“Necesitamos transformarnos para que no nos miren y nos señalen como algo ‘anormal’”
/Actriz. Diseñadora. Docente. Peinadora. Bailarina. Artista. Se va a definir como un conjunto de demasiadas cosas para un solo cuerpo. Va a decir que es un cuerpo que fue armando a lo largo de la vida. “Como pude”, dirá entre risas. Esas risas que parecen válvulas de escape cuando los temas serios aprietan e incomodan. Pero ella, Claudinna Rukone, no le escapa a los temas incómodos. Se zambulle en ellos desde el humor y sale con alguna respuesta -o muchas preguntas- siempre bien parada. Con la pisada firme, la cabeza erguida y una sonrisa amable. Es artista, es trans y es militante. No le da un orden jerárquico a esas aristas de sí misma.
— ¡Uy qué difícil! Soy actriz, fui diseñadora, soy docente. Soy muy intensa como amiga.
Claudinna está sentada en un escalón afuera de un aula del Ingenio Cultural. Se acomoda la pollera larga, se alisa un mechón del cabello. En ese lugar, a lo largo de todo el año, se dictó un taller de cocina para mujeres trans coordinado por LOTO (Libertad y orgullo trans organizadxs, agrupación que Claudinna coordina) y Divas (Diversidad Valiente Santiago del Estero). Cada tanto alguien interrumpe la charla porque le consultan algún detalle o le piden que organice las actividades del taller de cocina. Ella se disculpa y pausa la entrevista. Sus movimientos suaves, delicados y armónicos son, quizás, secuelas de esas clases de danzas que alguna vez tomó.
— Yo egresé de la Escuela de Bellas Artes y entré a la Facultad de Artes a hacer danza. ¡Nada más heteronormado! ‘Vos sos varón, vos tenés que ser varón, vos vas a ser varón’, y no podés hacer otra cosa. Mujeres hay muchas así que tenés que ser hombre. En ese momento dije ‘bueno, me la banco, total para ser docente hay que hacer de todo’. Hice el primer año y fue muy difícil. Por ejemplo, estar en un aula con 150 personas, que te nombren de una manera que no te representa y tener que levantar la mano y decir ‘acá, presente’. Era doloroso y hasta vergonzoso, porque llegabas divina a la facultad y en ese momento se te caía todo lo que habías construido. Todo porque alguien con un poquito de poder, percibiendo la realidad, no le importaba y se relamía de hacerte vivir eso.
Ante el dolor y la vergüenza, esconderse.
— Todavía tenemos compañeras que no llegan al centro (de la ciudad) y menos solas. Tenemos compañeras que no conocen el centro de día. Que no se animan a subirse al colectivo por ese dedo acusador, que nos señala. Ni te imaginás la cantidad de obstáculos a sortear para salir de tu casa y llegar al centro: mirarse a un espejo y prepararse para salir. Esperar en la parada del colectivo donde pasan los autos, te tocan bocina y te gritan cosas. Subirse a un colectivo donde la gente se codea y murmura. Sentarte en un asiento doble y que nadie quiera compartirlo con vos así el colectivo esté lleno de gente parada y apretada. Caminar por la calle y que te miren sin disimulo como si no fueras una persona. En la misma cuadra escuchás un chiste, alguno saca el teléfono y te saca una foto. Eso te va cargando de un nivel de agresividad extrema. Ese nivel de violencia no lo salvó la ley de identidad de género.
Transformar los cuerpos es también para esconderse.
— Una se modifica el cuerpo para camuflarse y volverse invisible ante la mirada que nos señala. Necesitamos transformar nuestro cuerpo para construirnos, es verdad, pero principalmente necesitamos transformarnos para que no nos miren y nos señalen como algo ‘anormal’.
De lo invisible a lo visible, y al revés. Salir orgullosas a la calle y poder plantarse con colores, alegría y brillo a plena luz del día. Orgullosas no solo de vivir sino también de sobrevivir: “de seguir, tener la edad que una tiene y decir estamos presentes y vivas, mostrando y visibilizando lo que por muchísimos años tuvimos que ocultar”, dice Claudinna. Ya no se ríe porque habla de las compañeras que ya no están. De Lourdes Reinoso, cuyo crimen fue juzgado el miércoles y su femicida sentenciado a prisión perpetua; de Ayelén Gómez y de Cinthya Moreira. Y de las cientos de mujeres trans que mueren excluidas y olvidadas.
— Marchamos por las compañeras que ya no están, por las que construyeron este camino y dejaron la vida para que nosotras podamos salir a la calle a manifestarnos. Marchamos para seguir abriendo espacios y que tengamos un camino mucho más posible y sano, para que esas compañeras que superaron los 40 años tengan una vejez digna. Marchamos por una infancia trans libre de violencia, de exclusión, de odio y para que no necesitemos exigir tanto y podamos de una vez conmemorar estas fechas junto a todes.
Claudinna ocupa espacios por derecho. Reniega de las excepciones y no se resigna a ser una. En 2008, cuando ni siquiera se hablaba del matrimonio igualitario, se plantó ante la Justicia para exigir el cambio de identidad en su documento. Dice que el camino que la llevó a la militancia no lo eligió conscientemente. Tenía 21 años y ya había dejado la Facultad de Artes, pero no quería seguir abandonando lo que sabía que por derecho le correspondía. Una abogada recién egresada la animó a presentar un recurso de amparo para cambiar su nombre en el documento de identidad.
— Todo el mundo me decía que era imposible. Las referencias que teníamos hasta entonces eran Cris Miró y Florencia de la V, que seguían siendo personajes pintorescos de la televisión y yo no era esas excepciones.
En el Inadi -Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo- alguien le comenta que una chica de Mar del Plata, Tania Luna, había conseguido hacer el cambio registral.
— Me acuerdo que me dijeron ‘ella es un caso especial’, y yo me quedé pensando qué tenía de especial que yo no tenía. Después me dí cuenta que lo especial eran los contactos. Y eso me parecía injusto porque éramos miles con el mismo deseo y no podíamos acceder a eso que sabíamos que era nuestro derecho. En ese momento tenías que pasar por la ‘adecuación genital’ para que recién se considerara la posibilidad de hacer un juicio por la rectificación de datos. Era aberrante. Las intervenciones, las pericias que te tenías que hacer. Era insultante, invasivo. Y había una realidad: yo no quería modificar mi cuerpo de ninguna manera, quería que se me dejara de tratar en masculino. Solamente quería ser artista, y me empecé a encontrar con demasiadas injusticias. Así conocí amigas que todavía conservo.
La Ley de Identidad de género llegó en 2012. El caso de Claudinna y el de Tania Luna sentaron precedentes para esa ley que cambió la vida de muchas, pero que tampoco alcanza para subsanar las enormes desigualdades en la comunidad trans.
— Es muy duro darte cuenta que recién en 2012 el Estado decide considerarnos personas. Yo, que me siento y me sé una afortunada, nunca me pude recibir. Tenía demasiadas cosas en contra que no tenía nada que ver conmigo, ni con mi capacidad ni mi deseo. Solo me pude recibir como maestra de artes plásticas, que es el título con el que egresé en la secundaria, pero tampoco pude ejercer. Por un lado, fue una condena pasar por la Junta (de clasificación). Recuerdo ese pasillito donde había 300 personas y te nombraban a los gritos. Me recuerdo gritando y que nadie me escuchaba. Nunca más me volví a presentar. Por otro lado, la UNT (Universidad Nacional de Tucumán) no sabe qué hacer con mi título. No tengo mi título secundario con mi nombre porque no me dio respuestas cuando pedí rectificarlo.
¿La familia?
— Es un espacio de los que una no quiere salir. Tengo una familia que me acompaña y me entiende y es adonde siempre quiero volver a descansar y a refugiarme. Una suerte que tengo hoy, pero que tuvo todo su proceso de construcción en conjunto, de aprendizaje. ¿Mi papá? El boxeador del barrio que le costó todo mucho más. Siempre detestó la injusticia y luchó contra ella, y sabía que lo que yo vivía era una injusticia. Recién a los 89 años pudo entenderme. Pero no solamente somos expulsadas de nuestras familias, sino que lo volvemos a vivir con familias que conviven con hijes trans, porque nosotras, las adultas, no somos el buen ejemplo que sus hijes necesitan. Entonces volvemos a ser expulsadas incluso por familias inclusivas.
¿La prostitución?
— Es el lugar por el que todas pasamos. En el que la sociedad nos puso y donde se nos permite permanecer. La oscuridad, lo ilegal, lo clandestino. Lo que, aunque se sepa, no se sabe, lo que no se mira, lo que no se cuenta. Lo que mucha gente consume y a la vez nadie consume. Del lugar del donde mucha gente no le conviene que salgamos porque sabemos mucho.
Claudinna termina esta entrevista y sigue trabajando. Cierra un año que la tuvo haciendo cada martes -junto a otras compañeras trans- “Destravadas en el aire”, un programa en Radio B de resistencia militante, como le gusta definirlo. El sábado pasado estuvo en la entrega de los premios Artea, de la Asociación Argentina de Actores. Fue nominada como mejor actriz de reparto en comedia por su papel en la obra Como casi siempre al principio (dirigida por Pablo Parolo) en la terna de la que resultó ganadora Lourdes Aguirre Rodríguez. Antes había participado en la mesa panel de la ‘Jornada Trans’ que se realizó en el marco del Festival Nacional de Artes Audiovisuales y Derechos Humanos -Catapulta. El miércoles estuvo en el cierre anual del taller de cocina para mujeres trans.
Hoy, a las 19, estará en plaza Urquiza para participar de la marcha hasta plaza Independencia por el Orgullo LGBTI+, defendiendo los derechos ganados y los que aún faltan.