Una herida absurda, el consejo de mamá y la rareza de ponerse en el lugar del otro
/El chico sale a la vereda sin sombra y manda un audio; tal vez diga “lo hice, al fin”, “gracias”, “tenías razón”. No lo sabe pero sólo con hablar acaba de ejercer otra justicia, una distinta a la de escritorio. Una distinta a la que está rota y que rompe. En la siesta pesada lo ven irse tres carteles: son las fotos de Natalia, Marianella, Alejandra.
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