Tradiciones nuestras que están en los cielos
/Terminando octubre y empezando noviembre la convivencia de tradiciones en la Argentina, país de la multiculturalidad por excelencia, se tensa y dispara las más variadas argumentaciones y protestas en torno a lo que se considera “nuestro” y lo que no lo es. Una especie de fundamentalismo se percibe en afirmaciones como “defendamos lo nuestro” y las campañas al boicot de las fiestas “importadas”. Primero, según el almanaque, están las celebraciones de Halloween. Una tradición claramente proveniente de Estados Unidos que cada vez se encuentra más instalada, principalmente, entre los jóvenes y niños. Esta festividad despierta entre muchos argentinos un profundo malestar que llega incluso a la indignación. Indignación que se manifiesta en compulsivas publicaciones en las redes sociales en contra del festejo, algunas con argumentos basados en la fe cristiana, pero otros con el simple discurso de “defendamos lo nuestro”.
Lo particularmente curioso es que llegado el 10 de noviembre, día de la Tradición en la Argentina, aquellos que arengaron en pos de lo propio parecen no percatarse de la fecha que antes defendían con tanta pasión. ¿Será que no era más una impostura “en contra de”? Sea como fuese, a la hora de definir lo que se entiende por lo nuestro y diferenciarlo de lo ajeno las cosas no están muy claras para nadie.
Durante muchos años se enseña en las escuelas el día de la tradición como el día de revalorizar la cultura argentina, y con ese fin se habla del gaucho, las boleadoras, las chinas y el folclore. Lo que no se explica es que todas esas costumbres no solamente fueron importadas, sino que fueron valorizadas en un momento en que fue necesario un discurso para construir la identidad nacional. Sí, un discurso para construir, porque la identidad no es algo que viene dado por la naturaleza y mucho menos la identidad de un pueblo. Es algo que se construye desde lo discursivo para lograr lazos en una sociedad diversa y heterogénea que de otro modo tiende a la escisión.
Otra cosa de la que no se habla, ni en las escuelas, ni entre los “fundamentalistas de lo nuestro” es que esa figura, hoy tan ensalzada, del gaucho argentino fue durante muchos años denostada. Era, como lo indicaba Domingo Faustino Sarmiento, el icono de la barbarie que debía de erradicarse de estas tierras para lograr un país en serio. Lo gauchesco representaba lo salvaje y lo vergonzante algo que, como es de suponer, distaba mucho de los atributos que luego se le dio como la nobleza y la entrega al trabajo.
Pero a pesar de todo eso, lo que es necesario preguntarse es hasta dónde esas tradiciones son propias de este suelo. Bien se sabe que la guitarra es de origen español, que las zambas y las chacareras son hibridaciones musicales conformadas a partir de la inmigración y que la vestimenta no guarda similitud alguna con la que usaban los nativos de estas tierras. Entonces ¿cuántas son las diferencias entre esas tradiciones y las fiestas de halloween? A decir verdad parece que la única diferencia es que esta nueva festividad les pertenece más a los niños y adolescentes que a los adultos, mientras que aquellas son, cada vez más, un recuerdo nostálgico y romántico ya que ni los adultos las tienen tan presente.
Si se piensa que las nuevas prácticas sociales atentan contra la cultura nacional, habrá que replantearse qué implica esa cultura, qué tan homogénea es en realidad y hasta dónde no es más que un discurso fosilizado que deberá adecuarse a los tiempos que corren. Tiempos que no son ni mejores ni peores, sino simplemente diferentes.
Gabriela Cruz
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