La vida después del clóset: los nuevos desafíos del fútbol femenino

Fotografías: Ignacio López Isasmendi.

Fotografías: Ignacio López Isasmendi.

Los miércoles entrenan. Tipo 20 se reúnen y por lo general juegan un partido amistoso con algún otro equipo.  En el predio hay varias canchitas y a esta hora están todas ocupadas. La única con niños es la de ellas. “Quedate aquí”, dice la madre y vuelve con el resto de las chicas a escuchar las indicaciones de la entrenadora. Y el pequeño se queda en cuclillas, jugando con la hermanita en el rincón de la cancha -al menos por un rato-. 

“¿Por qué nos llamamos La Comarca? Porque somos petisitas”, dice Fernanda entre risas. Fernanda Marchese es una de las jugadoras que está en el equipo desde que se conformó, antes incluso de que tuvieran nombre. “Ahora hay algunos elfos, que han ido entrando después, pero quedó el nombre porque al principio éramos todas de mi talla”, dice Marchese, que ronda el metro y medio de estatura. “Pequeña comunidad de amigas”, se definen ellas en su página de Facebook, donde publican fotos de los partidos, los entrenamientos, los torneos.  

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La Comarca nace como equipo de fútbol femenino en septiembre de 2014. Entonces eran unas cuantas amigas que se conocían de la escuela secundaria y venían de jugar juntas en cuanta oportunidad se les presentaba: partidos intercurso, intercolegiales, en las semanas de los colegios. Pero desde que egresaron hasta que el equipo se conformó como tal pasaron poco más de 10 años. “Después de egresar (2003) no teníamos dónde jugar y recién en 2005 empezamos a decir ‘nos juntemos en algún lugar’, así que íbamos al (club) Avellaneda. Al principio nos costaba completar un equipo de mujeres así que jugábamos con changos y hacíamos partidos mixtos”, recuerda Fernanda. 

Con el tiempo, cada vez más mujeres se fueron animando a jugar al fútbol y encontrarse con otras les permitió pensar en armar partidos solo de chicas. “Ir a las canchas era complicado, no teníamos vestuario, todas estaban llenas de varones que te gritaban. Éramos las raras. Pero ya éramos más mujeres. El equipo era femenino”, cuenta Marchese y asegura que aún guarda un mensaje en su muro de Facebook, en el que una compañera le decía: “tengo una idea: armemos un equipo de fútbol”. 

“Así que nos animamos y nos inscribimos en un torneo femenino. Ahí empieza a cuajar La Comarca”. Para ese primer torneo se compraron unas camisetas económicas en el popular mercado de Persia. “Para estar más o menos todas iguales -dice entre risas-. Jugamos sin botines (con zapatillas). Salimos segundas y nos ganamos el premio a goleadoras”. Y así La Comarca adquirió otro relieve. Buscaron un director técnico, los entrenamientos fueron más rigurosos y el equipo empezó a tener la estructura de titulares y suplentes. 

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El 2015 fue un año marcado por la masividad del movimiento feminista. Decir basta a todo tipo de violencia machista y cuestionar los privilegios de los varones se convirtió en tema de conversación en la televisión y en las mesas de aquellas familias que miraban de reojo este histórico fenómeno. En ese contexto fue que “el fútbol femenino salió del closet”, dice Fernanda. Los torneos ahora tenían otra envergadura, los premios dejaban de ser pensados en términos de ‘cosas para chicas’ y en Tucumán ya había dos divisiones. “Por primera vez había un lugar legítimo para jugar al fútbol. Ahí ascendemos a la A”, cuenta y enumera los entrenadores que las acompañaron hasta llegar a ‘la Gaby DT’. “Ella ha sido muy importante para nosotras porque no conseguís así nomás una entrenadora mujer”.

 “Ella es la Gaby DT”, dicen cuando la presentan. Gabriela Guerrero da instrucciones, se ríe y deja al equipo que está entrenando por unos minutos para poder conversar y contar de sus casi 20 años de experiencia en el fútbol. “He jugado en la Selección (nacional de fútbol femenino) en aquellos años en que la pelota era de cuero de vaca”, dice orgullosa. Jugó durante 15 años en el club Atlético Tucumán, se federó mientras estaba en River Plate y ahora se dedica a coordinar una escuela de fútbol femenino. “Yo había dirigido equipos de amigas de las chicas -dice, cuando habla de su llegada a La Comarca-. Y así es como ellas me contactan y me cuentan sus objetivos. Me gustó lo que se proponían y siento que nos hemos complementado muy bien”.

Quizás esto sea porque La Comarca tiene claro que los vínculos, la amistad y la afinidad ideológica son los pilares fundamentales en este equipo. “Nos gusta ganar, por supuesto, pero no a cualquier costa”, había dicho Fernanda. “Soy de las que se proponen mejorar las capacidades de las chicas, explotar el potencial que tienen. Pero sobre todo, para mí es importante que las jugadoras sean buenas personas además de ser buenas con los pies”, dice Gabriela. 

La historia de los comienzos en el fútbol de Guerrero se remontan a la canchita de Villa  Amalia. Ahí jugaba como ‘cebollita’ con los varones porque “en ese tiempo el fútbol femenino era muy raro”. “Cuando pasaron algunos años, ya adolescente, me llevaban para jugar en el campo que era donde más se practicaba el (fútbol) femenino”, recuerda, y afirma que esos años fueron duros para las mujeres en este deporte. Muchos más duros que hoy. “Sufrí en carne propia la discriminación y el machismo”, dice la mujer, que después de años jugando y tras una lesión se dedicó a entrenar. “En la cancha me gritaban ‘andá a lavar los platos, andá a cuidar tus hijos’. Después entrené durante tres años a equipos masculinos y he tenido que ser uno más de ellos. Tuve que probar que sabía tanto teoría como en el campo de juego”. 

Fútbol e inclusión y algunos desafíos

Este año la participación de la Selección nacional de fútbol femenino en el Mundial le dio a esta variante del deporte una importante visibilización. Al  menos así lo consideran Fernanda y Gabriela. Sin embargo, sostienen, falta mucho por hacer. “Si bien el fútbol femenino está hoy profesionalizado son muy poco clubes los que oficializaron sus equipos de mujeres en el país, pero Tucumán está lejos de eso. Se tiene que pagar para jugar, se gasta mucha plata”, aclara la directora técnica y menciona como ejemplo el alquiler del espacio para entrenar y la inscripción para participar en torneos.

Marchese, por su parte, señala que hay otros debates que también tienen que darse. La intervención del Estado, por ejemplo, y que el fútbol femenino se presente como una propuesta de política pública. “Que esté garantizado en los barrios, en las escuelas. Porque es caro jugar al fútbol y son las clases medias las que pueden pagar una cancha, participar de un torneo, pagar un entrenadora. En el parque 9 de julio encontrás cada 30 metros una cancha y son todas de varones”, ejemplifica. 

Gabriela cuenta que busca que sea una herramienta de inclusión social: “Hace dos o tres años, en Villa Carmela, donde con un amigo organizamos partidos, tocaba jugar una semifinal entre dos equipos de barrio. Entonces vemos que llega una camioneta y un carro cargado de gente. Eran la madre con sus cinco hijos, sus nietos, con los mates y todo. Resulta que jugaba la madre y ahí es donde ves que la mujer, gracias a esto, sale de esa rutina y de ese lugar donde la han puesto. Y a la vez comparte con su familia de otra manera”. 

“Lo femenino siempre es más inclusivo”, dice Fernanda e insiste con las discusiones que aún faltan resolver. “¿Qué hacemos con los chicos trans?”, se pregunta y admite que no tiene una respuesta. “Es un tema a conversar, porque hay gente que tiene una postura definida: ‘chicas trans en el equipo femenino y chicos trans al masculino’”.

En la canchita donde las chicas entrenan son el único equipo de mujeres hasta el momento. En el rincón los niños juegan y cada tanto se acerca la madre, alguna de las compañeras, o la misma Gaby DT a ver que todo esté bien. Termina el entrenamiento y arranca el partido amistoso. Se escuchan las indicaciones, los silbatos, y algún que otro gol. Están concentradas en el juego, en el partido que se viene. Se ríen, se abrazan y posan para la foto final.