Escuelas trans, una manera de construir un mundo más justo

Fotografía: Ignacio López Isasmendi.

Fotografía: Ignacio López Isasmendi.

“Me quedo con una frase de Lohana (Berkins) -referente travesti y activista por los derechos humanos fallecida en 2016- que decía que cuando una travesti entra a la Universidad cambia la vida de esa travesti, cuando muchas travestis ingresan a la Universidad cambia la vida de la sociedad”, dice Francisco Quiñones Cuartas, director del Bachillerato Popular Trans Mocha Celis y codirector de la película documental “Mocha: nuestra lucha, su vida, mi derecho”. 

Francisco tiene una remera con la cara de un Sarmiento de pelo muy rubio, cejas finas y delineadas, mejillas coloradas y labios pintados. Esa imagen del padre de la educación pública es la que representa al ‘Bachi’, como llaman las estudiantes a esta institución que lleva el nombre de una travesti tucumana asesinada en Buenos Aires. “Me parece muy emocionante estar en Tucumán porque la Mocha era tucumana”, dice Quiñones. En el documental, Lohana Berkins recuerda que cuando llegaban a las comisarías detenidas mientras trabajaban en la zona de Flores, la Mocha le pedía que le leyera. “Cuando estábamos en los calabozos había otra trava, una chica súper erudita. Y yo le dije: ‘Aprovechemos que estamos acá adentro y enseñále a Mocha. Pero hacelo de manera que ella no se sienta mal, que no se sienta menos’. 

Quiñones Cuartas conoció a Ayelén Gómez, la joven tucumana trans que estudió en la institución que dirige y que fue asesinada en agosto de 2017. “Hubo una descoordinación para contener su trayectoria porque ella volvió a Tucumán para continuar sus estudios”, reflexiona y explica que en el Centro Educativo Trans de puertas abiertas (Cetrans), -inaugurado marzo de 2017 en la provincia-, Ayelén vio la oportunidad de terminar el secundario en su provincia natal. “Fue una muerte absolutamente evitable”, sostiene, al tiempo que se suma a exigir justicia a casi dos años de impunidad

¿Cómo nació la idea de realizar un documental desde el Mocha Celis?

El proyecto nació porque nos dimos cuenta de que se estaba dando un proceso de zoologización. Desde su fundación se acercó mucha gente al espacio para contar de qué se trataba, pero a la vez sin ningún tipo de registro de lo que significaba acceder al espacio donde las estudiantes estaban intentando finalizar sus estudios. Llegaban sin avisar, tomaban fotos, miraban detrás de la ventana, observaban.  Eso provocaba mucha incomodidad. También ocurría que las notas que salían no respetaban las autopercepciones, los artículos. Se notaba mucho desconocimiento sobre el tema y eso generaba cierta violencia. Entonces, con los y las estudiantes de tercer año de Metodología de la Investigación, en 2014, se pensó en generar un documental y contar la historia desde adentro como relatos en primera persona, para dejar de ser sujetas objetos y pasar a ser sujetas productoras de conocimiento y sentido.

¿Cómo fue el proceso de producción del documental?

Empezamos con un taller de lenguaje audiovisual en el primer cuatrimestre y en el segundo cuatrimestre conformamos un gran equipo de producción. Fue un proceso super intenso porque había distintas opiniones acerca de cómo contar esta historia, pero era muy importante hacerlo porque era el primer grupo que se recibiría, que iba a obtener el título de perito auxiliar en desarrollo de las comunidades del primer bachillerato travesti trans del mundo. Fue un proceso largo porque lo más importante era respetar todas las voces, todas las miradas, y que eso quede reflejado en este relato colectivo. Al principio pensamos en hacer una ficción o un documental centrado en la vida de Mocha Celis. Finalmente nos decidimos por un documental sobre el bachillerato y hablar también de la Mocha. Invitamos al resto de la escuela a sumarse y a ocupar los distintos roles, respetando el lugar desde el que cada quien quería participar y aportar a la construcción colectiva.

¿Cómo vivieron el momento del estreno?

El estreno oficial fue en febrero en el cine Gaumont Fue un gran estreno: a sala llena, con alfombra roja y mucha emoción porque después de tanto tiempo podíamos ver el trabajo que habíamos empezado a grabar en 2014. Las compañeras y compañeros podían ver en retrospectiva el impacto que la finalidad educativa había tenido en sus vidas. Algunas habían conseguido trabajo, otras seguían estudiando... entonces ver ese recorrido, ver el trabajo finalizado y reconocer que ese producto era de ellos y de ellas fue muy gratificante y emocionante. Fue duro ver compañeras que ya no estaban. Nos queda ese sabor amargo de que Lohana no lo haya podido ver, como tampoco otras compañeras a las que les dedicamos el documental, como Ayelén Gómez.

¿Qué recordás de Ayelén Gómez?

Era muy  buena estudiante y estaba muy contenta de terminar sus estudios. Por nuestra parte hay un sentimiento culposo por no haber hecho más para acompañar la continuidad de sus estudios. Hubo una descoordinación a la hora de contener su trayectoria. Ella  nos contó que se había ido de esta provincia por las amenazas policiales que había sufrido y hoy su muerte sigue impune. Por eso es importante tenerla presente y seguir exigiendo justicia, porque su vida ha sido muy injusta, estaba atravesada por la pobreza y no hubo acceso a la justicia. Al menos en su muerte se merece que haya un poco de justicia. Ayelén estaba llena de sueños, tenía un montón de proyectos y no había ni herramientas ni políticas públicas para contenerla. Fue una muerte absolutamente evitable. 

¿Cómo creés que el Cetrans aporta en la elaboración de políticas públicas para contener estas realidades?

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La apertura del Cetrans (Centro Educativo Trans de puertas abiertas) implicó que muchas compañeras tucumanas que vivían en Buenos Aires pudieran volver para darle continuidad a sus estudios y a su formación. Eso motiva que otras provincias vean que es posible construir estos espacios, que sirven para erradicar este tipo de violencias de las escuelas tradicionales. Escuelas que por lo general desconocen estas corporalidades diversas y disidentes, que las expulsan, las reprimen, las niegan. Pero también me parece que, como lo es en el caso del Mocha, se hace desde la resistencia. Porque nuestros espacios están precarizados, no son políticas públicas. El Mocha es producto de la militancia y del activismo, y es también la prueba de que si hay voluntad política se pueden crear espacios abarcativos que abracen las diferentes realidades y que no intenten imponer una heterosexualidad obligatoria que hace sufrir a tantas personas y que es responsable del promedio de vida de 35 años de las chicas trans y travestis. Porque estamos ante un travesticidio social, que es producto de un Estado que se corre y que debe responder con una batería de políticas públicas. Porque no se completa solamente con la ley de identidad de género, que es un paso necesario, que tiene que estar acompañado de acciones que garanticen el acceso a los derechos. Si no están gobernando para un sector de la sociedad y dejando morir a un montón de otras personas, y a eso nos referimos cuando hablamos de la necropolítica. El Cetrans y el Mocha Celis forman parte de nuestras maneras de construir un mundo más justo porque es inclusivo: todos y todas tenemos derecho a la educación. 

¿Qué otros desafíos ves en el ámbito educativo?

Hay algo de lo que la universidad se tiene que hacer cargo: dejar de mirar a estas sujetas como sus objetas de estudios. Porque desde las universidades se busca a les travestis y trans para ‘observarlas, analizarlas, estudiarlas’ para las tesis. Es necesario que las busquen para que ingresen a los espacios de educación superior. No debería ser necesario salir a buscar eso que me es extraño, sino que tengo a la compañera o compañero travesti o trans al lado. Eso le va a cambiar la cabeza a todes. Debería ser obligatorio que todos los profesionales, de cualquier rubro, sepan interacturar con una persona trans. Porque no es posible, por ejemplo, que un médico desconozca un cuerpo trans o un profesional de la salud mental patologice y estigmatice una identidad y no acompañe esos trayectos.