El fantasma de Escobar

Tiempos extraños para el fútbol. Los protagonistas son otros. No pisan cada fin de semana el campo de juego. No entrenan. No dirigen, al menos formalmente, los destinos de un club. Esta semana la sección deportiva volvió a teñirse de locura. Fueron varias camisetas las que se mancharon de violencia, de amenazas, hasta de sangre. Desde las balas en la casa del presidente de Chaco For Ever hasta el apriete, desmentido, a autoridades de River Plate. Desde el cañón de un arma en la pierna de un jugador de Racing hasta el enfrentamiento entre dos grupos de hinchas de Lanús, que terminó con la muerte de uno de ellos y varios heridos. Y en Independiente, el club que intenta ir contra la corriente, tampoco hay paz.

En el mundo barrabrava no hay razones ni términos medios. No hay pasión, sino la fría costumbre de obtener lo que se quiere como sea. No hay diálogo, porque eso sería admitir una relación de igualdad con aquellos que les temen.

¿No es hora de parar la pelota? ¿De reconocer que la situación es insostenible? Eso implicaría, claro, que Policía, dirigentes, jugadores e incluso políticos corten lazos y dejen de alimentar al monstruo barrabrava. Que se acaben las entradas, los viajes y los favores. Que quienes forman el cerco de seguridad de gobernantes y legisladores no sean los mismos que después hacen temblar las tribunas. Hace falta destejer una red tan complicada que lo más lógico parecería ser rendirse antes de empezar.

Hace casi 20 años, Andrés Escobar, jugador de la selección colombiana, fue asesinado al regresar a su país después de meter un gol en contra que terminaría siendo determinante para la eliminación de su equipo en el mundial. El fútbol argentino está en tiempo de descuento. O se hace algo, urgente, o algo tan doméstico como un descenso puede dejar a un Escobar propio tendido en el pavimento.

Cecilia Morán

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