Los “fantasmas” que sobreviven y tejen redes en medio de la crisis

Foto de La Palta

Es un martes nublado y frío en Tucumán. En la vereda del refugio para infancias y mujeres que dirige Mercedes hay una larga fila para retirar una porción de guiso humeante. 

“No somos ningún fantasma, somos gente sin herramientas”, comenta entre lágrimas Mercedes Leguizamón, fundadora y directora de la organización La Dignidad Confluencia. En esa frase responde al sector que justifica el desfinanciamiento o la no entrega de comida a los comedores porque supuestamente “no existen”. La Dignidad Confluencia es una organización social que cuenta con un refugio para mujeres y niños en Villa Urquiza. Un espacio donde se dictan cursos y talleres para adultos, refugio para mujeres y disidencias y se educan y cuidan a 45 niños y niñas que asisten a la guardería.

En avenida Siria al 1500, martes y jueves, la organización social cocina un almuerzo para los vecinos del barrio Villa Urquiza y alrededores. Llegan a entregar 248 porciones, pero no son suficientes. “Ante la falta de recursos no podemos hacer más nada, da tanta bronca”, dice Mercedes mientras se seca las lágrimas con una mano y aprieta el puño de la otra. Ese martes más de 70 personas se fueron sin el almuerzo.

En el barrio San Cayetano, a más de 50 cuadras de ese refugio, ese mismo día frío otras 70 personas almorzaron gracias al trabajo de Ana Reales. Ana sostiene el Comedor y Merendero Reyes, espacio que abrió hace seis años en honor a su hijo. Miguel Reyes Pérez murió hace siete años, en manos de la policía de Tucumán. “Cuando a la policía ya no le sirve un chico, lo mata”, dice Ana y cuenta que su hijo tenía problemas de adicción con el paco, como muchos otros jóvenes a los que ella les acerca un plato de comida. 

Foto de Mercedes Leguizamón | La Palta

Los días en los que se cocina, los vecinos hacen fuego en las veredas de los comedores, porque cocinar con gas es imposible por el costo. Juntan madera seca entre todos y prenden un fuego para que las cocineras pongan las ollas de 100 litros y alisten el almuerzo. Los comedores y merenderos se sostienen con el esfuerzo voluntario de toda la comunidad, cada quien aporta su granito de arena.

El que busca comida es porque tiene hambre, porque no pudo resolver lo básico
— Mercedes Leguizamón

De acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), en Tucumán más del diez por ciento de personas del casco urbano -que comprende San Miguel y Tafí Viejo- son indigentes. Esto quiere decir que más de 93.000 tucumanos y tucumanas de la capital y alrededores no llegan a cubrir las necesidades básicas. Ahí es cuando entran en juego las redes y los lazos sociales que fortalecen los merenderos y comedores de la provincia, para dar un plato de comida caliente y cubrir, aunque sea por dos días a la semana, la necesidad básica de alimentarse. “El que busca comida es porque tiene hambre, porque no pudo resolver lo básico”, sostiene la directora de la organización, desde el fondo del refugio, donde hay un tobogán de plástico y una hamaca para que los niños y niñas de la guardería se diviertan; porque consideran que el abordaje de la crianza y las tareas de cuidado va mucho más allá de lo alimenticio.

Según el informe de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), el 54,8 por ciento de los niños y niñas de Tucumán están bajo la línea de pobreza. Mercedes lamenta no poder llegar a más personas, porque sabe la difícil situación de las familias tucumanas. “Una mamá que se fue con su olla vacía volvió a su casa y no va a tener qué darle a sus niños”, dice entre lágrimas. 

Foto de La Palta

El comedor y merendero Reyes funciona en San Cayetano, a unos metros de la Plazoleta Dorrego. Cada vez que puede, Ana cocina una olla para darle de comer a los chicos del barrio. Cuando logra juntar lo necesario, gracias a donaciones de la gente, con la ayuda de toda su familia, prepara todo para el almuerzo. El comedor de Anita- como nos permitió llamarla- no recibe ayuda de ningún área del Gobierno, ni nacional ni provincial. Es más, Ana recuerda con aprecio y gratitud la única vez que, en seis años que lleva el merendero, desde el Ministerio de Desarrollo Social le acercaron alimentos para que pudiera cocinar. “Le pido por favor que me siga ayudando, porque hay mucha necesidad”, expresa, dirigiéndose al ministro Federico Masso. El ministro anunció la semana pasada que fueron notificados por el Ministerio de Capital Humano para coordinar la distribución de los miles de kilos de alimentos que se encuentran en los depósitos de Villa Martelli y Tafí Viejo.

El almuerzo que cocina Ana se hace “gracias a la ayuda constante de la gente por las redes sociales”. El menú varía de acuerdo a lo que las personas donan. Una vez por semana entrega un almuerzo y, otro día, una merienda. “Si no hubiera sido por la gente, yo no le podría cocinar este guiso. No podría darle un mate cocido, un pan amasado. No podría yo sola”, sostiene agradecida. Anita cuenta que a la verdura la compra con lo que gana los fines de semana vendiendo en la feria y que todo el resto son donaciones. Dice que a veces no consigue la grasa para el pan o el azúcar para el mate cocido y que lo que más le cuesta conseguir es la carne para los almuerzos.

Foto de Ana Reales | La Palta

La ayuda social, el factor clave para sobrevivir

 “Se agradece y que Dios los bendiga”, alcanza a gritar un chico antes de irse a las apuradas para seguir vendiendo. El joven, que no debe pasar los 25 años, llegó a la vereda de la avenida Siria ofreciendo turrones, cuatro por mil pesos. Llegó cuando la fila ya casi terminaba, preguntó si quedaba comida y alcanzó a almorzar una de las 248 raciones que ese mediodía entregó la organización La Dignidad Confluencia. Este chico es uno de los miles de rostros que se ven por las calles de Tucumán. 

“Los padres de los niños no tienen trabajo seguro. Venden bolsas, venden ajo, venden pimientos, de todo para llevar el sostén, el pan para sus niños, para su casa”, dice Ana Reales. Dibuja en la mente la escena que se repite todos los días en la provincia: un chico como ese “interrumpe” el viaje en auto de alguien o la merienda en un bar de otro para llevar un sustento a su hogar.

El que era pobre ahora es mucho más pobre
— Mercedes Leguizamón

“Hay más necesidad en el barrio”, dice Ana. “El que era pobre ahora es mucho más pobre”, afirma Mercedes al tiempo que explica la importancia de los comedores en estos tiempos de crisis. De acuerdo al INDEC, la pobreza en el país alcanzaba al 41,7 por ciento en el segundo semestre del 2023, número que se incrementó hasta alcanzar al 55,5 por ciento de la población en el primer trimestre del 2024, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universidad Católica Argentina.

Hoy los comedores, con poca o nula ayuda del gobierno, sostienen estos espacios con la esperanza de un país mejor. Mercedes y Ana le ponen el pecho a la dura situación de los barrios en momentos en los que la comida es un lujo en muchas mesas. “Te da alegría y tristeza. Alegría por las personas a las que pudiste ayudar y tristeza por las personas a las que no llegás”, expresa Mercedes acerca de su trabajo, a pulmón y completamente voluntario, de mantener y dirigir un espacio como La Dignidad. 

Ana, por su parte y con su aporte, sueña con “un país mejor, dónde los niños vayan a la escuela y tengan un plato de comida en sus casas, que no tengan que andar en merenderos, en comedores”.

La ayuda estatal es urgente y tiene que ser sostenida en el tiempo. Es necesario acompañar el trabajo de Mercedes y Ana, como el de muchas otras mujeres, que en sus ollas calientan mucho más que platos de comida.