Oscars 2024: Equipos chicos

Por Pablo Jeger

Una vez más se acercan los Oscars y, para no perder la mala costumbre de opinar, escribo mi nota anual para La Palta. Esta vez hice los deberes con tiempo: terminé de ver todas las nominadas a mejor película 17 días antes de la premiación, e incluso a la mayoría pude verlas en enero porque soy docente. Esta anticipación genera la posibilidad de discutirlas, ponerles puntajes, compararlas y ordenarlas de mejor a peor. Pero no voy a escribir sobre diez películas distintas porque de la mayoría no tengo nada para decir.

Como siempre, estuve gugleando hacia dónde apuntan los premios este año y todo parece indicar que a). la favorita es “Oppenheimer”, de Christopher Nolan, y que b). el mismísimo Nolan finalmente se llevará su Óscar a Mejor Director. “Oppenheimer” es una película biográfica (o biopic) sobre la vida del físico homónimo, sobre la auditoría de seguridad a la que es sometido durante el macartismo, sobre el proyecto Manhattan y sobre la bomba atómica. Pero en fin, es una biopic, y no una particularmente memorable. No tengo ganas de opinar sobre por qué debería o no debería ganar porque francamente no me importa, hubo peores ganadoras del Óscar, hubo peores películas de Nolan y definitivamente hubo peores biopics. Pero quiero detenerme un segundo en discutir la proliferación de este género porque a veces siento que es un fenómeno más grave que el calentamiento global.

Si bien existen desde siempre, el joven Siglo XXI parece haber generado un aluvión de  historias reales sobre gente real. Algunas, como “Una Mente Brillante” y “El Discurso del Rey”, ya ganaron el premio mayor. Este año también hay nominaciones para “Maestro”, sobre la vida del compositor y director Leonard Bernstein. Y para “Nyad”, sobre Diana Nyad, una nadadora de larga distancia que fue la primera en nadar desde Cuba hasta Florida. Y para “Rustin”, sobre Bayard Rustin, el asesor de Martin Luther King (obviamente ya hay otra sobre Martin Luther King). Y en los últimos años hubo nominaciones para actores que interpretaron al Papa Francisco, a Marilyn Monroe, a Elvis Presley y a Lady Di, pero también al padre de las tenistas Williams, al coguionista de Citizen Kane y al vicepresidente de George W. Bush, o sea, a los actores de reparto de las vidas famosas. A este ritmo, en unos años vamos a estar viendo una biopic sobre el Rifle Pandolfi.

¿Por qué hay tantas películas biográficas? Dios sabe, pero supongo que generan una serie de facilidades. A los cineastas, por ejemplo, les debe ahorrar el trabajo de imaginar una historia ficticia porque tienen una historia real a mano (a Christopher Nolan en particular se lo agradecemos porque ya demostró las limitaciones de su imaginación con “Inception” y con “Interstellar”). Cuando la biografía es sobre un personaje particularmente famoso y mediático, a los actores se les facilita un poco el trabajo porque en vez de actuar tienen que imitar, e incluso se llevan premios por eso. Por ejemplo, Rami Malek ganó el Óscar a Mejor Actor Protagonista por Bohemian Rhapsody, y si me preguntan su trabajo es prácticamente el mismo que el de cualquier cantante de una banda tributo a Queen de esas que vienen a tocar al Teatro Mercedes Sosa. De paso, en las biografías musicales los productores pueden contar con un público preexistente. Por ejemplo, los fanáticos de Queen irán a ver la película de Queen y así con cada artista. Recientemente, Sam Mendes anunció que va a hacer una película para cada uno de los cuatro beatles. En conclusión, ganan todos, con la posible excepción de los maquilladores que tienen que hacer milagros para que la misma actriz retrate treinta o cuarenta años de vida de la misma persona.

Pero no vale la pena renegar. De hecho mi intención era escribir sobre el cine que sí me gusta, así que ahí va. Una película que me encantaría que gane es “The Holdovers”, de Alexander Payne, que acá fue traducida como “Los Que Se Quedan”, un título que no suena muy bien pero tampoco parece haber otro mejor a mano. “The Holdovers” es lo que yo llamo un equipo chico de los Óscars. Con esto no me refiero a que su presupuesto es menor al de otras nominadas favoritas (aunque supongo que lo es, pero no voy a chequearlo), sino a que sus posibilidades de ganar el premio a mejor película siempre van a ser casi nulas. Quizás lo más cerca del Óscar principal que estuvo un equipo chico en este siglo haya sido “Boyhood”, de Richard Linklater. Pero ese empuje posiblemente haya sido gracias a la publicidad que generó su producción: es una película de casi tres horas que fue filmada durante doce años. Y de cualquier manera terminó perdiendo contra un bodrio de Alejandro González Iñárritu. Los equipos chicos tampoco suelen ganar el premio a mejor director, aunque sí pueden llevarse un premio consuelo en las categorías de mejor guión. Por ejemplo, fueron premiados los guiones de “Juno”, “Little Miss Sunshine” y “Lost in Translation”, todos equipos chicos muy memorables y muy bien envejecidos.

No es muy difícil identificar a un equipo chico entre las listas de nominadas a los Óscars. En general tienen un tono de comedia leve o incluso de comedia romántica, como fue el caso de la encantadora “Licorice Pizza” hace un par de años. La banda sonora también es un buen indicador: lejos de las partituras grandilocuentes para transmitir dramatismo, los directores de equipos chicos eligen canciones a tono para decorar algunas secuencias, generalmente de transición: en “The Holdovers” suena “The Wind”, en “Licorice Pizza” suena “Life on Mars?”, en “Boyhood” suena “Hero”, y así hay un millón de casos notables. Pero, sobre todo, los equipos chicos se distinguen porque sus argumentos están centrados en personajes más bien comunes que viven vidas más bien comunes. Es decir, están construidos sobre una base totalmente opuesta a las biopics, que narran momentos notables en vidas notables.

Alexander Payne es justamente un especialista en dirigir estos equipos chicos. Ya lo hizo antes en “About Schmidt” (la de Jack Nicholson viudo y jubilado viajando en su motorhome), en “Sideways” (la de Paul Giamatti viajando con su amigo por bodegas californianas) y en “Nebraska” (la de Bruce Dern viajando con su hijo a retirar un premio). “The Holdovers”, a diferencia de estas road movies, es sobre los que no viajan. Trata sobre un colegio internado en los 70, de esos que abundan en las ficciones norteamericanas, y sobre tres personas que deben quedarse durante la Navidad no porque quieran sino porque no les queda otra. Uno es un profesor autoritario, odioso y sin familia (Paul Giamatti), otro es un alumno hijo de padres divorciados (Dominic Sessa) que a último momento se queda sin planes y la tercera es una cocinera negra (Da’Vine Joy Randolph) que está en duelo por la muerte de su hijo en Vietnam.

¿Qué se puede esperar de esta premisa? Nada muy extraordinario: que los personajes inicialmente se odien o se rechacen, que se genere algún conflicto, que eventualmente aprendan a quererse y que tengan finales levemente felices o levemente tristes. Hay lugar para el dolor generado por las palabras inoportunas y por las heridas del pasado, pero también para los actos nobles y para la compañía amable que necesita y agradece cualquiera al que le haya faltado una familia en Navidad. Pero principalmente, hay una narrativa que permite que todo esto fluya de manera genuina, sin cinismo, sin finales miserables ni moralejas cursis. En esa fluidez, los equipos chicos despliegan toda su magia. Y no necesitan dividir el átomo para eso.