"Ladrones de vida"
/Los testigos llegan, se sientan frente al tribunal. Algunos tiemblan, otros lloran, otros miran a los imputados con firmeza. Algunos lo hacen con miedo. “Cada uno siguió como pudo”, había dicho un testigo la semana pasada. Y quizás, después de escuchar el primer testimonio del jueves 15 de agosto, muchos entiendan que algunos hicieron lo que pudieron. Quizás no. Reconstruir la historia, o al menos esta parte de la historia, la más sangrienta y dolorosa, no es fácil. Las subjetividades se ponen en juego. Los que volvieron cuentan lo que recuerdan, sacan fuerzas sin saber de dónde. Pero algunos no pueden, o no quieren. Sus historias de vida les pesan demasiado.
La primera testigo del jueves 15 de agosto fue acusada por “colaborar” y participar de las torturas infringidas a otros secuestrados en el Centro Clandestino de Detención (CCD) Arsenal Miguel de Azcuénaga. En su contra se llevó adelante una causa de la que fue sobreseída en el año 2011. Por esa causa fue detenida en 2005 y después de más de un año de estar privada de su libertad fue liberada por falta de pruebas. “Ella estaba presa cuando todos estos (los imputados) estaban libres”, dice más de una persona que trata de entender su situación actual.
SA (su identidad se preserva por ser testigo protegida) fue secuestrada el 14 de abril de 1976. Su madre interpuso de inmediato un Habeas Corpus. Durante su declaración afirmó con vehemencia “Yo estuve secuestrada, ese Habeas Corpus es prueba”. Aquel 14 de abril, contó la testigo, ingresaron a su casa entre cuatro y cinco personas armadas. “Llevaban a 'Sebastián', estaba muy golpeado, ensangrentado”, dijo SA. Más tarde, durante su declaración afirmó que 'Sebastián' era Fochi (Gustavo Adolfo). “Le pidieron que identifique a la compañera que leía revistas de izquierda”, comentó la testigo. Fue llevada al CCD que funcionaba en la Escuela Universitaria de Educación Física (EUDEF). Luego fue trasladada al 'Reformatorio', donde estuvo desde fines de abril hasta fines de junio. Allí habló con Ernestina Yackel, escuchó las voces de sus secuestradores e interrogadores pero no pudo ver a ninguno, la tenían vendada con apósitos de algodón bajo las vendas.
“Nos dijeron que íbamos a inaugurar el lugar”, dijo SA cuando recordó el último traslado. “Arsenal era el destino final. De ahí no salías”, afirmó. La testigo contó que en el arsenal Miguel de Azcuénaga estuvo detenida hasta el 12 de junio de 1977, fecha en que fue liberada. Allí estuvo con 'Ana' (Anabel) y Germán Cantos, vio al doctor Alberto Augier, a Yolanda Borda y al ‘Bombo’ Abat mientras eran torturados. Los vio enterrados. “Víctor Hugo Safarov estaba con gangrena en el codo, murió sin atención”, recordó SA. Habló con Teresa Guerrero, supo que su esposo José Díaz Saravia también estaba detenido en ese lugar. Escuchó hablar de José Luis Maldonado, de Lerner (Rodolfo Hugo) y de un chico llamado Horacio que era de Buenos Aires. También de 'Lucho' Falú y de una persona de apellido Giribaldi. “Los que estaban sin vendas estaban destinados a matarlos”, señaló, y contó que a 'Ana' Cantos y a ella las dejaban ver porque se encargaban de lavar la ropa. Fue durante los primeros meses del año 1977 cuando notó que a 'Ana' no la sacaban más. En la misma época, indicó la testigo, no volvió a ver a Germán Cantos ni a Freddy (Alfredo) Coronel.
“Los interrogadores sabían más de uno que uno mismo”, afirmó SA que indicó algunos nombres de secuestradores y torturadores. Dijo que a muchos de ellos escuchó mientras estuvo en el 'Reformatorio', que cuando le retiraron las vendas, en el Arsenal, pudo identificarlos. De este modo señaló a un gendarme de apellido Velardez, oriundo de Tafí Viejo, a Barraza; a Vargas o Varela, al que además le decían 'Naso'; a Palomo, al que también le llamaban García; a Medina o Moore. Entre sus captores, además, indicó que se encontraban 'JuanCa' y 'Soplete' García (que decía que vivía en el Barrio Oeste). También indicó entre los interrogadores a Saba o Sabadini y supo que a Godoy le decían el 'Indio'. Con absoluta certeza dio el apellido López Guerrero, dijo que era un civil y que años después lo reconoció “porque era arquitecto”. Cabe mencionar que el uso de alias y el cambio de apellidos era una práctica común entre los miembros de las fuerzas armadas y de los civiles que pertenecían al Servicio de Inteligencia. Muchos de los nombres que SA dio se encuentran hoy entre los imputados en esta megacausa.
En el CCD del Arsenal Miguel de Azcuénaga había entre 80 y 100 prisioneros, afirmó SA, y en el tiempo que ella estuvo detenida vio pasar cerca de 1000 personas. En su testimonio describió lo que llamó 'procedimiento de ejecución': les ponían tapones en los oídos, los vendaban y al día siguiente eran muchas las personas a las que no volvían a ver más. Confirmó que se sentía olor a carne quemada, contó que supo que habían llevado a cinco miembros de una familia para ser ejecutada, posiblemente se trataría de la familia Rondoletto.
“Yo fui torturada durante 1977, en el 2005 y ahora también me están torturando”, manifestó la testigo que dejó claro que no quiere “volver a pasar por todo esto”. “Cuando me liberaron pesaba 38 kg y no tenía dientes”, afirmó. Se negó a responder las preguntas de la abogada querellante Laura Figueroa y cuando terminó su declaración dijo: “quiero seguir con mi vida, espero que no me vuelvan a llamar nunca más”.
Reivindicar la militancia
Ángel Medina Gutiérrez tenía 30 años cuando fue secuestrado, trabajaba en el Banco Nación y vivía en la localidad tucumana de Monteros. Asunción de Jesús Cerrizuela (esposa), Julia del Carmen Medina Gutiérrez (hermana) y Augusto Medina (hijo), fueron los tres testimonios que llegaron a la sala de audiencias por su causa.
Asunción habló de la noche de su secuestro. “Estábamos reunidos en la casa porque era su cumpleaños”, recordó, “entraron personas armadas, con medias en la cabeza y guantes, por el fondo y por el frente. Preguntaban por 'Lito' Medina”, agregó. Aquella noche fue la última vez que Asunción vio a su esposo, pero no fue lo último que supo de él.
Durante su declaración contó que esa misma noche intentó hacer la denuncia, que el comisario Almirón no se la quiso tomar y le dijo que volviera al día siguiente. Que al otro día volvió y no se retiró de la comisaría hasta que no le dieron una constancia de la denuncia. Que fue a hablar con Zimmerman quien la mandó a Baviera (el ex ingenio) a que hable con Arrechea. “No le diga que yo la mandé”, le había dicho el jefe de policía. Pero Asunción no pudo tener noticias de su esposo sino hasta mucho tiempo después, cuando logró entrevistarse con el doctor Alberto Argentino Augier. Este sobreviviente le confirmó que había estado con Ángel en el Arsenal. “Tenía unas fuerzas tremendas, tenía unas agallas que tenés que estar orgulloso de tu padre”, contó Asunción que el médico le dijo a su hijo que la había acompañado.
“En primer lugar era militante, era orgulloso de su militancia”, dijo su hermana Julia del Carmen Medina Gutiérrez. Y es que Ángel era secretario del Partido Comunista y, según contó su hijo Augusto Medina, durante el periodo del Operativo Independencia fue perseguido por su definición política. “Teníamos que ir a la escuela mirando los autos de frente”, recordó Augusto que tenía 12 años cuando se llevaron a su padre. “Nunca voy a olvidar la mirada de mi padre”, reflexionó mientras recordaba aquella noche.
Pero más allá del recuerdo doloroso del momento que secuestraron a 'Lito', Augusto decidió hablar de quién era su papá y revindicar su lucha y sus ideales. “Cuando empezaron los allanamientos le decían 'quemá los libros y las revistas', pero él no quería. Me explicó la militancia”, dijo sentado con la cabeza en alto, “me enseñó a no claudicar en mis ideales. Comprendí la lucha, comprendí el amor a la gente, el amor a un pueblo”, exclamó orgulloso de su padre y de la estrecha relación que había tenido con él, a pesar de su corta edad. Antes de retirarse sentenció refiriéndose a los imputados: “Tienen que ir a cárcel común, son unos ladrones de vida, son unos asesinos”
Otros testimonios
Entre los testimonios que se presentan en las audiencias por la megacausa, están aquellos que son propuestos por las defensas. Luis Benedicto Fernández abogado y hermano de Juan Carlos Benedicto, presentó a Cristina Noemí Galván y Luis Ernesto De Piero como testigos por la defensa que representa. Cristina era preceptora del Colegio donde el imputado Juan Carlos Benedicto cursó la secundaria. La testigo dijo que apenas lo recordaba por lo que no podía decir nada de él. Por su parte Luis Ernesto De Piero, compañero de curso, afirmó que no habían tenido ningún tipo de relación, que lo conocía prácticamente ‘de vista’.
El viernes, declaró por el sistema de teleconferencia Fernando Dasque. El testigo, presentado por la defensa de Benito Palomo, era abogado que cumplía sus funciones como asesor en Gendarmería Nacional. Dasque informó que Palomo le habría consultado por la posibilidad de reincorporar al ex gendarme Antonio Cruz. Según afirmó el testigo, Cruz tenía problemas disciplinarios, de hecho el mismo Benito Palomo lo habría sancionado en alguna ocasión. Sin embargo, según lo testificado por Fernando Dasque, Palomo no desestimó de plano la reincorporación del gendarme que ya había sido dado de baja.
El mismo viernes declaró también Jorge Pantaleón Aballay quien prestó servicio en el Arsenal Miguel de Azcuénaga entre 1976 y 1977. Aballay era auxiliar del intendente de cuartel y, a pesar de haber trabajado durante un año en ese lugar, afirmó que es muy poco lo que recuerda. Y así, escudado en la desmemoria producto del paso de los años, no aportó nada que pueda colaborar en la búsqueda de la verdad.
Historias que se completan
Si bien a lo largo de la megacausa se fueron agrupando los testimonios teniendo como eje las causas, muchos testigos debieron ser reprogramados. Algunos fueron contactados con posterioridad y otros se incorporan por lectura. Es por esto que en muchos casos, las historias de vida que conforman cada causa se van armando como rompecabezas a lo largo de las audiencias, cada jueves y viernes. Así fue, por ejemplo, con el caso de Antonio Naief Saade Saeig.
Manuel Ernesto Fernández Kraus prestó declaración el día jueves 15. Su testimonio dio cuenta de lo que vio el 16 de enero de 1978, cuando secuestraron a Antonio. Manuel vivía en la Avenida Salta al 1100 y vio como bajaron a 'Coco', como le decían a Antonio, del automóvil de su propiedad, y lo subieron a otro vehículo. “Lo tenían encañonado”, contó Manuel, “después siguieron por la (avenida) Salta”, agregó señalando que se dirigían en dirección al 'Arsenal'.
María Teresa Sánchez, o 'Mori', como le decían sus afectos, fue secuestrada el 2 de noviembre de 1976. Su historia empezó a contarse hace un par de semanas atrás. Carlos Pessa, que había sido su novio entre 1970 y 1974, se presentó a declarar el viernes pasado. Carlos contó que ese mismo día en que 'Mori' había sido secuestrada, en su casa se había llevado adelante un 'operativo' de características muy similares. Un grupo de cinco personas armadas ingresaron a su domicilio y al no encontrarlo se instalaron allí hasta la madrugada. La noche siguiente Carlos fue secuestrado, le dijeron que sabían por María Teresa que él curaba a 'subversivos' y que pensaban que participaba en esos grupos. Carlos estuvo detenido en el Comando, luego lo pasaron a Jefatura de Policía, donde fue torturado y más tarde trasladado a Villa Urquiza. Finalmente estuvo recluido en el penal de Sierra Chica de donde fue liberado gracias a las gestiones realizadas por su padre.
El testimonio de Regina Ester Baaclini de Falú, madre de Luis Falú, se incorporó por lectura. Esta madre había contado que días antes del secuestro de su hijo 'Lucho', una mujer de nombre Berta Miranda fue a su casa. “Estaba temblando y lloraba”, había descripto Regina. Berta le había contado que unos hombres la habían secuestrado, que le habían pedido diez nombres de militantes de izquierda y que ella les había dado el nombre de Luis Eduardo. En esta primera ocasión 'Lucho' no estaba en la casa. La segunda vez que Berta Miranda fue a la casa de la familia Falú, encontró a 'Lucho'. Le dijo que los hombres que la habían secuestrado querían encontrarse con él. Fue entonces cuando toda la familia se organizó para cuidarlo garantizando que Luis se encuentre con esos hombres en un lugar público. A los pocos días Luis Eduardo Falú fue secuestrado. Testigos que ya declararon ante este tribunal hablaron de él, de su paso por el Arsenal y de su muerte en ese centro de exterminio.
El día viernes se incorporaron más declaraciones realizadas en otras oportunidades. Tal fue el caso de Ema Jiménez de Giribaldi, madre de Osvaldo; de Eugenia Lorandi de Augier, esposa de Alberto Argentino Augier; de María Tránsito Rodríguez, tía de María Trinidad Iramaín; de Perla Rubio, madre de Raúl Alberto Vaca Rubio y de Antonio Roberto Argañaraz, hijo de Rosario Argañaráz.
Antonio no pudo declarar, las secuelas del horror son tan profundas que no le permiten hoy contar lo vivido. Pero se leyó su testimonio que dio cuenta de las atrocidades a las que fue sometido. Antonio Argañaraz fue detenido días después que su padre y su hermano. Miguel Alberto Argañaraz, hermano de Antonio e hijo de Rosario, fue secuestrado junto a su padre un viernes 7 de enero de 1977, cuando tenía 17 años. Entre los secuestradores identificó a Víctor Gerardo Romano. El 3 de marzo de 1977 Miguel fue dejado en libertad. “Me largaron en marzo, antes de largarme me hicieron despedir de él, nunca más lo vi”, dijo Miguel recordando la última vez que estuvo con su padre. Los restos de Rosario Argañaraz fueron identificados el año pasado entre los encontrados en las fosas del ex Arsenal Miguel de Azcuénaga.
Rosario Argañaraz era un agricultor que vivía en Buena Vista, departamento de Simoca. Fue torturado junto a sus hijos en el Arsenal, los interrogatorios giraban en torno a la adquisición de un tractor. Lo acusaban de colaborar con los 'guerrilleros', de recibir dinero de 'ellos'. “Nos preguntaban que cómo siendo tan pobres podíamos haber comprado un tractor”, había dicho Antonio, “pero no éramos tan pobres, habíamos tenido una buena cosecha”, había explicado.
Muchos de los desaparecidos fueron estudiantes, sindicalistas, trabajadores del surco, obreros que no tenían ninguna definición política. Pero muchos otros tenían sus ideales y luchaban por ellos. Cada uno desde su propia perspectiva, desde sus propias convicciones. Ellos soñaron con un mundo mejor, se comprometían en hacerlo posible, pero no los dejaron. Si el camino elegido era o no el mejor camino es ampliamente discutible. Que nada justifica esa “cacería de seres indefensos”, como dijera en alguna audiencia Carlos Soldati, está más que claro. Este juicio da, entre muchas otras, la oportunidad de conocer esa verdad histórica que se trató de ocultar. Quisieron exterminar los ideales de una generación comprometida, para lograrlo intentaron arrasar con todo y con todos. Sembraron un terror que echó raíces profundas y paralizó a miles de personas. Pero no lo lograron. Hoy están ahí, sentados, imputados, esperando que un tribunal los juzgue y que una sociedad los condene por los delitos cometidos. Por ser “ladrones de vida”.
Gabriela Cruz
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