¿Tu desodorante? Más tóxico que Chernobyl

El otro día estaba en el trabajo y sentía que necesitaba reforzar mi desodorante. Sí, ese que promete “no abandonarte nunca”. Pero ya saben lo que pasa hasta en las mejores familias: busqué en mi bolso y me di cuenta de que mi desodorante en aerosol no estaba. Había probado ya con un par de opciones naturales que no me habían funcionado y estaba frustrada. Parecía que nunca alcanzaban. Mi cuerpo se había vuelto adicto a los químicos, esos que durante años nos venden como la única opción.

Fue entonces cuando una compañera se acercó a ofrecerme una alternativa compuesta por una crema de manos de una conocida marca y un frasquito pequeño con el “ingrediente secreto”. “Si te animás, probá”, me dijo. “A mí me cambió la vida y, además, no me pongo nada raro en el cuerpo, y mucho menos cerca de las mamas”. Lo que traía en ese frasquito era bicarbonato. “Mezclás un poco de crema con bicarbonato y listo”, afirmó. Así fue: el “santo remedio”. Desde ese día, a esa marca la abandoné yo.

En un mundo donde las rutinas estéticas alienan, muchas personas desconocen que la presión para mantener ciertos estándares es introducida desde edades cada vez más tempranas. Informes como el publicado por la Asociación Argentina de Dermatología Pediátrica y Adolescente en 2023 advierten sobre el consumo creciente de cosméticos entre niñas de 8 a 12 años, impulsado por estrategias publicitarias que priorizan la apariencia sobre el cuidado genuino de la salud.

En ese viaje, entre la presión estética y la comodidad personal, es clave preguntarse qué es exactamente lo que se le está poniendo al cuerpo. Hoy en día es común que en los supermercados y farmacias se encuentren etiquetas que proclaman que un producto es “totalmente natural”, “eco-friendly” o “libre de químicos”, pero eso no siempre es garantía de seguridad. Por eso es fundamental leer las etiquetas y consultar fuentes confiables para confirmar la verdadera inocuidad de los ingredientes.

Al investigar, surgen datos preocupantes. Por ejemplo, el hecho de que los parabenos (habituales en maquillaje, shampoo, cremas humectantes y cremas de afeitar) pueden alterar el sistema endocrino y hoy están asociados con un mayor riesgo de cáncer de mama y pubertad precoz. Lo mismo sucede con el talco que ha sido vinculado a problemas respiratorios, exposición al asbesto y casos de cáncer de ovario. Otros ingredientes tóxicos comunes son los ftalatos, presentes en esmaltes y también champús, el formaldehído, que es cancerígeno y usado en adhesivos para pestañas o esmaltes, y el plomo, que se ha detectado en más del 60 % de las pinturas de labios y puede causar desde dolor articular hasta complicaciones en embarazos. A ellos se suman la dietanolamina (DEA), utilizada como emulsionante en jabones y champús, vinculada a tumores en estudios con animales, y el palmitato de retinilo, que aumenta la fototoxicidad y el riesgo de desarrollar cáncer cutáneo cuando es expuesto a la luz solar.

Ante esta realidad, es recomendable que los consumidores revisen sus opciones elegidas para identificar si alguno de estos ingredientes está presente. Reemplazar los productos poco a poco por versiones más naturales es una opción sencilla para reducir la exposición a químicos agresivos. Además, al elegir alternativas menos industrializadas y más conscientes, también se reduce el impacto ambiental: muchas de las grandes marcas dependen de plásticos desechables, microplásticos y procesos altamente contaminantes que dañan ecosistemas enteros.

En ese sentido, apoyar a emprendedoras que elaboran cosmética natural es un acto que fortalece la economía local y que, a la vez, promueve prácticas sostenibles. Esto genera menos residuos tóxicos, menos huella de carbono y una cadena productiva que respeta la biodiversidad y los recursos naturales. Cuidar el cuerpo y el planeta pueden ir de la mano, y ese cambio de hábito es una herramienta concreta para transformar no solo la salud personal, sino también el entorno que habitamos.