“Mientras más gorda sos, más la gente piensa que puede tratarte como si no fueras humana”
En una sociedad que condena a los cuerpos gordos, existen activistas que poco a poco van desarmando los discursos de gordo-odio y gordofobia, interpelando a la sociedad sobre las violencias y microviolencias que estas representan. “Te lo digo por tu salud”, es la idea que suelen exponer aquellas personas que se jactan de una aparente preocupación por la gordura de otras. Pero ¿qué esconden estos comentarios y el resto de las discriminaciones directas sobre los cuerpos? Alice Mayer, activista gorda de 26 años, reflexiona sobre este asunto.
“Es la primera vez que me entrevistan”, admite. Es una estudiante de la Licenciatura en Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Es activista porque, afirma, merece ser tratada como cualquier persona normal. “Soy Alice: para mí ser activista del movimiento gorde es también hacerme cargo de eso. Es darme cuenta de que sí lo sufro, deconstruir algunas cosas y hacer lo posible para que no me afecte tanto”.
Es amable y simpática. Se presenta con una remera primaveral amarilla con flores, un color vino en los labios que destaca en su rostro, y tiene unos expresivos ojos que sonríen al mismo tiempo que su boca, lo cual sucede con frecuencia. Reconoce que comenzó a usar ropa con colores hace poco, así como el labial, y también que por primera vez en su vida se compró un short.
Su personalidad es la de una joven ocurrente y graciosa: “siempre pensaba que tengo que ser la gorda graciosa porque si no lo soy, no tengo otra posibilidad de vida si es que quiero vincularme con otras personas. Si encima fuera antipática, estaría muy sola. Y bueno, así he empezado a buscar mis talentos levantando la almohada: ¡algo tengo que hacer bien!” dice, riéndose.
Alice milita contra una sociedad que denomina gordofóbica, que humilla, sesga y ridiculiza a un grupo de personas por una cuestión física: la gordura. “Se piensa en la obesidad como una enfermedad y, en realidad, es un factor de riesgo. Asociar el cuerpo gordo con la insalubridad no está bien, y hay gente capacitada para decirlo. Para dar un ejemplo: la hipertensión o tiroides, también lo tienen las personas flacas, con la diferencia de que a ellas no se las juzga”. Además, señala que quienes realizan ese tipo de comentarios, en el fondo, poco están interesados por la salud. “En realidad es porque incomodo, mi cuerpo incomoda a la gente. Pero durante mucho tiempo viví creyendo que era mi absoluta responsabilidad”. La patologización de los cuerpos gordos suele tener como base, a priori, la ignorancia, y es una tendencia que los y las activistas intentan combatir. Pero, sobre todo, quieren terminar con las violencias que viven diariamente.
Cuando la violencia es un hábito
“Soy gorda desde que tengo uso de razón”, expresa Mayer, y repasa todas aquellas experiencias que atravesó y aún continúa viviendo. Las relata como sucesos comunes en su vida cotidiana, agotadores: ser apodada “gorda” por la maestra del jardín, haber usado delantales de hombre en la escuela porque eran los talles disponibles para su cuerpo, ser burlada abiertamente en un boliche como la “chica gorda” a la que no querían invitar a bailar, no conseguir ropa de su talle, haber viajado en un colectivo abrazándose el cuerpo durante una hora para no “incomodar”, no caber en algunos asientos de la facultad, no poder transitar por algunas veredas angostas del centro, ser señalada e insultada en los espacios públicos y recibir con persistencia comentarios sobre su cuerpo, hechos por conocidos y desconocidos. Según Alice, lejos de ser una realidad individual, esta secuencia corresponde a las vidas diarias de las personas gordas.
Además del bullying y los discursos de odio, las posibilidades de acceso a derechos básicos, como el de trabajar, se restringen. Alice relata de forma anecdótica y casi incrédula, que en algún momento de su vida tuvo la ilusión de ser azafata, pero que su cuerpo no habría encajado con en el estereotipo que se espera; en otro momento, analizó la posibilidad de inscribirse en la carrera de teatro, pero la exposición constante la hubiese sometido a prejuicios diarios; y también se le cruzó la idea de ser médica. “¿Una médica gorda?”, dice con escepticismo.
Y no concluye ahí: son comunes los destratos del personal de salud hacia las personas gordas que, en lugar de atenderlas por alguna dolencia o malestar, terminan por diagnosticarlas con sobrepeso, sin siquiera chequearlas. “Incluso las personas que más te tienen que acompañar, como un psicólogo o psicóloga, te dicen que todo lo que te pasa, todo lo que sufrís es por ser gorde. Que en algún punto puede ser cierto, puede ser que yo deje de sufrir un montón de violencias si dejo de ser gorda, pero ese no es el problema, el problema es que no tengo por qué sufrir eso”, señala.
La culpa no es de la gente gorda
Modelos flacas para la ropa, presentadoras de la TV con medidas 90-60-90, chicas de publicidad que nunca llegan a los 50 kg y actrices extremadamente delgadas: las industrias marcan el camino de lo estético, lo hegemónico. Y esos discursos se consumen todos los días. Instituyen lo normal y los modelos a los cuales hay que aspirar. Aquello que desencaja se convierte en lo desechable. Es el inicio de estereotipos que niegan la diversidad de los cuerpos.
“Yo también soy gordofóbica. Todas las personas lo somos. Basta con que te afecte ser gorde. Solo con que digas ‘ay, no voy a comer más porque soy una gorda’: esa es una micro muestra de gordofobia. Nadie está exento”, señala.
Según Alice, el mundo no está hecho para las personas gordas. Se les asigna el lugar más marginal: el de la burla, lo indeseable y la patologización. Según un relevamiento del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), en 2019 la mayoría de gente encuestada manifestó que la obesidad y el sobrepeso son uno de los tipos de discriminación más presentes en la sociedad, ubicándose en segundo lugar. Tal es así que muchas personas, principalmente jóvenes, presentan trastornos de alimentación, depresión y sufren las corporalidades con ideales de belleza que son inalcanzables y arbitrarios. Todo esto termina por repercutir de manera perjudicial en la salud mental, física y emocional.
Para combatir la gordofobia y promover realmente una mejor salud, la joven considera que se tienen que iniciar acciones desde el Estado. Para dar un ejemplo, está la Ley de Talles (N° 27.521), que pretende elaborar un sistema unificado de talles que contemple a todos los cuerpos y que cada unidad de medida sea la misma en cualquier local de venta. Para ello, se está realizando en el país un estudio antropométrico que releve la diversidad de los cuerpos. Esto permitiría más inclusión en el ámbito de la indumentaria. Además, la reciente aprobación de la ley de Etiquetado Frontal es una conquista que promueve una alimentación más saludable, ya que advierte sobre ingredientes en los productos que pueden provocar riesgos en la salud.
El amor propio como mandato capitalista
A pesar de su militancia y deconstrucción, Alice reconoce que eso no necesariamente desemboca en una reconciliación plena con su cuerpo y que el amor propio es un proceso largo, complejo y para nada lineal. De hecho, desde el inicio de la entrevista, manifestó su incomodidad con ser fotografiada: no todas las activistas eligen hacerlo ni mucho menos militar a través de exhibir sus cuerpos. Pero cuando el fotógrafo le preguntó qué quería demostrar, se sintió interpelada.
-No quiero demostrar que soy la gorda divertida que salta y es tierna para la cámara, no soy así
-Entonces demostrame quién sos.
Con una sonrisa tímida, y parándose de perfil, Alice soltó su cabello: “sí, tengo muy lindo pelo”, expresó, antes de que alguien pudiera decirlo, esta vez sonriendo más y mucho más segura.
En ese sentido, el llamado “body positive”, movimiento que incita a valorar y amar los cuerpos que culturalmente no son aceptados, suele tener aspectos no siempre aplicables a la realidad, opina. “Dale, si encima tengo que sobrevivir a todo esto que cuento, ¿tengo que estar feliz, amar mi cuerpo y decir ‘soy maravillosa’? Nah, no puedo con tanto. Velo por mi salud mental primero”. Además, señala que muchas de las tendencias actuales son estrategias del capitalismo para seguir vendiendo productos y que continúan reproduciendo clichés de la hegemonía. Por ejemplo, muchas marcas importantes, en el caso de las mujeres, ahora se inclinan por tener modelos curvy. “Que tampoco son desbordantes; si bien pueden llegar a tener sobrepeso, tienen un peso distribuido de una manera que la cultura dice que está bien: en el pecho y en el traste. Cumplen con el famoso cuerpo de pera, de reloj de arena. No tienen una panza gigante. Siguen siendo cuerpos que venden”.
Y como si la delgadez otorgara el derecho a ser feliz, en muchas ocasiones se acusa a las personas gordas de “promover a la obesidad” cuando estas manifiestan amor propio. Pero se trata de una visión acotada. “Si una persona gorda está contenta con su cuerpo y lo expresa no es sinónimo de ‘sean gordes todes que es un mundo maravilloso’, porque de hecho que no lo es. Pero sí hay que hacer algo que te amigue con tu cuerpo, porque es el único que vas a tener y te dura toda la vida. Y bueno si estoy feliz con mi cuerpo es porque es el cuerpo que tengo. Y si eso te molesta, entonces me estás pidiendo que tenga problemas de salud mental y que no esté nunca feliz conmigo. Que yo me levante todos los días y me diga ‘sos una basura’”.
Alice reconoce que antes no contaba con las herramientas que hoy tiene y que su primer acercamiento a una conciencia de la gordofobia fue en la facultad gracias al feminismo. Su proceso fue cada vez más intenso y transformador también a través de la lectura y la participación en talleres. Hoy, en ocasiones, utiliza sus redes sociales para hablar sobre el tema. Según ella, es una forma de empujar la aguja de su balanza hacia el otro lado.
“Mientras más gorda sos, más la gente piensa que puede tratarte como si no fueras humana”. Y añade que para lograr que la sociedad en su conjunto asuma que es reproductora de discursos de odio y de la cosificación de los cuerpos hace falta una mayor conciencia. Mayer recomienda, fundamentalmente, no hacer comentarios sobre el cuerpo de otra persona si nadie lo pide.