Es una orgía Tucumán: la última noche de Santos

*Por Marcos Escobar

Foto: Ana Martina Camuñas | La Palta

El patovica de la puerta lo único que hace es revisar que no entremos con botellas adentro de la mochila. Hay gente hasta colgada del candelabro de la habitación. He visto este lugar transformarse, abarcar toda una ele que tenía salida por la otra calle, achicarse, volver a agrandarse y tener un patio cervecero con comida. Ahora ha vuelto a su forma original, solo que techaron el patio donde está el escenario y las cataratas de humo de cigarrillo y porro caen para arriba. 

Hace por lo menos un año que no entro a Santos. Siempre estoy al tanto de las fiestas que organizan, veo las historias que suben, veo a gente que cada tanto aparece y sube una foto a las redes. Veo gente que nunca me imaginé ver ahí compartiendo eventos y publicando stories

Tengo el síndrome “yo lo sigo desde cemento”, y pienso con cierta añoralgia en las primeras veces que entré a este mundo fantástico lleno de pinturas de hongos, duendes y una Evita gigante en las paredes. Mis primeros pasos por noche de Tucumán fueron en este patio en  donde apenas entraba la gente y en la habitación cerrada, completamente oscura hasta el tope de cuerpos bailando, agitando y transpirando como un solo organismo. 

Acá en Santos vi tocar, en ese mismo cuarto oscuro, a bandas increíbles de las cuales nunca voy a recordar el nombre. Estoy casi seguro de haber visto a Critical Haze, Antifa Crew y a Mango LaFruta. También ha tocado Maicarron, cuando Ril Fella todavía usaba el nombre Léxico MC. También está la chance de que me equivoque y alguna de estas bandas nunca haya tocado en este espacio, pero también tengo la creencia de que no hay banda del under que no haya pasado por esta casa.

Las primeras y las últimas veces que consumí cocaína fueron en el baño de este lugar. Lo he visitado de ácido, lo he visitado muy fumado y muy borracho, y, a veces, las tres juntas. Acá he visto al Turco Rasuk saltar desde el escenario por encima de un montón de gente para aterrizar en el medio de una ronda, agarrar del cuello a un tipo que se estaba pasando de piola con una changa y sacarlo a la calle para volver a subirse a tocar sin un segundo de pausa.

Entre la fauna de la movida tucumana me encuentro con una amiga de mi vieja, bailando y cantando a los gritos. En la misma ronda veo al profesor que me tomó un final de literatura hace dos meses. Veo las caras de conocidos a los que nunca les supe el nombre, veo a gente con la que no me hablo hace años, que seguramente ya no se acuerdan de mí, y veo también a gente con la que me he prometido cagadas y gente con la que nos queremos muchísimo a la distancia. Me pasa por el costado el percusionista de Los Torcans, al que una vez intenté darle un beso al costado del escenario cuando terminaron de tocar y que por supuesto me rechazó. Esa fue la única vez que pude ver tocar esta banda leyenda de Tucumán. 

Voy hasta la barra para comprar una birra y me cruzo a una amiga que vive en Buenos Aires. Nos abrazamos con fuerza, me cuenta que la trajeron para rehabilitarse, y se pide una coca en la barra para reforzar el punto. “Tenemos muchas cosas, pero ya no tenemos 20”, me dice y me hace señas para que la salude a su novia. En el escenario, La Plazoleta agita los últimos temas y se despiden. De esas despedidas va a haber varias antes de que se bajen finalmente.

En la habitación del costado fue el primer evento de Monoambiente Editorial. Aquí nos recibieron una tarde en donde presentamos un tendero con escritos y anunciábamos el primer libro que se iba a publicar. Aquí leí por primera vez un texto mío frente a personas desconocidas, aquí fue la primera vez que me animé a cobrar “la voluntad” en pos de un proyecto artístico. Santos también nos permitió festejar el primer cumpleaños de la editorial. Para esa fiesta, la casa le prestó una consola a C4LLE DJ para que pudiera tocar por primera vez con el nombre de Dj Flou. Toda esta movida le permitió al proyecto publicar el tercer libro del catálogo. 

Gracias a Santos pude comer cinco días a la semana cuando me independicé. Vivía a tres cuadras y el almuerzo por $25 era la excusa para encontrarnos con otros estudiantes, con gente de teatro, escritorxs, bailarinxs. También era la excusa para escuchar música en vivo: el piano ubicado en el patio fue lugar de presentaciones tan hermosas como casuales de tango y de jazz al mediodía. 

Lo veo entrando al Malacresta, el cantante de El Contuvernio, con un gorrito de conejo que tiene unas orejitas que se levantan cuando aprieta las patitas que cuelgan, me da un abrazo rápido y se pierde de nuevo entre la gente. La Plazoleta, que por poco no entra toda junta arriba del escenario, termina de tocar finalmente y comienza a sonar una playlist que me sigo acordando de memoria. 

Este fue el primer lugar al que traje a mi hermana cuando se vino a vivir a Tucumán. Siempre comentábamos que era increíble cómo uno podía reconocer exactamente los temas que ponían en Santos, y que encima salían siempre en el mismo orden. Suena la Bzrp Session de Nathy Peluso, me siento un bailarín que se reencuentra con una vieja danza que no practica hace mucho. 

De este boliche me tuve que ir una vez antes de entrar. En la puerta me la encontré a mi madre que salía de fiesta con sus amigas. He festejado cumpleaños, he besado, he vomitado, me he peleado y me he arreglado con muchísima gente. A veces he vuelto hasta contra mi voluntad, porque así funciona un espacio cuando tiene gravitación. El año pasado tuve una época de orbitar por Santos, arrepentirme de ir en la puerta y luego caminar para optar por otra opción. Se había convertido en un boliche, y yo ya no estaba para esos trotes, así que me limitaba a disfrutar, ir a tomar una cerveza sentado en el patio. Hasta que un día llegué a la Plaza San Martín para asistir al festival Ite al pingo Milei y no encontré nada. Mi novia se fijó en Instagram. La policía había desarmado todo. Santos salía al rescate una vez más y habilitaba la entrada gratis para que las bandas que ya estaban preparadas se pudieran subir a tocar. 

El Contuvernio está terminando de desafinar los instrumentos para empezar el recital. Al Malacresta no se lo ve emocionado todavía. Está todo el mundo de joda y él laburando un domingo. A los pocos temas va a estar saltando sin remera, gritando como un mono al micrófono y sacudiendo la cabeza. Uno de los saxofonistas surfea entre la gente con el instrumento alzado. Una chica se acerca y le pide el micrófono. Desde el medio del pogo canta un tema entero a la perfección. 

Los temas van pasando del segundo al tercer disco, entro en un trance de baile y sacudones aunque no me sepa las letras, hasta que empieza a sonar el bajo de “Churrasco al espejo y puedo cantarlo de principio a fin, hasta aparece el Owen en escena para rapear con Malacresta. Entre los discos con los que he tenido obsesiones, Alguien tenía que decirlo ocupa el lugar de la música de fondo para mis pedaleadas hasta el call center donde trabajé cinco años. Han devuelto al saxofonista al escenario y ahora revolean a una chica del público de punta a punta por encima del pogo. 

Después sigue La llorona y su jardín de dragones, una banda que adoro y de la cual espero el disco como mi hijo espera la Navidad. Es de una justicia artística que pocas veces se ve en este mundo que la canción “Muladar, del último disco del Contuvernio, tenga sampleada la voz de Camila Plaate gritando “Flaca, flaca, flaca” en loop por detrás de la música. 

El Contuvernio termina el show con “Tucumán, Malacresta aúlla: “Es una orgía Tucumán. Triste y fatal”, y por detrás se esuchan los gritos de “Espantoso”, “Horrible” y “Bajenlos por favor”. 

Se termina esta parte del recital, como se termina esta parte de mi vida, el cierre de mis veintes es con el cierre del espacio donde aprendí a trabajar y negociar con proyectos autogestivos, donde descubrí la noche de esta ciudad. Santos fue el patio de mi casa durante el tiempo que viví cerca, mi after office los años que trabajé de noche y en los que nos dejaban pasar gratis por ser gastronómicos. He venido a bailar de jogging, con olor a comida por tantas horas encerrado en una cocina, y también con vestido y maquillado.

Pero esta no es una crónica a mis añoranzas, no es un recuento de todos mis bailes ni de todas las aventuras que he tenido aquí. Este texto es mi forma de levantar el vaso y saludar a un espacio que nos supo cobijar a estudiantes, musiqueros y musiqueras, artistas, personas de todos los colectivos, militantes y también a gente que solo quería venir a pasarla bien. Un último saludo a este espacio del cual me arrepiento de haber creído que siempre iba a existir, cuando sabemos muy bien que nada es para siempre, y del cual espero con ganas su próxima forma, el próximo glow up que nos deje de la cara.   

Salimos, el calor adentro ya es demasiado. Prefiero ir a comer una pizza a la vía. La llorona es el futuro, la movida que ya está siendo, y esta noche yo estoy enterrando mis veintes.