El silencio de los inocentes, puesto en escena
/Pedofilia. Pederastia. Abuso de menores… Silencio. Una sociedad que autoproclama la libertad de expresión y que presume de una "mentalidad abierta", todavía no rompe las cadenas de una "ceguera moral", que mantiene atada a la verdad. Pero por suerte, entre esta masa de negaciones, todavía hay quienes sí quieren ver y, por sobre todo, sí se comprometen a cambiar una realidad más que cruda. Juan Antonio Tríbulo, el "hombre del teatro" en Tucumán, trae de la mano de Leonardo Goloboff, y acompañados por un elenco de lujo, una ficción que sin lugar a dudas supera la realidad o, mejor dicho, la enseña: "Hamelin", una obra escrita por Juan Mayorga, que trata las diversas formas de violencia de los adultos sobre los niños, siendo la principal la dominación sexual. Pero también se pueden ver otras, como la ausencia de modelos, el abandono y el desamor. Como exponente de esta realización, Tríbulo se sentó tranquilo en un café a relatar, de forma amena, lo que todos quieren conocer de este trabajo que, sin haberse abierto totalmente al público aún, ya promete marcar la diferencia.
Hablar con Juan es escuchar la voz de la experiencia, en toda su expresión. De tonada pacífica, pero con un mensaje claro y contundente en cada una de sus ideas, él cuenta cómo esta obra, aparentemente oportuna, esperó durante dos años para salir del clóset: "Planificamos el estreno para julio de este año, por una falta material de tiempo. Y aunque parezca conveniente dada la situación que vive la provincia y todos los casos que se hicieron públicos en estos últimos meses, la realidad es que estuvo en carpeta desde 2009", comentó el actor.
"Estos temas, desgraciadamente, son muy viejos. Se dieron en todas las épocas, porque tienen que ver con el ser humano, que va tanto al bien como al mal. Y cuando va al mal hay distintas maneras de expresarlo", reflexiona, y continúa con una verdad que pocos soportan: "Estas son las cosas de las que no se hablan. Lo que la obra quiere decir es lo que la gente oculta. El silencio de la sociedad. El no escuchar a los niños. La errada imagen respetable del mayor, que hace pensar que es imposible que esto suceda. Esto no se habla. No se cuenta, no se dice."
Cuánta razón tiene aquella frase. Cuán tabú es este estado, aunque muy pocos se atrevan a reconocerlo. Qué poca importancia se le da a las vocecitas de los niños, con la excusa de su mente ilusa e imaginativa. Cuando en realidad los ingenuos son aquellos que no creen, que esto en "su familia no puede pasar".
Y aunque, aparentemente, el trabajo de este espectáculo no puede ser más completo, los realizadores del proyecto fueron un poco más allá e iniciaron sus funciones apuntando primero a un público que, además de ser el más interesado, es quien puede contestar con más precisión qué tan cerca de la realidad se encuentra este drama: "Se nos ocurrió que los principales espectadores deberían de ser la gente de familia, problemáticas sociales, la parte de la justicia que se encarga de los niños, violencia familiar y de género, por lo que nos acercamos a Tribunales e invitamos a todo el sector que trabaja en esas áreas", explicó, y visiblemente muy satisfecho concluyó: "¿el resultado? Salieron conmovidos".
Una obra que quiere acabar con el mundo utópico que creamos a nuestro alrededor, para olvidar o no ver lo que realmente importa. Que invita a despertar a la realidad, a mirar a los más chicos y a convertirse en el modelo que ellos necesitan. Una puesta en escena que no quiere tener al mundo como escenario, sino que pretende que sea el mundo mismo el que la termine transformando en una mera ficción.
Mauro Schrotlin