabajo fue aconsejar a la mujer acerca de la situación, de los riesgos, brindarle información para que sea la mujer la que decida qué hacer. Ese parto lo terminamos en el Hospital de Concepción por decisión de la mamá, tardamos 10 minutos en el traslado y todo salió perfecto, pero la mayoría de los partos que asistí se desarrollaron con normalidad y las mamás tuvieron una experiencia única en compañía de sus seres queridos”.

Hacia una humanidad más humana

El uso inadecuado de la tecnología genera deshumanización, las maternidades son instituciones donde los bebés se producen con una lógica industrial, se busca acelerar el proceso, sin respetar los tiempos de cada mujer. La tecnología debería ser la herramienta que nos ayude a humanizar el parto, nos brinda herramientas para controlar el desarrollo del proceso, para identificar riesgos a tiempo, nos permite adelantarnos a los sucesos. Con el avance tecnológico y con una lógica más humana y menos mecánica, el parto humanizado, con la opción de realizarlo en el hogar, podría ser una opción que alumbre una sociedad más humana.