Poder y fanatismo, una combinación peligrosa

Hablar de fanatismo es hablar de un sentimiento profundo, adhesivo, dominante y pleno. Hay muchos tipos de fanáticos, desde apasionados incansables hasta arriesgados aventureros capaces de todo. Así, el fanatismo ciega al fanático, quien se deja llevar sin aceptar críticas ni errores. Se puede hablar de este “sentimiento” en todas las áreas, pero existe una en la que el mismo se vuelve un veneno: la política. El fanatismo y el poder no se consideran la mezcla más sana, menos cuando la regulación de un país o provincia está en juego. Tener la capacidad de ser crítico y poner en la balanza todo lo que un partido político o candidato equis fue capaz de entregar durante el mandato no es posible bajo el efecto del fanatismo. En ese sentido es que se afirma que los extremos en cualquier contexto no son buenos, restringen la capacidad de pensamiento y apuntan hacia una sola dirección.

Un discurso, un gesto, una imagen pueden expresar muchos significados pero la significación va a depender de cada sujeto. Ser consciente, crítico y capaz de encontrar el correcto sentido a un determinado mensaje político no es posible en el universo del fan, cegado por el sentimiento que le domina y lo maneja como marioneta. El problema es que la consecuencia del veneno conocido como “fanatismo político” no solo afecta al fanático sino a toda una comunidad.

Por ello es que los ciudadanos deber ser muy responsables en cuanto al sentido que quieren otorgarle a ciertos mensajes, puesto que una vez que el virus encuentra un espacio por donde penetrar, la expansión del mismo es casi inmediata y la cura dependerá de la inteligencia del infectado.

Cabe aclarar que cuando se habla de política la intención está en encontrar un representante que sea capaz de gobernar y no un superhéroe invencible y todopoderoso.

Javier Sadir

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