Soledad Aráoz: el legado de una feminista incansable
/Foto: Elena nicolay | La palta
“Yo la había visto antes, pero el día que me la presentaron ella estaba sentada en una mesa junto a otras mujeres. Una compañera me las señala como ‘las feministas’ y para mí esa palabra fue como mágica”, dice, entre risas, Adriana Guerrero, integrante del Comité de Latinoamérica y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (Cladem). Entre esas mujeres -las feministas- estaba Soledad Aráoz y de ella habla con un brillo especial en la mirada y en el tono de su voz. Junto a Adriana están Raquel Castillo y Margarita Espeche, tres mujeres que compartieron militancia, actividades, mates y vinos con Sole. Tres mujeres que compartirán recuerdos en una charla para escribir estas líneas.
“Soledad nos formó. Nos enseñó a mirar el mundo con anteojos violetas”, dirá Raquel en algún momento en que la charla se ponga más seria y la ausencia se sienta con más fuerza. Ahora, es Adriana la que habla sin que se le borre la sonrisa sobre aquellas primeras veces que vio a Soledad. Cuenta que la empezó a buscar en cuanto evento o espacio había. Con el tiempo, ‘la Sole’ se convirtió en su amiga, su guía en el camino del feminismo, su maestra, su confidente.
Adriana la había visto antes: recuerda que fue en 1993, durante la organización del 8º Encuentro Nacional de Mujeres que se realizaba en Tucumán. Ella había regresado de un viaje a Colombia con la inquietud de hallar feministas en la provincia porque estaba descubriendo que ese era el lugar desde donde quería seguir construyendo su ser político. Entonces, en aquellos primeros años de la década del 90, Soledad era ‘la feminista’ por estas tierras. Y en ese momento, el Encuentro Nacional de Mujeres no era, dice Adriana, necesariamente feminista: “había sido copado por partidos políticos y su agenda feminista se diluía”. En ese contexto fue que Sole, junto al puñado de mujeres que la acompañaban, pujaban por la incorporación de temas que resultaban fundamentales e impulsaron el taller de feminismo, el de lesbianismo y el de violencia doméstica.
Antes, en la juventud, Soledad conoció la militancia ligada al movimiento de los curas tercermundistas. Su interés por el arte, el cine y la fotografía iban casi de la mano. Trabajó en el Consejo de Difusión Cultural en los barrios junto a Gaspar Risco Fernández, hasta que la dictadura la obligó a exiliarse. Volvió a la Argentina con la llegada de la democracia y construyó colectivamente espacios de resistencia.
En sus años de exilio se refugió en Bolivia, donde participó en la creación de la Colonia Piraí, una comunidad educativa para niños en situación de vulnerabilidad. “Creo que era una de las personas que más sabía sobre educación popular en esta provincia”, señala Guerrero. “Se decidió hacer una escuela propia en la Colonia Piraí porque los colegios tradicionales, enseñaban el Día de la Madre y del Padre a chicos de las calles que no tenían a los suyos. Hicimos talleres de nivelación de lenguaje, matemática y ciencias sociales e historia”, describió Soledad en 2013, cuando la Colonia cumplía 40 años.
El feminismo que molesta
Por momentos Margarita, Adriana y Raquel hablan entre ellas. Las anécdotas se multiplican: intervenciones en marchas, obras de teatro, acciones disruptivas para poner el feminismo en agenda. Es que para Soledad, la lucha debía ser activa y visible. “Si el feminismo no es incómodo, si no molesta, no sirve", repite Adriana. ‘Ser la mosca en la oreja’ es mucho más que una consigna para estas tres mujeres que, junto a Sole, encontraron en Cladem un espacio de pertenencia.
En marzo de 2021, Soledad se fue, dejando un legado colectivo innegable. En 1993, cuando poco y nada se hablaba de cupo femenino, Tucumán se convirtió en la primera provincia del país en conseguir la paridad de género en la legislatura. “Fue gracias a una pelea que ella ayudó a dar”, dice Margarita. Y también se fue dejando huellas personales en sus compañeras: “Ella marcó una manera de mirar el mundo saliendo de ciertos corsés, de ciertas normas, de romper algunas estructuras familiares y sociales”, recuerda Raquel.
Foto: Elena Nicolay | la palta
Y esa manera de mirar el mundo la compartió hasta el final de sus días. “Hasta el final, su preocupación fue seguir articulando espacios de lucha”, dice Adriana mientras Raquel y Margarita asienten. La fortaleza de Soledad Aráoz cabía en un cuerpo menudito de alrededor de metro y medio. "Era durísima y brillante", dice Adriana. “Con ella, era aprender un montón entre risas, bromas y sarcasmo”, agrega Raquel. Es que la Sole habita todavía este mundo en las enseñanzas que compartió, en los espacios que abrió, en los cambios que parecían imposibles y ella hizo posibles.