"Secuelas vivientes"

“Lo que estos hicieron, el dolor que ocasionaron, el daño que hicieron es irreparable”, dijo Pedro Horacio Barrionuevo ante el Tribunal Oral Federal (TOF). Pedro fue el último testigo que declaró el jueves 6 de junio y su historia guarda el dolor del que se quedó. Su hermano, Nemesio Humberto Barrionuevo, fue secuestrado el 24 de marzo de 1976. Era obrero y trabajaba en los Talleres de  Tafí Viejo. Esa noche un grupo de personas encapuchadas ingresaron a la casa de Pedro y apuntando con un arma a su esposa y a su hijo de dos años, consiguieron que los llevara hasta el domicilio de Nemesio. “El grupo de tarea, les dicen ahora, pero eran una banda de asesinos cobardes”, dijo Pedro al recordar aquella última noche que vio con vida a su hermano. Más tarde supo que Nemesio habría estado internado en el Hospital Militar, aparentemente por una transfusión de sangre. Esa información se la dio Orlando Santillán, quien fuera carpintero en la Compañía Arsenal Miguel de Azcuénaga. “Han quedado secuelas vivientes muy tremendas”, dijo Pedro, “por eso pido justicia, que se llegue a la verdad”, agregó.

Las secuelas que quedan marcaron tanto a familiares como a las mismas víctimas de una manera inimaginable. En una de las audiencias la abogada Julieta Jorrat lamentó que un testigo no tuviera ‘marcas físicas’ de las torturas. En la audiencia del jueves, Héctor Oscar Justo mostró sus muñecas con las marcas que le habían dejado las esposas. “Se me habían infectado”, dijo, “y el doctor Augier fue el que me ayudó a que se me cure”. Augier , según contó Héctor, había tratado de consolarlo y darle fuerzas, le había contado que él había estado enterrado en el pozo. “Si me dejaban un día más se me reventaban los huesos", le había dicho.

El testimonio de Héctor no solo dio cuenta del terror que se vivía durante la dictadura militar, sino de cómo ese sistema de amenaza constante se extendió durante los primeros años de democracia. Relató que cuando fue citado a declarar, en el año 1984, un tal “Cabral”, fue el encargado de tomarle la declaración; y que parado detrás de un biombo remontaba un arma. Finalmente terminó por firmar un acta sin saber lo que decía.

“Después de esto no pude trabajar en ninguna parte, porque me hacían radiografías y ahí aparecía”, dijo Fernando Ferreyra, el segundo testigo del día viernes 7 de junio. Lo que aparecía en las placas radiográficas era el proyectil que le quedó en la espalda. Que todavía permanece allí, alojado en su cuerpo recordándole, como si hiciera falta, el horror que vivió durante su cautiverio. “La noche era día y el día era noche, no pensaba en eso”, respondió cuando le preguntaron si sabía quiénes lo custodiaban. “Uno se tocaba las manos para saber si no era un sueño”, recordó.

Tanto Fernando como Héctor Justo fueron puestos en libertad. A ambos les dieron un papel firmado por el “Comando de Restauración del Norte”. En esa nota se les advertían que iban a ser vigilados y que ante la menor sospecha “serían ajusticiados junto a su familia”. Los dos contaron situaciones similares que les tocó vivir cuando fueron liberados, caminar sin saber dónde estaban y haber sido llevados a una comisaría. Héctor presentó ante el tribunal aquella nota que le entregaron. Héctor contó que en la comisaría le preguntaban si sabía quién lo había tenido detenido. “Jamás dije que sabía quién me había secuestrado, por el bien de mi familia. Si ya tenía esto”, dijo levantando el amarillento papel que guardó por más de 30 años.

Más mentiras

Una de las estrategias para ‘legitimar’ las atrocidades cometidas era hablar del demonio de la guerrilla. A Héctor le habían dicho que seguramente lo habían secuestrado los ‘erpianos’ (miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo –ERP-) o los Montoneros. Pero Héctor sabía muy bien quienes lo habían arrastrado al infierno. A María del Sol Curia también le quisieron hacer creer lo mismo respecto a sus hermanos. “Desde entonces ya querían dar la falsa idea que los montoneros se los llevaban”, dijo ante el tribunal. Contó que las respuestas que recibía de la policía consistían en afirmarle que Gloria y Fernando eran ‘guerrilleros’ y que otros ‘guerrilleros’ se los habían llevado.

Pero Sol tampoco les cree. Ella estuvo la noche que se llevaron a Gloria y a Fernando Curia. “Lo último que escuché era que se los iban llevando, mi hermanito iba llorando”, dijo en su declaración por videoconferencia desde Estados Unidos. Contó también que su familia había recibido llamadas en varias ocasiones. Que les decían que los hermanos iban a volver para Navidad, que no hagan más denuncias ni nada porque serían ‘boleta’ o que sus hermanos estaban en Brasil. Los hermanos Curia permanecen desaparecidos y sus nombres figuran en el Índice de Declaraciones de Delincuentes Subversivos con la siga “DF”, que indica que su ejecución fue decidida por la “Comunidad Informativa de Inteligencia”.

 Pueblos golpeados

“En ese momento era muy común que secuestren, que rompan las puertas”, afirmó Juan Antonio Godoy. “La gente de Santa Lucía ha sido muy castigada, allá la gente no tenía ni voz ni voto”, añadió. Él tenía 19 años cuando su padre, Enrique Godoy, fue secuestrado. Lo que al parecer había molestado es que este trabajador se haya atrevido a escribir una carta al mismísimo Domingo Bussi manifestando que el pago recibido como empleado estatal apenas si alcanzaba.

“Ellos estaban haciendo una militancia social en beneficio de la clase obrera”, dijo Roberto Estanislao Rodríguez respecto a su padre y a su hermano. Pedro tenía 21 años cuando fue secuestrado. Era estudiante secundario, obrero y  tesorero del Sindicato de Obreros del Surco de Huasa Pampa. La noche del 25 de enero de 1977, entraron a su casa a golpes preguntando por ‘El Negro’ Rodríguez, Roberto empezó a gritar que era él. Es que no quería que se lleven a su hermano que se encontraba recuperándose de una operación de apéndice. Pero Pedro, entre sollozos, respondió por su nombre. Se lo llevaron y no volvió nunca más. Días después, el 16 de febrero, volvieron a la casa de la familia Rodríguez. Esta vez se llevaron a Juan Faustino. Don Juan era secretario del mismo sindicato en el que su hijo era tesorero.

Roberto, en su declaración, contó la situación de explotación en la que vivían los obreros del surco. “El patrón era la palabra mayor en esa época, él nos podía tratar como quería”, recordó. Y fue ante tanta opresión que los peladores de caña empezaron a organizarse y formaron, previa autorización de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (FOTIA), el Sindicato de Huasa Pampa. Las mejoras, según contó Roberto, no tardaron en llegar. Pero con el golpe de Estado de 1976, empezaron a desaparecer los sindicalistas, los trabajadores y los ingenios.

Elisa Antonia Medina dijo haber visto cuando se lo llevaron a Juan Rodríguez. ‘El Toro’ le decían a Juan. “Ellos dicen 'nombre de guerra' pero así le decían desde chiquito, desde que iba a la escuela”, afirmó Elisa. Esta mujer enmudeció la sala con la simpleza y el dolor de su relato. Ella también fue secuestrada y torturada. “No me acuerdo cómo orinaba”, dijo, y con un pudor enorme contó que antes de liberarla la hicieron bañarse desnuda frente a un guardia, “Fue la mayor vergüenza”, dijo entre sollozos. A Elisa, Almirón le dijo que se vaya tranquila, que cuide a sus hijos, que ya no la iban a volver a molestar. “A tu marido no lo vas a volver a ver más”, le dijeron. El año pasado los restos de Juan Ángel Giménez fueron identificados. “Desde que supe que me lo iban a entregar era como si yo supiera que él estaba agonizando”.

Lo que era necesario

“Era necesario que desaparecieran estos 30.000 jóvenes brillantes para que estos anti patrias, vende patrias, hicieran lo que han hecho”, dijo en un momento el testigo Pedro Barrionuevo. Y para decir lo que han hecho las palabras parecen no haberse inventado, entonces se habla del horror, del infierno, de la crueldad, de la inhumanidad. Todas esas atrocidades las vio, las contó el ex gendarme Antonio Cruz. Su testimonio hoy lo trasciende. Las palabras de Antonio, hoy fallecido, fueron leídas ante el tribunal, pero la crudeza de su relato estremece aunque no sean contadas en primera persona.

Antonio prestó servicio en la Escuela Diego Rojas (Escuelita de Famaillá). Allí se habían ‘acondicionado’ dos aulas para torturar. “Ponían la Misa Criolla para que no se escuchen los gritos”, había dicho en su declaración. Contó las torturas que le infringieron a un detenido al que le decían ‘El Puma’, que él lo había acompañado al baño y había visto que orinaba sangre. Dijo que les había comunicado esto a los interrogadores y que ellos decidieron colgarlo hasta el día siguiente. Esa noche ‘El Puma’ murió.

Luego fue transferido al Centro Clandestino de Detención (CCD) conocido como ‘El Motel’ y en mayo de 1976 a ‘El Reformatorio’ donde conoció a Benito Palomo (imputado). Allí también vio a una mujer embarazada que, según decían, estaban esperando a que diera a luz para fusilarla y entregar el recién nacido a Aguirre. Antonio fue nuevamente transferido, entonces no supo qué fue de aquella mujer y de su hijo. Esta vez le tocó prestar servicio en el CCD que funcionaba en Arsenal Miguel de Azcuénaga. “Allí se torturaba a puertas abiertas”, había dicho. Benito Palomo también estuvo allí y era un interrogador.

Fue en ‘El Arsenal’, como se conoce este ex CCD, donde vio cómo se fusilaban a las personas arrodilladas frente a las fosas y luego se prendía fuego a los neumáticos para ‘desaparecer’ los cuerpos. En una ocasión, contó, vio a una de las víctimas que permanecía con vida cuando se les había prendido fuego. Advirtió sobre esto a quien se encontraba a cargo, esperando que se decida realizar un disparo más para evitar esa agonía. La perversidad de aquel ‘monstruo’ no tenía límites y decidió dejar que muera en esas condiciones. Se trataba de quien ahora se encuentra entre los imputados en esta Megacausa: Ernesto Barraza.

La inhumanidad de algunos hombres cuya perversidad fue avalada por las Fuerzas Armadas, la complicidad de sectores civiles, empresariales, eclesiales, judiciales fue lo que, sin lugar  a dudas era necesario para que todo lo que se hizo se haga. Para que se instale el infierno, el terror, para que esa historia paralice la justicia por casi 20 años de democracia. Para que ‘ellos’ creyeran que iban a convertirse en héroes. Lo que también fue necesario para que la justicia llegue, para que ‘su’ poder se acabe, para que sean recordados como genocidas, degradados de su rango, fue la lucha y el compromiso que demuestran que a pesar de todo lo que hicieron, no pudieron.

Gabriela Cruz

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