Esfuerzo, una palabra en extinción

El señor esfuerzo se encuentra en terapia intensiva y en los últimos años esta situación se hizo evidente. Aunque suene un poco exagerado, mucho de cierto hay en la regulación de la ley del menor esfuerzo. Una ley que conspira junto con el Estado para arrebatar toda capacidad de superación entre los ciudadanos.

Planes, proyectos y cargos públicos enmascaran la realidad que contagia de pereza a toda persona susceptible al esfuerzo. Así, lentamente la percepción del trabajo se va apagando y los vítores se alzan a favor de las soluciones sociales “mal administradas”.

Consecuencia: una familia con más hijos que calzados, campos vacíos y con productores que prefieren recurrir a los productos manufacturados antes que cosechar por su cuenta o, peor aún, niños que crecen sin la cultura del esfuerzo en su psiquis lo que lleva a una brutal ruptura de la visión de progreso.

La pregunta incómoda es, en estos trucos o beneficios, ¿cuánto hay de interés social y cuanto de estrategia política? ¿Existe realmente una intención de igualdad social o solo es un mero papel tapiz que oculta el artificio para atraer pulgares arriba a la hora de elegir un representante?

Muchos pensadores, políticos y ciudadanos dieron su opinión al respecto. Pero lo cierto es que, sea como fuere, el “esfuerzo” es el más perjudicado en el debate. Discriminado, desvalorizado y hasta ridiculizado, el señor esfuerzo empieza a mostrarse como un inadaptado social.

Una situación que beneficia a unos pocos, preocupa a otros tantos y resulta indiferente para una cantidad importante de ciudadanos libres, capaces y miembros de una sociedad con recursos laborales. Sociedad que empieza a definirse como pasiva y sedentaria al observar como el señor esfuerzo empieza a preparar sus valijas.

Javier Sadir

jsadir@colectivolapalta.com.ar