“Una con panza en honor al mes de mamá”: Las maternidades por fuera de la cámara
/*Por Luciana Villarreal
Octubre es el “mes de mamá”: mes en que presumimos a nuestras madres o en el que ellas presumen serlo. No tendría que ser un problema, excepto cuando damos por sentado que ser madre es sinónimo de haber gestado.
En Instagram se viraliza una plantilla para stories con la inscripción “Una (foto) con panza en honor al mes de mamá”. No critico a quienes lo comparten, pero sí me recuerda que las redes casi siempre se vuelven reproductoras de ideas reduccionistas.
Entramos a Instagram y caemos entrampadxs en el lenguaje de la imagen que —cabe la redundancia— retrata lo imaginario: ese conjunto de lugares estéticos y caras felices que contribuyen a crear una imagen mental de otras vidas que no son las nuestras, y parecieran ser la representación de lo perfecto. En el caso de una plantilla como esta, además, a las caras felices se suman panzas grandes que dibujan y propagan un ideal de lo que es ser una madre. Un ideal que se aleja de lo diverso, que traza fronteras y que, de una manera falsamente inofensiva, articula el mundo en torno a una ficción. ilusión.
Generalmente se asume que la maternidad es un rol que se adquiere desde lo biológico, que engendrar otorga las capacidades y habilidades que debería tener una madre. Es decir, que si no se gesta, ¿se pierde legitimidad en la maternidad? ¿Se es menos madre si no se experimenta la concepción en primera persona? ¿En qué lugar quedan quienes maternan sin haber cargado durante nueve meses una vida pero que han tenido/tienen la misma responsabilidad de criarla?
En esta idea nace una representación hegemónica que olvida que la maternidad es una construcción sociocultural y que, por ende, opera como una performance, no como una etapa hormonal. La protección, la crianza, el afecto y la responsabilidad no son capacidades intrínsecas, biológicas, de las personas. Diría incluso que resulta siniestro pensar que el embarazo las otorga, porque eso implicaría forzar a todas las personas con capacidad de gestar a ocupar un lugar que tal vez no desean asumir.
En suma, al dar de baja la noción de la maternidad como una condición biológica, se abre el abanico de posibilidades: la maternidad puede elegirse, reinventarse y asumirse desde otros lugares. No hay singularidad en materia de maternidad; hay alteridades a las que se les debe el mismo grado de reconocimiento.
Una madre que suspendió todo lo cotidiano porque fue seleccionada como adoptante siente la misma emoción y alegría que aquella que vio el test de embarazo marcando las dos rayitas, o tal vez más, según cada vivencia.
Una mujer que se conceptualiza como madrastra —un término que históricamente carga con prejuicios en su propia denominación— eligió ese rol con la misma conciencia que aquella que planificó y llevó adelante su embarazo. Lo mismo ocurre con la abuela o tía que, por cualquier motivo, ejerce de madre cuando protege, acompaña y guía a esos hijos que por naturaleza no son suyos, pero que por afectos sí lo son.
En ninguno de estos casos —entre los tantos que conforman el gran entramado de la maternidad— el rol de madre es menos válido o auténtico. Todas ellas también están presentes en la formación de individuos, en las festividades, en los actos escolares, en el día a día, en el amor vivo y en movimiento.
Sin embargo, al hablar de aspectos sociales y culturales, se prefigura —como casi siempre que se habla de mujeres— un modo de actuar en la maternidad. Se espera que se desenvuelvan de una forma determinada, recae sobre ellas una demanda que se traduce en la omnipresencia, en la hiperdisponibilidad para los hijxs y en una conexión afectiva inigualable. Este mandato sigue actuando como un ideal inalcanzable que llena de culpabilidades. La realidad es que hay madres que trabajan la mayor parte del día y no pueden estar presentes las veinticuatro horas, y, aunque se las acuse de ausentes, su labor se da desde otro espacio. Hay otras que no tienen una relación de constante complicidad con sus hijxs, no son las compinches perfectas, pero aun así educan con la misma entrega. La maternidad no se mide por un patrón determinado a seguir, sino por el afecto y el mejor trabajo que cada quien puede ofrecer desde su propia historia y sus circunstancias.
Todas estas cuestiones deben ser expuestas y abordadas, porque si no, nos encontramos con estas imágenes de Instagram y un algoritmo excluyente.
Miriela Sánchez Rivera, profesora y antropóloga mexicana, escribe un amplio ensayo Construcción social de la maternidad: el papel de las mujeres en la sociedad, del que me gustaría rescatar: “La ideología de la maternidad se apuntala y reproduce a través de diversos dispositivos que propagan la producción de los estereotipos y las imágenes del ideal de la maternidad, las representaciones sociales en torno a ella que, aparentemente son aceptadas de manera convencional”. Sánchez cita a Pinto, quien afirma que “las instituciones de una sociedad están animadas y a la vez son portadoras de estas significaciones, pero además las mismas circulan socialmente de distintos modos y son difundidas particularmente por discursos hegemónicos”. La autora concluye en que esta ideología busca “ocultar las contradicciones que están bajo este modelo universal de maternidad, así como también, ocultar las ambigüedades del ejercicio materno dentro de un espacio marcado por desigualdades e inequidades sociales.
Vuelvo a repetir, no me levanto contra las madres que muestran sus panzas en una red social, sino contra las diversas formas que empobrecen e invisibilizan otras formas de crear vínculos filiales por fuera de la consanguinidad.
Quizás la plantilla viral debiera tener en su inscripción: “una (foto) en honor al mes de mamá”. Y quizás octubre sea un mes para recordar que existen tantas maternidades como formas de amar.